Las heladas son uno de los fenómenos más temidos por los agricultores y ganaderos. Una sola noche en la que la temperatura del aire al nivel de la superficie descienda por debajo de los cero grados puede acabar con toda una cosecha. Según la FAO, en países como Estados Unidos este tipo de eventos congelantes producen más pérdidas que cualquier otro riesgo meteorológico. En primavera del año pasado, la caída en picado del termómetro por una masa de aire polar que asoló la Península fue un duro mazazo para los árboles frutales de los campos murcianos, pero también en la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha, Aragón y parte de Andalucía.
Según Lorenzo García de Pedraza, considerado el meteorólogo del campo (fallecido en 2011), la helada "no es un meteoro, sino la conjunción de varias circunstancias (periodo anticiclónico, cielo despejado, aire frío y denso) que determinan que la temperatura del aire junto al suelo sea inferior a cero grados centígrados". Para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la helada se refiere a la formación de cristales y hielo sobre las superficies, tanto por congelación del rocío como por un cambio de fase de vapor de agua a hielo, mientras que la Organización Meteorológica Mundial habla de helada en suelo cuando se refiere a diversos tipos de cobertura de hielo sobre la superficie, provocadas por la deposición directa del vapor de agua.
Sea cual sea la definición que escojamos, lo cierto es que estos fenómenos, que se producen en otoño, invierno y en primavera, generan daños importantes en los campos de cultivo y son una verdadera pesadilla para los agricultores y los ganaderos, debido a su enorme potencial destructor de las cosechas y de los pastos. Es importante tener en cuenta la topografía de la zona afectada, así como el tipo de suelo, la presencia de agua (ríos, embalses o costas), su orientación, las pendientes, vientos… Además, el perjuicio a las cosechas o a los árboles frutales varía en función de su intensidad y del tiempo que se prolongue el fenómeno. Tal y como señalan los expertos meteorólogos, puede ser más dañina una helada de pocos grados bajo cero durante más horas que un termómetro bajo cero más abultado en un corto periodo de tiempo.
Según García Pedraza y el meteorólogo técnico Joaquín García Vega, existen tres tipos de heladas: advección, por evaporación de escarchas y de irradiación, que son las más frecuentes en España. Las primeras se asocian a una masa de aire gélido (-10/15 grados centígrados), de procedencia polar, asociadas a flujos de viento del Norte o Nordeste. Este tipo de olas de frío, que ya hemos padecido en la Península de manera puntual y que pueden producirse a cualquier hora del día, suelen destruir no solo los frutos, sino también el propio árbol. Son devastadoras y, para la FAO, son muy difíciles de combatir, por no decir, imposibles.
Las de irradiación son más usuales, suelen estar ligadas a los anticiclones invernales y son claves el tipo de superficie y los cielos despejados por la noche, en calma y con poco viento. Además, suele producirse una inversión térmica, es decir, el suelo irradia hacia el cielo despejado y pierde mucho calor, de tal manera que enfría las capas del aire que se posan sobre la tierra, pero no experimenta esa caída de temperatura tan rápidamente como en la superficie. Se subdividen en blancas, cuando el vapor de agua se deposita sobre la superficie y forma una capa blanca de hielo (escarcha) y negras, cuando la temperatura cae por debajo de los 0 grados y no se forma hielo. Estas últimas son las más temidas por los labradores porque suelen destruir todo a su paso.
Por último, las heladas por evaporación de escarchas son frecuentes al principio de la primavera. Se deben a la presencia de aire húmedo sobre la superficie y a una rápida evaporación (proceso endotérmico) del agua del rocío por la salida (amanecer) de un sol potente después de una noche despejada.