Se llamó el juicio de Campamento porque se celebró en los cuarteles que llevaban ese mismo nombre, situados en el suroeste de la capital. Aquel proceso, lo juzgó el Tribunal de! Consejo Supremo de Justicia Militar, y sentó 33 acusados en el banquillo. En la cúspide de los acusados, tres nombres fundamentales para el intento de golpe: el general de división Alfonso Armada, el teniente general Jaime Milans del Bosch y y el teniente coronel Antonio Tejero, condenados por rebelión.
Ese delito no se volvió a poner sobre la mesa del Supremo hasta el año 2017, tras el referéndum independentista en Cataluña del 1-O, la detención de sus líderes, y el procesamiento por ese delito, aunque finalmente no hubo condena por rebelión, sino por sedición.
Tras un proceso de tres meses, el más largo que ha habido en un tribunal castrense español, Tejero y Milans del Bosch fueron condenados a esas tres décadas de cárcel por rebelión, pero Alfonso Armada, que había sido un hombre cercano al rey Juan Carlos I, salió condenado sólo a seis años de cárcel por conspiración, a pesar de que la Fiscalía había solicitado la condena por rebelión.
Sin embargo, tras el recurso de casación ante el Tribunal Supremo, la condena de Armada cambió y se elevó a rebelión y a treinta años de prisión, igual que Tejero y Milans del Bosch. Así lo escribieron los magistrados:
Pese a la sentencia, ninguno de los tres superó llegó a los 15 años en prisión. El que más tiempo estuvo fue Tejero, el que menos, Armada.
Pese a que se sembraron muchas dudas, si había alguien por encima de él, Alfonso Armada nunca lo dijo. El general de división quedó como el elefante blanco del 23-F, el hombre a quien esperaban los golpistas en el Congreso para dar la puntilla definitiva a la democracia.
En su sentencia, el Supremo habló de su actitud "sinuosa" y lo situó como cabeza de la rebelión, pese a que él intentó esquivar esa responsabilidad con un "doble juego", que no le sirvió para esquivar la condena final.
Armada había mantenido una estrecha relación con el rey Juan Carlos durante casi 30 años. Primero fue su instructor militar y preceptor; después su ayudante personal y jefe de la Secretaría del Príncipe; desde la coronación, fue el secretario general de la Casa del Rey.
Pero, en el 77, aunque mantenía la cercanía y la confianza fue relevado del cargo. Suárez no se fiaba de él. Así que en 1981, Armada era un hombre relativamente apartado y despechado que según la sentencia del Supremo maquinó por detrás para ser presidente del Gobierno vía golpe de Estado.
El día 12 de febrero fue nombrado segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, lo que le mantenía en la cúpula militar y le daba margen de movimiento. Cuando llegó el 23-F, se ofreció al Jefe Mayor, para ir al Congreso y convencer a Tejero de una salida al alzamiento; él presidiría un Gobierno de concentración con militares y civiles.
Pero Tejero se negó y no le permitió hacer su propuesta a los diputados, con lo que Armada se marchó clamando por la "locura" de Tejero. Sin embargo, sus movimientos le habían delatado.
"Si triunfaba la rebelión, él era el nuevo Presidente del Gobierno que sustituyera al legítimo, y si fracasaba, sería el benefactor que llevó al Congreso la propuesta y el ofrecimiento de un avión para que los rebeldes se exiliaran", recogió el Tribunal en su sentencia condenatoria en la que señaló que Armada era "el principal beneficiario" de la intentona.
El fallo del Supremo se emitió el 22 de abril de 1983, pero fue indultado por razones de salud en 1988 por el Gobierno que apuntó que Armada "acataba la Constitución". Murió a los 93 años en 2013 en su pazo de Santa Cruz de Rivadulla, en A Coruña.
El nombre de Milans del Bosch, resonó por los pasillos del Congreso en los segundos previos a la irrupción de Tejero y sus guardias en el pleno. "¡Viva Milans del Bosch", gritaban los asaltantes camino del hemiciclo, según las crónicas de la época.
El caso es que este teniente general, con mando y plaza en Valencia, fue clave en el intento de que el Ejército tomara las calles. Sin reserva alguna, sacó los tanques a la calle y emitió un bando -el bando de Valencia- en el que decretaba el estado de excepción en la región militar y en el que la ponía bajo sus órdenes.
Si Madrid vio invadido el Congreso a golpe de pistola de de Tejero, Valencia vio como los militares tomaban las calles y rodeaban el Ayuntamiento, la Delegación del Gobierno o el Gobierno Militar. Ningún otro colega suyo se atrevió a tanto en ninguna región española, a pesar de que él había dado por hecho que habría un efecto contagio.
Cuando a la una de la madrugada el rey dejó claro que no apoyaba el golpe y ordenaba deponer las armas, Milans se resistió. Aguantó a las cinco de la mañana, cuando finalmente se entregó.
Durante su declaración en el juicio, el teniente general aseguró que él creía que el alzamiento tenía el apoyo del rey Juan Carlos y que no consultó con ningún superior, porque las órdenes venían de Armada, que le "merecía toda garantía".
Milans del Bosch que no ocultó su intención de sumarse al golpe fue condenado a 30 años de cárcel, puesto en libertad en 1990 por su avanzada edad y murió en 1997. No consta arrepentimiento.
Si hay una cara del 23-F esa es la de Antonio Tejero; si hay una voz es la suya; y si hay una frase es su "Quieto todo el mundo". Claramente no podía negar su papel relevante en el alzamiento y probablemente nunca tuvo intención de hacerlo. De él, el Supremo escribió en la sentencia que era un "rebelde recalcitrante".
Tejero, no tuvo empacho en secuestrar a todo un Congreso de los Diputados con un pleno lleno que votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo tras la dimisión de Alfonso Suárez.
Tejero no sólo se enfrentó con Manuel Gutiérrez Mellado en peno hemiciclo en una de las escenas más impactantes de la jornada. Ya de madrugada, tuvo un cara a cara con Adolfo Suárez al que había encerrado en una sala aparte. Según contó el propio expresidente fallecido, e acercó a él y le colocó una pistola en pecho.
"¡Cuádrese!", gritó Suárez a Tejero, que según el relato "dio media vuelta y abandonó la habitación". En la sentencia los magistrados confrontaron su actuación con la de Armada, "más abierta" decía la sentencia que añadía que "mostró una decisión y un denuedo e intrepidez dignos de la mejor causa".
La rebeldía de un hombre que sigue celebrando su agresión a la democracia, también quedó patente en la última sesión del juicio, en la que afirmó su "desprecio por gran parte de los mandos militares" y en la que fue expulsado de la sala.
Tejero, condenado a treinta años fue el último en salir de prisión. El tercer grado lo obtuvo en 1993 y la libertad condicional, que le permitió no volver a dormir en la cárcel, en 1996. Es también el único superviviente de la cúpula del 23-F.
Cuando la jueza de la Audiencia Nacional Carmen Lamela, primero, y su compañero del Supremo Pablo Llarena, después, abrieron la investigación y la causa por rebelión a los líderes del referéndum independentista del 1-O, volvió el recuerdo del juicio de Campamento y de las condenas del 23-F.
En el caso de la Fiscalía de 1982 y 1983, se pedían 30 años, los que finalmente se se impusieron a los líderes del alzamiento.
En el juicio de Supremo, la Fiscalía pidió 25 años para Junqueras, como exvicepresidente de la Generalitat. Pero el tribunal, esta vez, argumentó que no había motivos para condenar por rebelión porque la violencia que hubo no fue suficiente, y en su lugar, optó por la sedición y por penas entre los ocho y los 13 años de cárcel, entre otras cosas, porque no se habían utilizado armas, algo que en el golpe del 81 si ocurrió, como atestiguan los balazos en el techo del hemiciclo y los disparos que aún resuenan en los oídos de muchos protagonistas,