El 28 de octubre de 1982 era jueves. Los españoles votaban por tercera vez desde que se reinstauró la democracia y llenaron las urnas de papeletas socialistas. El reflejo de aquel día lo plasmó una imagen icónica que ya es historia de España, la de Felipe González y Alfonso Guerra celebrando la apabullante victoria del PSOE desde el balcón de la suite 110 del Hotel Palace de Madrid ya de madrugada.
Miles de españoles se echaron a las calles para festejar que el candidato del PSOE, un joven y carismático González, arrasó consiguiendo 202 escaños. Nunca otro partido ha tenido un triunfo semejante. Se llevó casi la mitad de los votos, un 48,11%, más de 10 millones con una participación que rozó el 80%. Fue un auténtico terremoto electoral que puso fin a la Transición.
El lema de aquella campaña electoral había sido 'Por el cambio' y el programa socialista, de 47 páginas, tenía como ejes centrales modernizar la economía, reformar las estructuras del Estado y fortalecer la democracia. Abrir un tiempo nuevo con medidas progresistas pero sin asustar a nadie, especialmente a los grandes poderes como la banca, el Ejército o la Iglesia. En su primer mensaje tras la victoria, González hizo un llamamiento a todos los sectores de la sociedad para que se sintieran "integrados" y prestasen su apoyo en la "tarea común de consolidar definitivamente la democracia en España".
Las circunstancias históricas del país favorecieron la victoria aplastante de González que no tuvo rival. El presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, de UCD, había adelantado las elecciones por la profunda crisis interna que vivía su partido y su Ejecutivo. Aldolfo Suárez había dimitido un año antes y las fugas y escisiones en UCD eran constantes. Su descomposición se certificó en las urnas, pasó de primera fuerza con 168 escaños a 11 diputados en el Congreso. Calvo Sotelo ni siquiera consiguió escaño. Meses después el partido se disolvió.
La España del 82 era todavía una democracia frágil a pesar de que Franco había muerto hacía 7 años. Vivía con miedo a un golpe de Estado, -estaba reciente el recuero de Tejero irrumpiendo en el Congreso pistola en mano-, al recrudecimiento del terrorismo de ETA que había matado a 125 personas entre 1980 y 1981 y a la profunda crisis económica: la inflación era del 14% y había más de dos millones de parados.
En aquel escenario Felipe González convenció y representó el ansia de cambio de la sociedad española. De aquellos días quedó para la historia la mítica frase de Alfonso Guerra: "Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió". El programa del PSOE se proponía acabar con la situación de parálisis política y fomentaba la lucha contra la desigualdad, la transparencia o el desarrollo del Estado de las Autonomías, pero sobre todo ponía el foco en la economía.
La propuesta estrella fue el compromiso de crear más de 800.000 empleos netos durante los cuatro años siguientes. Para alcanzar ese objetivo los socialistas apostaban por rebajar la edad de jubilación a los 64 años, fijar la jornada de trabajo en 40 horas semanales y extender la escolarización plena hasta los 16 años.
Establecía también reducir las cotizaciones empresariales a la Seguridad Social y que en las negociaciones colectivas los salarios se fijasen en torno a la inflación. Prometían además una ley reguladora del derecho a la huelga. Eran otros tiempos donde la preocupación por el clima no era tan acuciante como ahora: se apostó por seguir quemando carbón y por un parón de las centrales nucleares.
El PSOE declaró en aquel momento su intención de convertir en realidad el principio constitucional de que "cada ciudadano pague sus impuestos de acuerdo con su capacidad económica". Propuso incrementar la solidaridad y la justicia fiscal, generalizar el pago de impuestos, luchar contra el fraude y corregir las discriminaciones.
Otros puntos fundamentales del documento fueron extender la asistencia sanitaria en un servicio nacional de salud para todos los ciudadanos, mantener la capacidad adquisitiva de los pensionistas mediante una ley de revalorización automática de las pensiones, extender la protección a los desempleados o democratizar el acceso de todos los ciudadanos a la educación gratuita.
El programa se comprometía a la regulación de la interrupción del embarazo en situaciones como peligro para la vida de la mujer, peligro de nacimiento con grandes patologías físicas o psíquicas y violaciones.
Sobre la OTAN, -España había ingresado el 30 de mayo de ese año con la oposición de la izquierda-, el PSOE aseguró que se congelarían las negociaciones para integrarse en la organización militar y reafirmó su compromiso de convocar un referéndum para que "sea el pueblo español el que decida acerca de nuestra pertenencia a la OTAN".
El referéndum se hizo en 1986 y ganó el sí, pero muchos años después González reconoció que aquello fue un "error serio" porque a los ciudadanos no se les tiene que consultar si quieren o no estar en un pacto militar. Tampoco cumplió su promesa de los 800.000 puestos de trabajo. "Los empleos los dan los empleadores, no el Estado", reconoció en 2008.
En cualquier caso, con aquel programa González conectó con la mayoría de los españoles y recibió votos situados a la izquierda, a la derecha y sobre todo en el centro, la clave para conseguir una victoria que jamás han repetido los socialistas.