Es muy conocida la costumbre nórdica de dejar a los niños en la terraza a dormir la siesta. Algo que aquí nos parece una locura y casi una crueldad, pero quizás en los países más fríos de Europa tengan razón.
Para resolver nuestras dudas hemos hablado con el pediatra Jesús Martínez, autor del libro ‘El médico de mi hijo’ y cofundador de Mamicenter.com. Lo primero que nos ha querido aclarar es que las madres no tienen porqué ser necesariamente más frioleras que sus hijos ya que “cuestiones hormonales, tiroideas y culturales hacen que la sensación de frío sea diferente en las personas”.
Pero lo cierto es que tendemos a pensar que las madres tienen más frío que los niños, que no paran en todo el día y van corriendo de un lado a otro. ¿Realmente influye que los niños no paren de moverse para generar energía? Jesús Martínez nos lo explica: “Si paseas por la calle con un niño de más de dos años te darás cuenta de que en lo que tu avanzas 100 metros él ha recorrido 500. Va y viene, salta, pisa charcos, se sube a cualquier bordillo o banco, evidentemente está generando mucha más energía por movimiento. Si tú vas corriendo también sudarás y te quitarás ropa.”
Sin embargo, continúa, “los bebés no regulan tan bien como nosotros la temperatura y se afectan por las bajadas, pero sobre todo por las subidas de temperatura pudiendo presentar una falsa fiebre por exceso de abrigo, que cede al quitarle las 5 mantas que llevaba".
Y así llegamos a la pregunta del millón: ¿Cómo medimos el frío en los niños? “Las manos y los pies de los bebés están siempre frías, se quedan sin circulación sanguinea con facilidad y sobre todo después de comer. La sangre se va a donde hace falta, la tripa para la digestión y el cerebro. Así que no es un signo fiable de frío, hay que tocarles en el cuello, el pecho donde notaremos su temperatura central, más estable”.
Teniendo este punto claro, llegamos al momento capas. Como bien nos recuerda el pediatra, no podemos olvidar que no estamos vistiendo a los niños para ir a Laponia a ver las auroras boreales y montar en trineo tirado por Haskies. “Nunca hay que poner excesivas capas para no limitar movimientos y para que no haga sudar. Lo ideal sería una primera de fibra abrigada que dé calor directamente a la piel, no algodón que absorbe el agua como el arroz, lana podría estar bien. Importante que esté pegada y ajustada al cuerpo, tipo camiseta térmica y mallas. Calcetines finos. Una segunda capa que aporte más calor, también ajustada, y una tercera igual pero más gruesa, ahora podría ir bien la lana o los forros polares, calcetines gruesos mejor hasta la rodilla y pantalón robusto, nada de algodón o vaquero. Y por fin una cuarta que será la exterior que debe aislar".
Pero, aclara, “si solo vamos a llevara al niño a la guardería a lo mejor podemos quitar la segunda capa o la tercera.”
Para terminar, recordamos, tal y como nos comenta el doctor Martínez, que uno no enferma por frío, donde de verdad nos contagiamos en los centros comerciales, en el metro, en la clase o en el trabajo donde los edificios inteligentes hace que no entre el aire fresco y los virus anden a sus anchas.
Así que hay que abrigarse no más, sino mejor y… que corra el aire.