Esta vez ha vuelto "voluntariamente". Javier Rupérez repite varias veces esa idea durante su visita a El Hoyo de Pinares, a una casa en la que ya había estado durante días, pero que este viernes no reconocía. La falta de recuerdos sobre ese lugar no tiene nada que ver con su memoria, que se intuye nítida, ni con los 43 años que han pasado hasta su vuelta a esa localidad abulense. El motivo es que los días que estuvo allí los pasó con los ojos vendados por los terroristas de ETA que lo mantenían secuestrado.
Lo que sí tiene fresco es el recuerdo de su llegada al pueblo después de ser secuestrado en la Casa de Campo de Madrid. Lo sentaron en el asiento del conductor, le ataron las manos y lo dejaron un rato así, con una capucha, antes de conducirle a la habitación en la que había instalada una especie de tienda de campaña donde lo tenían encerrado.
Nadie está muy seguro de cuál era la habitación donde lo mantuvieron doblemente enclaustrado. Pero los datos que él ha ido narrando estos años, y que están en su libro "Secuestrado por ETA", permiten suponer que era en la planta de arriba, en una pequeña habitación de dos metros de ancho y tres de largo. Es la primera del estrecho pasillo, a mano izquierda, y justo enfrente está el baño donde él se veía reflejado las pocas veces en que salía de la tienda y podía ver algo. Por esa cercanía al servicio, creen que era esa habitación.
Este viernes, tras volver a pisar los mismos suelos de gres, subir las mismas escaleras y ver ese baño con espejo donde cree que se veía reflejado, Rupérez aseguraba no estar conmovido, pero sí sentir una cierta emoción por encontrarse en un sitio donde ya había estado, esta vez, de manera voluntaria.
Exdiputado, exsenador, exembajador... Rupérez se resiste a ser "el niño del secuestro", pero admite que tenía pendiente hacer esta visita de la que NIUS ha sido testigo. Gloria y Leyre han sido sus anfitrionas y cicerone en la casa de dos plantas que sus padres compraron después del secuestro. Cuando el político fue secuestrado, en 1979, ellas eran unas niñas, sobre todo Leyre, que acaba de nacer.
El secuestro fue mediático, pero en el pueblo nadie tenía idea de que aquellos nuevos vecinos que tan bien se habían integrado y que cada tarde iban a jugar a las cartas con las familias hoyancas eran secuestradores. Según la versión que les dieron, eran los camareros de Begoña, una vecina del pueblo que tenía un bar en Madrid y que les prestaba la casa para que fueran cada día a trabajar. En aquellos años de la Transición, paseaban con ellos, charlaban con ellos, y compartían tiempo y alguna botella de vino sin saber que eran terroristas y que tenían encerrado a un diputado del partido del Gobierno.
Gloria era pequeña y recuerda haberlos visto en casa de una de sus tías pasando ratos. Incluso tiene una fotografía de Begoña Aurteneche, la dueña de la casa y supuesta empleadora de los etarras, en un paseo con su familia en 1978. Begoña fue condenada por colaborar con ETA, aunque ella siempre lo negó.
Sobre ella han girado algunas de las preguntas que Javier Rupérez ha hecho a Gloria y Leyre. "¿Cómo era?, ¿sabía que eran etarras?", preguntaba a las dos hermanas, que le explicaban que después del secuestro no la volvieron a ver.
Con Begoña fue condenada otra mujer, Françoise Marhuenda, que fue la que facilitó todos los datos a la Policía; la que desveló la existencia de la casa de El Hoyo de Pinares; y la que dio los nombres de los presuntos terroristas del comando "Kalimotxo": Luis María Alcorta, José María Ostolaza y Arnaldo Otegi Mondragón.
Pero esa participación no quedó acreditada ante la Justicia porque el secuestrado siempre tuvo los ojos tapados y ellos jamás se quitaron la capucha. La declaración de Marhuenda no fue suficiente y ellos no fueron condenados. Pese a eso, Rupérez sigue señalando al actual dirigente de la izquierda abertzale, que siempre ha negado su participación.
La casa, según se llega desde el cercano Cebreros, el pueblo natal de Adolfo Suárez, está al final de El Hoyo de Pinares. Se encuentra en un pequeño camino que sigue sin asfaltar -pese a la reivindicación en la que hoy insistían los vecinos-. Pero en aquella época, ni siquiera estaba iluminada a la altura del edificio de dos plantas.
Gloria recuerda que cuando los niños del barrio jugaban por allí, veían luces en las ventanas, a través de una cortina marrón. Se preguntaban por qué había luz y un cierto movimiento en una casa donde, en principio, no debería haber nadie.
Y como niños que eran, les contaban a sus padres que esos señores decían que no estaban pero que ahí había alguien. Nadie les hacía mucho caso, recuerda Gloria: "Claro, éramos niños".
La realidad es que estaban dentro. Ellos y su víctima, que 43 años después se siente afortunada por haber sobrevivido y superado el trance. Y es que durante aquellos días siempre supo que podía morir, que si el secuestro salía mal le podían ejecutar, pero no fue así.
En cualquier caso, sus 31 días de cautiverio no fueron íntegros en El Hoyo. Después de unos días (no sabe cuántos), le dieron pastillas, le vendaron los ojos y lo metieron en la caja de un camión. Nadie sabe dónde estuvo, y él sólo recuerda que al llegar le ordenaron caminar por una especie de rampa de cemento y después le pidieron que se arrastrara. Así llegó hasta su segundo zulo, un hueco con una litera una mesa y una silla.
Javier Rupérez ha hablado y escrito muchas veces sobre este secuestro, que no es el centro de su vida, porque después siguió haciendo lo que había hecho antes. Pero este viernes le ha tocado revivirlo varias veces en apenas tres horas. Primero la casa, y luego un coloquio en el ayuntamiento, con el juez Carlos Javier Galán, también hoyanco y destinado en Algeciras.
Ante el auditorio que ha llenado el local, explicaba que El Hoyo no es un lugar de mal nombre para él, porque aunque le secuestraron allí, allí logró sobrevivir, "no como otros muchos". No sólo eso, también sobrevivió sin secuelas, algo que otros secuestrados tampoco han conseguido.
"No sé cómo lo viví, pero hubo cuatro líneas de estrategia en las que me centré -explica-: la primera, no manifestar emociones; la segunda, rezar; la tercera, prepararme para la muerte; y la cuarta, preguntarme qué estaría pasando fuera", ha relatado.
Fuera de las cuatro paredes de la casa en la que estaba, la vida transcurría con normalidad, pero en los televisores de esos hogares y de los periódicos que llegaban, estaba su imagen y las noticias sobre su secuestro. En un momento de aquellos días, él también supo qué pasaba. Los terroristas le habían contado algo, pero una noche entraron indignados en su habitáculo, porque Suárez había anunciado que no iba a negociar con ETA. Fue una de las veces que amenazaron con matarle, pero no llegaron a hacerlo. Le acabaron llevando a la Nacional I, en la provincia de Burgos, y allí le dejaron sentado en una piedra con los ojos vendados. Lo habían dejado libre.