Acompañar a un adolescente es desafiante, pero clave para su desarrollo. La comunicación, el respeto, la curiosidad y la firmeza equilibrada son esenciales. En esta etapa, todo cambio es una oportunidad para aprender y evolucionar junto a ellos. Por eso, cada vez más, las familias se forman para tratar de vivir esta época de la mejor manera posible, limitando los conflictos e, incluso, disfrutando de ella.
Sara Desireé Ruiz, educadora social especializada en adolescentes, con los que trabaja desde hace más de 20 años, es una auténtica enciclopedia sobre todo lo que sucede o puede suceder durante esta etapa y en su nuevo libro, ‘En esta casa mando yo, y punto’ (Grijalbo) nos ofrece infinidad de claves en busca de una relación sana entre padres y adolescentes.
Lo primero que nos apunta es que no sólo podemos estar pendientes de ‘nuestros’ adolescentes. Debemos mirar más allá, a lo que ella llama ‘amivis' (Adolescentes de MI Vida) y que es un círculo mucho más amplio de lo que podríamos imaginar. “Las personas adolescentes de nuestra vida son todas aquellas con las que entramos en contacto y a quienes podemos influenciar, seamos o no sus padres”, explica.
“La influencia que ejercemos sobre los adolescentes va más allá de quienes tenemos en casa o en nuestro entorno cercano. Por ejemplo, una amistad de uno de tus hijos puede conocerte, ver tu trabajo, inspirarse en ti y empezar a verte como referente. Aunque no sea de tu círculo familiar, se llevará esa inspiración a su casa”, continúa.
Es más, Sara Desirée abre todavía más el círculo: “Es enorme. Como adulto presente en cualquier contexto puedes y debes intervenir. Deberíamos entender que educar es una responsabilidad comunitaria”.
La responsabilidad de los adultos para con los adolescentes es algo que les va a marcar para el resto de su vida porque a veces ni siquiera ellos entienden que “no son de cristal sino que son diamantes por pulir”. Pero la realidad nos muestra que no tienen por qué comprenderlo todo aún ya que están en desarrollo. “Lo harán con el tiempo, a medida que su cerebro se desarrolle y ganen experiencia. Muchas de sus cualidades aún no las han descubierto, y por eso necesitan adultos que les sirvan de referencia para ayudarles a verse y a desarrollar su potencial. Son diamantes en bruto que necesitan oportunidades para pulirse, pero en ningún caso son frágiles”, apunta Sara Desirée.
La paciencia es una de las virtudes a desarrollar por ambas partes en esta etapa de la vida. “En la adolescencia, los jóvenes nos pondrán a prueba y cuestionarán lo que no les gusta del mundo. Su cerebro aún no interioriza los límites y las normas, así que necesitan que se los expliquemos y que comprendan su función. Es un proceso y requiere paciencia”, asevera.
La comunicación también resultará crucial: “Es lo más importante. Hay que expresar motivos, necesidades, consecuencias, y permitir que experimenten esas consecuencias de sus decisiones. Es un equilibrio complicado, porque queremos protegerlos sin coartar su libertad. La clave está en dialogar y argumentar en lugar de imponer”.
Por supuesto, los padres que ahora tienen adolescentes en casa parten con una desventaja respecto a los que vendrán. Cuando ellos fueron adolescentes no había tanta información ni se había estudiado tanto al respecto. Por eso más de uno y de dos se agarran a lo que con ellos funcionó y trata de pasar por alto el conocimiento actual, ya sea por pura comodidad o por convicción.
Pero, ¿y si con ellos no fue todo tan bien como imaginan? “Muchas familias suelen argumentar que ‘conmigo funcionó, ¿por qué no va a funcionar ahora?’. Es muy común. Pero realmente, ¿funcionó? O solo en algunos aspectos. Mucha gente dice "yo no salí tan mal", pero cuando profundizas, ves que hemos construido creencias para sobrevivir sin darnos cuenta de las heridas que llevamos. Creemos que nunca hemos sufrido, pero luego nos enfrentamos a situaciones que nos superan porque no aprendimos a gestionar emociones o relaciones de manera saludable”, explica nuestra experta.
“Por eso es importante cuestionarnos. No se trata de rechazar todo lo aprendido, pero sí de evaluar si es lo mejor. Cuando dejamos de dudar, dejamos de aprender. Siempre hay que tener presente que los adolescentes son personas, no extensiones de nosotros. No debemos proyectar en ellos nuestras propias carencias no resueltas. Son individuos con su propio desarrollo, que crecerán en un mundo distinto al nuestro”, añade rotundamente.
Lo complicado, como siempre, es encontrar el equilibrio entre el acompañamiento, la proximidad y la educación, sin pasarse de frenada. Porque los roles deben ser claros para ambas partes. No podemos equivocarnos ni equivocarles.
“Es importante acompañarlos con curiosidad. Preguntarles por qué algo les interesa tanto, ver cómo podemos cooperar con ellos. Los padres tienen un rol claro que es guiar, acompañar y educar. No se trata de amiguismo ni colegueo, sino de ejercer nuestros roles de forma respetuosa. Debemos aceptar que adoptarán valores y creencias distintas a las nuestras. Las amistades tienen otra función: explorar el mundo, compartir experiencias, resolver problemas juntos. Los adultos somos referentes, no compañeros de juegos o confidentes en los mismos términos que sus amigos”, asegura Sara Desirée Ruiz.
Estos roles nos ayudarán, además, a mantener cierta distancia que nos lleve a mantener la alerta respecto a determinados comportamientos. “Hay conductas que son propias de la adolescencia y otras que no deberían darse. Por ejemplo, es normal que un adolescente tenga un mal día, pero si la tristeza se prolonga un mes, hay que prestar atención. Las familias necesitan conocer los indicadores básicos para detectar problemas de salud mental y prevenir situaciones que pueden volverse más complejas si no se abordan a tiempo. No se trata de alarmarse, sino de estar informados y atentos”, apunta.
Por ahí aparecen dos conceptos tan importantes como difíciles de manejar a estas edades: los límites y las normas. “Son conceptos diferentes, aunque a veces se usen indistintamente. Las normas suelen ser acuerdos colectivos, ya sea en sociedad, en familia o en grupos de trabajo, con el objetivo de convivir de la mejor manera posible. Los límites, en cambio, son más personales. Lo que para una persona puede no ser un problema, para otra sí lo es”.
“Durante la adolescencia, los jóvenes están descubriendo esos límites, lo que los lleva a ponerlos a prueba en distintos entornos. A veces desafían normas de convivencia y otras veces desafían los límites individuales de las personas que los rodean. Es común que los adolescentes perciban normas y límites como injustos, simplemente porque provienen de una figura de autoridad”, nos explica Sara Desirée.
Ahí debe aparecer en el adulto la coherencia como un asidero constante. “En esta etapa los adolescentes buscan fallos y defectos en las normas impuestas y exigen explicaciones. La clave está en la coherencia y en evitar establecer normas o límites en momentos de cansancio o frustración. Es mejor abordar estas conversaciones en momentos de calma. Es fundamental explicar el "por qué" y el "para qué" de las normas y límites. Cuanto más claras sean las explicaciones, más fácil será para el adolescente comprenderlas, aunque no necesariamente las comparta”.
Y cuando no las comparten, aparece lo que la autora de ‘En esta casa mando yo, y punto’, denomina ‘la soberbia adolescente’, esa sensación de superioridad y de creer que lo saben todo, que “es un mecanismo natural de afirmación personal, un intento de reivindicarse y encontrar su lugar en el mundo”.
El reto de las familias es comunicar las normas sin que el adolescente sienta que pierde su poder de decisión y, por supuesto, sin echar mano del castigo, algo que está completamente demostrado que no funciona como hace años se imaginaba. En su lugar, debemos optar por la reflexión. “Es crucial cambiar la mentalidad para que entiendan la relación entre sus acciones y sus consecuencias, en lugar de asociar errores con castigos automáticos”.
En este punto surge una gran crítica por parte de Sara Desirée Ruiz hacia el sistema actual de educación, anclado en el pasado de un modo general. “La evolución en la comprensión de la adolescencia avanza más rápido en las familias que en las instituciones educativas. Las leyes y estructuras escolares a menudo van varios pasos por detrás de la realidad social, pero tengo claro que para que las organizaciones cambien, debe haber una demanda social. Ejemplo de esto es la regulación del uso de móviles en las aulas, impulsada por la preocupación de la comunidad. En el caso de los castigos, a pesar de la evidencia de que tanto estos como las sanciones escolares no son efectivos, no hay un movimiento activo que exija su eliminación”.
Con este panorama, no es de extrañar que Sara Desirée Ruiz abogue por una novedosa iniciativa que serviría para echar una mano a los padres con adolescentes en casa. Ahora que tan de moda está la conciliación, esta educadora social apuesta por una fórmula extra a introducir en los hogares: “Se deberían contemplar permisos parentales para acompañar la adolescencia, ya que es una fase de reajuste familiar significativa”, apunta.
“La adolescencia puede ser una de las etapas más conflictivas, ya que los jóvenes empiezan a hacer cosas para las que aún no están preparados, generándoles inseguridad y malestar. Es un periodo de cambios profundos a nivel cerebral, corporal y social, lo que afecta su relación con la familia y su entorno”, añade, apuntando a que todo este escenario puede afectar tanto a los propios adolescentes como a sus padres, con lo que no estaría de más disfrutar de más tiempo para compartir durante esta etapa.
“Muchos padres y madres se sienten olvidados durante la adolescencia de sus hijos y se preguntan ‘¿quién se preocupa por mí?’. Es clave que los adultos tengan tiempo para ellos y se cuiden a sí mismos para poder acompañar a los adolescentes de forma equilibrada”, añade para ir un paso más allá para concluir: “Si un adulto siente que su estado emocional le impide ejercer su función de guía y protección, es recomendable buscar apoyo, ya sea terapia, actividad física u otros espacios de bienestar. La paternidad y maternidad pueden llevar a las personas a descuidar su identidad y relaciones, por lo que es fundamental reservar tiempo para uno mismo”.