Frío, calor, asuntos del hipotálamo
Madrid, agosto. Cuarenta grados a la sombra. Sales del coche, abrasado, y más calor. Entras en la oficina y, de repente, un frescor total... ¡Qué placer! ¿A quién hay que darle las gracias? Al mismo que hace que nos achicharremos en la calle. La región del cerebro conocida como hipotálamo se encarga, entre otras cosas, de hacernos sentir el frío y el calor. También es el responsable de regular la temperatura de nuestro cuerpo, haciendo que se contraigan los vasos sanguíneos cuando tenemos frío y se dilaten cuando tenemos calor para mantener la temperatura corporal interna segura.
Sin embargo, esta sensación agradable pero brusca al entrar en una oficina no es muy positiva para nuestro organismo: hacen que el hipotálamo se vuelva loco, intensificando el malestar físico y psicológico cuando desaparece el placer inicial.
Contrariamente a lo que se pueda pensar, una temperatura demasiado baja no nos hace estar más despiertos o más activos, sino todo lo contrario. Según un estudio publicado en HVAC&R RESEARCH, la gente trabaja menos y comete más errores cuando la temperatura del aire oscila entre los 20 y los 22,2 grados que cuando está a un grado más, es decir, entre los 23,3 y 24,4 grados. ¿Has notado que te fías menos de tu compañero últimamente? Quizá el frío tenga la culpa. Las investigaciones dicen que las bajas temperaturas hacen que nos volvamos desconfiados, poco comunicativos y antipáticos.
Y es que hay más. Si ves a tu compañero de oficina tiritando, es posible que tú también lo hagas después de un rato porque, según un estudio reciente, el frío se contagia. Y si estás solo en la oficina (algo más que habitual en agosto) también puede que te quedes helado. Según un experimento, realizado con personas que se sentían socialmente excluidas de un grupo, estas creían que en la habitación hacía más frío y pedían más bebidas calientes, en lugar de refrescos.
El sexo, determinante
Otro culpable es el sexo. Son muchos los estudios que hablan de la tendencia de las mujeres a ser más frioleras, algo que corrobora la ciencia y que tiene explicación.
Cuando la temperatura ambiente desciende, la mujer cierra más rápidamente los vasos sanguíneos de la piel, y por tanto se le enfría más rápidamente la epidermis, algo en lo que los hombres tardan más. Este proceso mejora la conservación del calor interno de las mujeres: al sentir más frío, la sangre se queda manteniendo la temperatura en el interior y no llega de la misma forma a la piel. El hombre siente menos frío pero en su cuerpo está bajando más la temperatura, por lo que soporta mucho peor las temperaturas bajas; aunque no las sienta, le afectan más.
El aire acondicionado, ese enemigo
Una mala distribución del aire, un mal estudio de los focos de calor y, general, un mal diseño del equipo de climatización pueden ser los responsables de que tengamos más frío o más calor. Así lo ha indicado Ernesto Magraner, gerente de la empresa madrileña Climagar y experto en instalación de aires acondicionados, quien indica que lo "ideal" es tener una temperatura de entre 23 y 24 grados en la oficina en verano, y 26 y 27 grados en invierno.
Siempre podemos echar un ojo a las normas ISO, como la 7730:2006, que recomienda unas temperaturas para trabajos sedentarios, como los de oficinas, de entre 23 y 26 grados en verano. La Ley es bastante más permisiva. Según el Real Decreto 486/1997 sobre condiciones mínimas en el trabajo en materia de seguridad y salud, admite que, para tareas sedentarias, haya entre 17 y 27 grados de temperatura.
El peligro de pasarse de grados
No solo de chaquetas y fulares va la cosa, sino que la temperatura en las oficinas afecta a la sostenibilidad y a la economía. "El gasto energético puede ascender hasta un 8% entre grado y grado", indica Magraner. Además un estudio, realizado por investigadores del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), pone de manifiesto que los aparatos de aire acondicionado pueden aumentar la temperatura del aire entre 1,5 y 2 grados en una ciudad como Madrid.
No hay una respuesta para todo
Al final, son muchos los factores que influyen en nuestra satisfacción por la temperatura de las oficinas. Más allá del sexo y de los equipos de climatización, cada persona, en función de sus características personales (peso, edad...), de la actividad que esté desarrollando en cada momento y de la vestimenta que utilice, necesita una temperatura óptima para su comodidad. Por eso todos los veranos hay en cada oficina la misma historia.