Cuando Pepa García Lorente se colegió como abogada en 1983, tenía claro que buscar trabajo en un bufete iba a ser más que complicado: "Imagínate, 1983, mujer y coja", nos explica desde el otro lado del teléfono con cierta ironía. Así que se montó su despacho en casa y desde allí batalló con la artrogriposis, y las barreras que se fue encontrando por el camino, "unas físicas y otras mentales", afirma.
La artrogriposis es una enfermedad rara que se inicia durante el periodo de gestación. El feto no se mueve y se queda en una misma postura. Cuando el bebé nace, lo hace con problemas de movilidad. En el caso de Pepa le afecta a manos y pies, en el de Rosa López Fernández a las piernas y los pies. Las dos han podido ejercer su trabajo sin estar totalmente atadas a una silla de ruedas. Rosa se desenvuelve con la ayuda de muletas, pero a veces sí necesita la silla, y eso complica su acceso a los estrados, que es como se denomina a la tarima elevada donde se sientan los jueces, abogados y fiscales en una vista judicial.
Esta misma semana, Rosa se llevaba una sorpresa en Torrevieja (Alicante) y la contaba a través de Twitter. Asistía a un juicio y cuando le comunicaron que se había cambiado la sala pensó que era por las necesidades técnicas de la videoconferencia que se iba a celebrar durante la sesión. Pero no, en realidad se había cambiado porque era la sala con rampa para estrados, la jueza había visto a Rosa en silla de ruedas y había decidido trasladar todos los juicios de ese día a la sala accesible para que ella subiera cómodamente a los estrados.
Quizás una rampa no parezca una noticia, pero para ella asegura que en 21 años de profesión, nunca había visto una para abogados. Los accesos desde la calle sí suelen estar solucionados, pero esos otros no tanto.
Quién también sabe de barreras, distintas a las de Rosa y Pepa es Ángel González Jurado, abogado con problemas de audición que en tiempo de pandemia y mascarillas ha visto como sus dificultades se ampliaban. Su problema llega una vez se ha subido al estrado y se comienza a hablar. La sonorización de las salas y que a veces en los juicios no se habla en tono elevado, hacen difícil trabajar, aunque no imposible. De hecho, los tres llevan décadas ejerciendo su profesión
Los tres coinciden en varias cosas, y una de ellas es en que la situación va mejorando poco a poco, a veces porque la administración va tomando conciencia, a veces porque sus colegios gestionan soluciones. Pero al final, los tres son conscientes de muchas veces dependen "de la buena voluntad de la gente", y eso no es lo que quieren. Además señalan que la accesibilidad está mucho más expandida para el público que para los profesionales de la Justicia.
Eso sí, admiten que los colegios de abogados están trabajando en ello. Si en Madrid gestionan que letrados como Ángel puedan tener sistemas que faciliten su trabajo, en Murcia acaban de cambiar el nombre a la sección de familia por el "familia y discapacidad", Rosa se encarga de dirigir esa subsección de discapacidad.
Otra circunstancia en la que insisten Ángel, Pepa y Rosa es en que estamos hablando del derecho de defensa de las personas que les contratan y para ese derecho esté cubierto ellos tienen que poder trabajar desde el sitio que les corresponde, entender a sus interlocutores y a la vez preservar su dignidad: "A veces te proponen alzarte como si fueras un santo pero mi dignidad también es importante", apunta Pepa por teléfono.
Ni Rosa ni Pepa han dejado nunca de subir al estrado, pero las dos hablan de casos donde algunos compañeros han defendido sus casos desde abajo y eso -lo aseguran las dos- "no es de recibo". En España todas las partes y el juez han de estar a la misma altura. "Si yo estoy por debajo de la parte contraria hay una discriminación hacia mí y hacia mi cliente", porque esas cosas también importan en un lugar como una sala de vistas.
Ángel se plantea una pregunta que quizás le han hecho alguna vez: ¿Qué por qué sigo trabajando?, porque ahora tengo más experiencia que antes y puedo defender mejor a mis clientes", afirma. Su problema no es visible a golpe de vista, así que tiene que recordarlo.
El Colegio de Abogados de Madrid, donde ejerce él, ha tomado cartas en el asunto y por ejemplo, cuando él va a una sesión, avisan al juzgado. Los informáticos activan un dispositivo para que él pueda conectar los cascos y escuchar mejor lo que dicen, pero no siempre funciona.
Admite que alguna vez se ha enfadado porque "parece que cuchichean" y está convencido de que en ocasiones, las partes o el tribunal han dicho o pensado: "Ya está aquí el jodido sordo", pero añade que "es el derecho de su cliente" y que se le tiene que garantizar una buena defensa.
Pepa también señala que a veces "te pones a todo el juzgado enfrente" por intentar defender sus derechos y los de sus clientes. Recuerda una ocasión en la que ella tenía problemas para acceder a la sala y la jueza, en lugar de cambiarla, planteó que se renunciara a los testigos a los que ella tenía que interrogar. Se opuso y ganó. Un año más tarde, volvió al mismo juzgado en el que ya no estaba la misma jueza: "Los funcionarios me recibieron con aplausos", asegura orgullosa.
Ella no entiende por no se ponen soluciones sencillas. El problema de la altura de los estrados se podría solucionar incluso eliminando esa altura. El de la audición, con dispositivos que llevan el sonido directamente al audífono.
Ángel cree que se podrían utilizar amplificadores de voz similares a los que utilizan los guías turísticos, y asegura que él ha hecho recorridos de ese tipo en los que no se ha perdido una sola palabra. Los hay desde 50 euros y el gasto para solucionar este -y otros problemas- no es elevado.
La clave está en que quien encarga y diseña el funcionamiento se lo planteen. Por ejemplo, en muchos juzgados y dependencias policiales hay escaleras inevitables porque hablamos de sitios antiguos. Rosa asegura que ella le ha preguntado más de una vez a un guardia civil: "¿Yo subo andando y usted me sube la silla?", normalmente la respuesta es sí, pero a nadie le gusta estar así.
Rosa se ha ido en muchas ocasiones a ver la sala de vistas un día antes, porque la incertidumbre de lo que encontrará le genera "un estrés añadido al del propio juicio", que no es poco.
Eso sí, insiste durante toda la conversación en que hay compañeros que lo tienen mucho más difícil porque su movilidad es más reducida. En toda su vida ha estado tres semanas en el paro, pero aunque nadie se lo ha dicho claramente, sí le han dejado entrever que su enfermedad era un impedimento para la contratación.
Ninguno de los tres se ha dejado amilanar por la situación, pero los tres aseguran que en eso ha tenido mucho que ver su forma de ser y no aceptar noes por respuesta.
Todo cambia pero despacio, y lo hace por la visibilidad de los problemas. Si Ángel cree que un dispositivo de audición en cada sala facilitaría mucho las cosas, Rosa plantea una rampa en cada partido judicial. Saben que no son mayoría, pero insisten en que sus clientes deben tener sus derechos garantizados como el resto. "¿Se están haciendo cosas?, sí. ¿Deberíamos estar mejor?, también", concluye Rosa.