El Rey Felipe VI ha dejado muchos mensajes entre líneas en su discurso de Nochebuena. Y sí, ha hablado y mucho de Cataluña aunque solo la haya nombrado una vez. Porque el mensaje navideño es un alegato en favor de España, de la Constitución, de su unidad y de apoyo a unos valores, los de la Transición, tan denostados hoy por muchos de los que no la vivieron ni entendieron.
Es un mensaje dirigido y ahí radica otra de sus novedades, más a los ciudadanos que a los políticos, porque es en ellos donde reside la fortaleza de un país. Y Felipe VI ha puesto ejemplos, claros, de los referentes a los que se refiere. Ha sido este un discurso de advertencias, de poner encima de la mesa los riesgos a los que se enfrenta el país, que vive momentos complejos.
Advierte el Rey que los valores que han dado prosperidad al país son más frágiles de lo que podemos pensar. "No podemos darlos por supuestos ni tampoco olvidar su fragilidad; y por ello debemos hacer todo lo posible para fortalecerlos y evitar que se deterioren". El Rey recuerda, por si algunos no son conscientes de ello, que la mejor forma de perder lo que se tiene es no recordar cómo se logró ni las razones que nos llevaron a las peores etapas de nuestra historia: la falta de concordia y el enfrentamiento. Justo la España en la que vivimos hoy.
Por eso Felipe VI lanza el mapa a seguir: defensa de la Constitución, concordia y tener en mente los años de intolerancia, rencor e incomprensión que han marcado períodos de la historia de España. Y sus consecuencias. Olvidar los errores, parece recordar, es la mejor forma de volver a caer en ellos. "No debemos caer en los extremos, ni en una autocomplacencia que silencie nuestras carencias o errores, pero tampoco en una autocrítica destructiva que niegue el gran patrimonio cívico, social y político que el país ha logrado". Porque en el mundo de hoy, hay que recordar, aunque Felipe VI no lo diga directamente, ya se sabe dónde lleva la autocrítica destructiva y el deterioro institucional.
Sí, puede parecer que ha pasado de puntillas sobre Cataluña, que reconoce como una seria preocupación dentro de la desconfianza en las instituciones que crece en España, pero no. En todo el discurso sobrevuela la realidad catalana. Lo hace cuando dice que hay que tener claro de forma realista y completa hacia dónde va el mundo (no parece que en dirección a más Estados), o cuando el Rey deja claro que España es una nación (y no nueve), que no puede quedarse encerrada en sí misma, inmóvil, ni ir por detrás de los acontecimientos, como si solo se mirara el ombligo.
Es hora, advierte el Rey de avanzar y deja en manos del Congreso que decida el Gobierno que los españoles han elegido. Pero de sus palabras se deduce que ha de hacerse sin demora. Y sin extremos sin rencores, apostando por la voluntad de entendimiento y de integrar las diferencias siempre dentro del respeto a la Constitución. El Rey, de nuevo en referencia a una Cataluña aunque no se cite, advierte para el que quiera escuchar que nuestra Carta Magna reconoce la diversidad territorial y preserva la unidad que es realmente la que nos da fuerza, dentro y fuera de nuestras fronteras.
En definitiva, el Rey da un toque de atención para que los ciudadanos no apuestan por los extremos llevados por la crítica exacerbada, para que no olviden lo que ha provocado una de las mayores épocas de prosperidad y les hace mirarse en el espejo de la historia de un país al que las luchas cainitas hicieron mucho daño. Otras generaciones pagaron un alto precio por ello. Felipe VI llama a no repetir errores. Y da un mensaje de confianza en el país si nos unimos. Un sí se puede, desde la Casa Real del que habría que tomar nota.