Es escuchar ‘gota fría’ y se nos enciende una luz roja. Lo asociamos a lluvias torrenciales e inundaciones y sabemos que pasa más a menudo en otoño, sin embargo hay otro término que escuchamos cada vez más que muchos todavía no conocen: Dana. La palabra se compone por las siglas de ‘depresión aislada en niveles altos’ y describe el fenómeno atmosférico que puede, si se dan determinados factores, derivar en la temida gota fría que define las consecuencias.
El término Dana fue acuñado hace relativamente poco. Empezó a raíz de la palabra en inglés cut-off low, que se tradujo baja o presión aislada. Se fue usando cada vez más a mediados de los 80 y, hace no demasiado se sumó ‘en niveles altos’ para especificar.
El motivo por el que se buscó una alternativa a ‘gota fría’ es que, con el tiempo, se fue desvirtuando por la familiarización de la población al verlo frecuentemente en la pantalla de televisión. Esto todavía sigue ocurriendo, aunque en menor medida. Así que podemos decir que acabó siendo sustituida (evolucionó) para describir mejor el fenómeno meteorológico pero no desapareció, lo mismo que ocurrió en el lenguaje meteo técnico alemán.
Entrando en materia, hay que empezar por explicar qué es la corriente en chorro, que quizá te suene más por jet stream. Podemos definirlo como ese cinturón de vientos que circunvalan la Tierra a unos 9.000 m de altura o a 300 hPa en nuestras latitudes. Aunque en la franja de la Península también puede afectarnos el chorro subtropical, equivalente al polar, pero situado en latitudes más bajas y a mayor altura, entre 11.000 y 13.000 metros.
Puesto que los que afectan a la Península Ibérica y Baleares suelen ser las Danas provenientes del chorro polar nos centraremos en estas. La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) define el fenómeno como un “sistema de baja presión en los niveles altos de la atmósfera que se ha separado por completo del flujo zonal en altura” en el Hemisferio Norte. Lo que la diferencia de una borrasca ordinaria es que no tiene por qué desplazarse hacia el este, puede permanecer estacionaria varios días.
Su ciclo de vida es el siguiente, para simplificar: suele gestarse una vaguada –una elongación de bajas presiones en forma de V– tan pronunciada que acaba desgajándose de la circulación atmosférica y dejar aislado un embolsamiento de aire frío entre 300 y 500 hPa. Es fácil de reconocer en los mapas de previsión, como veremos a continuación, aunque hasta que no falta muy poco para que se forme es difícil saber cómo se comportará. “En su lado izquierdo tendremos un núcleo de aire muy frío en niveles medios, que contrasta con el aire más cálido en su lado derecho”, especifica la Aemet.
Como ya sabrás, suelen darse en la vertiente del Mediterráneo al final del verano o, más frecuentemente, durante el otoño. El mar retiene mucho calor después de meses de muchas horas de insolación y esto, al sumarse ese aire frío en altura, deja episodios adversos de lluvias y vientos fuertes que suelen provocar inundaciones. Esto no quiere decir que siempre que hay un episodio tormentoso de precipitaciones torrenciales en el Mediterráneo esté involucrada una Dana.
En España se realizan muchos esfuerzos por desviar los cursos fluviales principales, pero claramente queda por hacer. Por ejemplo, han de adecuarse las ramblas para soportar las tremendas cantidades que llegan a caer en tan solo una hora, a veces incluso más de 100 litros/m2 en una hora o dos. En septiembre de 2019, sin ir más lejos, una Dana provocó un episodio gravísimo de precipitaciones que dejó unos 330 litros/m2 en un día en San Javier (Murcia), que parecía arrasado por un tsunami.
Con el paso de los años y el aumento de las emisiones globales y la temperatura del planeta, las Danas se están volviendo más frecuentes. Un estudio reciente liderado por Cristian Muñoz, actualmente doctorando del Departamento de Ciencias de la Tierra y Medio Ambiente de la Universidad de Manchester (UK), ha demostrado que, entre 1960 y 2007, estos episodios se han vuelto más recurrentes en el Hemisferio Norte. Se aprecia un repunte importante sobre todo a partir de 1990, rondando ya las 35-40 ‘gotas frías’ anuales en Europa.
Entre las consecuencias más graves de los últimos años en nuestro país está la muerte masiva de miles de peces y moluscos en el Mar Menor en octubre de 2019. Una Dana golpeó la albufera del Mediterráneo un mes después de que otra lo hiciera en septiembre. Aunque en realidad ambas no fueron más que la guinda del pastel: asociaciones ecologistas llevan años denunciando el vertido de residuos en la laguna.