Una de las imágenes más típicas del calor intenso son las carreteras en medio de una llanura abrasada por el sol de julio o agosto. Las temperaturas próximas a los 40 grados arden el asfalto y, en ocasiones, cuando viajamos en coche y fijamos la vista en un punto lejano observamos que esa carretera se ondula. El efecto óptico simula un charco de agua o aceite sobre el asfalto ardiente, que se escapa de nosotros y aparece cada vez más lejos.
Seguramente nunca lo lleguemos a tocar, como tampoco conseguían saciar la sed las caravanas que cruzaban el desierto y desde cuyas cabeceras siempre divisaban grandes charcos o lagunas de agua. En realidad, no existían ni en un caso ni en otro. Todo era una ilusión provocada por el calor.
Y es que como en otros fenómenos meteorológicos, el efecto óptico de la luz nos hace ver lo que, en verdad, no tenemos delante de nuestros ojos. El famoso espejismo del oasis en el desierto se reproduce cada verano en las carreteras cuando el sol castiga con fuerza la Península.
Sin embargo, esta es la única manera de poder ver el calor con nuestros propios ojos del mismo modo que el frío tampoco lo vemos, salvo cuando como consecuencia de una situación muy fría nieva o caen heladas severas con escarcha.
En el caso del calor, el fenómeno del que hablamos es muy común en verano, aunque también es posible verlo durante el resto del año en jornadas cálidas y soleadas.
Para explicarlo tenemos que hablar de la refracción de la luz y el aire frío y cálido. Y es que cuando interaccionan estos elementos aparecen esas ondas sobre el asfalto, que nos indican que en el exterior hace un calor abrasador.
Lo ocurre es muy sencillo. La luz del sol, que en verano se encuentra en lo más alto, incide con fuerza en el terreno. Pero, hasta llegar el suelo atraviesa aire cálido y frío a la vez. ¿Cómo es esto posible? Sucede que en los días más calurosos, cuando la temperatura del suelo es muy elevada, ese aire cálido más denso se eleva y cuando ha perdido parte de ese calor tiene menos densidad y vuelve a descender enfriado al suelo. Este proceso de calentamiento y enfriamiento se repite de forma constante.
En ese proceso circular de aire frío y aire cálido entran en juego las ondas de la luz, que hasta llegar al suelo se encuentran en su camino con ambos, generando vibraciones que hacen que cuando observamos el terreno aparezca una ligera ondulación de la tierra, por ejemplo, la carretera o el campo. La tierra no está vibrando, pero es la forma en que la luz reacciona a ese ascenso y descenso de aire cálido y frío, respectivamente, al cruzarse con ella.
No sólo son visibles en verano
Decimos que tampoco es necesario esperar al verano para verlo porque tan solo es necesario que tengamos delante de nosotros volúmenes de aire con temperatura diferente: fría y cálida. La luz cuando atraviesa ambos detecta que tienen distintas densidades y se ondula. Es más, somos capaces de ver no solo la ondulación sino que tenemos la impresión de que realmente esa balsa de agua o aceite avanza. Sin embargo, no es más que un efecto óptico.
Es importante tener en cuenta que los espejismos no nos permiten ver con total nitidez el horizonte lejano en la carretera. Por eso, es recomendable que en los desplazamientos moderemos la velocidad porque el calor nos puede jugar una mala pasada e impedir que esquivemos un obstáculo camuflado en el espejismo que cubre el asfalto en estos días. El fenómeno óptico es interesante, pero nunca debe despistarnos de nuestro objetivo: llegar a destino.
* Marcos Fernández (@marcosfdezfdez) es periodista especializado en Meteorología.