El catedrático Daniel Arias Aranda dijo lo que muchos pensaban y se hizo viral: cuestionó el nivel de los universitarios en una carta abierta con un titular con el que todos los medios gozaron: no era para menos que todo un catedrático dijera 'Querido alumno universitario de grado: Te estamos engañando". Hoy, esa carta se ha convertido en un libro con recetas para acabar con ese drama publicado por Temas de Hoy.
En dicho libro cuenta anécdotas de otros profesores -alumnos de teleco que no saben dividir porque siempre usaron calculadora, otros que quieren ser directivos y se presentan en chándal a sus evaluaciones orales; tutorías vacías- y expresa las muestras de apoyo de miles -y algunas críticas también, sin descartar ofensivas- de profesores que trabajan contra una marea que les lleva por delante. "He leído testimonios que me han hecho saltar las lágrimas, de profesores de 30 años que toman tranquilizantes para dar clase", confiesa Daniel en una entrevista con Informativos Telecinco.
Arias Aranda, que lleva dando clases en la universidad cerca de 25 años, dos de ellos en la Universidad Complutense de Madrid y el resto en la Universidad de Granada, recuerda cuando las aulas estaban llenas de alumnos y a las puertas de su despacho las colas de tutoría eran eternas. Sin embargo, ahora, las clases están vaciadas de jóvenes con ganas de aprender y a sus tutorías, casi no acude nadie.
En una sociedad en la que el paro juvenil es superior al 30% y más del 55% de los jóvenes viven en casa de sus padres, la institución universitaria aún se considera el culmen de una formación que garantiza la inserción laboral. Pero es una gran mentira. La foto de la orla, hoy a color, antaño en blanco y negro, es motivo de orgullo, sobre todo entre los estudiantes cuyas graduaciones se celebran por todo lo alto en palacios de congresos, teatros y aulas magnas. Los padres sonríen y felicitan a sus hijos por el logro, sin importarles si han finalizado sus estudios en la fecha de la graduación. Instagram y TikTok se llenan de fotos y vídeos de los recién graduados. Para no escatimar en espectacularidad, hay incluso quienes adoptan la tradición anglosajona de la toga y el birrete. Esta es la apariencia, pero la realidad no es esa. Y Arias Aranda lo cuenta sin tapujos en un libro que duele, que escuece.
¿Es la universidad una fábrica de parados? ¿qué porcentaje del paro corresponde a personas con educación superior? Pues a finales de 2022 era del 8,6%. ¿Esto es mucho o es poco? Necesitamos un marco de comparación. Elijamos la Unión Europea, como dice Daniel en su libro. España ocupa el segundo lugar por la cola. Mejor no compararnos con Alemania, República Checa o Hungría, con porcentajes inferiores al 3%.
¿Cuál es la explicación de este desajuste brutal? Según el Banco de España, "la menor cualificación, por término medio, de los trabajos desempeñados por los jóvenes licenciados españoles sugiere que su nivel de desempleo comparativamente mayor que el de sus homólogos del área del euro podría obedecer, entre otros factores, a una menor calidad de la educación superior".
Más datos para la alarma. En la actualidad, uno de cada tres universitarios abandona la formación que inició, es decir, cambia de opinión a medio grado y decide empezar otra titulación. Más alarmante es que una quinta parte deja la universidad sin terminar ningún tipo de estudios. "En los institutos deberían tener muchísima información sobre qué supone cada titulación" y otra idea podría ser que los estudiantes más avanzados de ESO pudieran cursar alguna asignatura de la universidad, lo que en EEUU se denomina "Advance placements", señala el experto.
Qué hacer. Daniel Arias pide reformar la Ebau "que no selecciona a nadie" para garantizar que el estudiante llegue con un "mínimo" de conocimientos. En veinte años, hemos pasado de un 72% de aprobados a un 92%, además de haber triplicado el número de sobresalientes. "Hay 17 sistemas diferentes y se debe establecer una estandarización a nivel nacional para evitar desequilibrios" entre las autonomías. En su opinión, existe una "inflación" de las notas y el hecho de que cada año aprueben más alumnos no implica que estén mejor preparados. "No es la evidencia que nos está llegando a la universidad". Yo he tenido -añade- alumnos en mi titulación que no saben hacer una derivada o tienen problemas graves en operaciones de cálculo que para un universitario deberían ser sencillos. El problema es que la selección no está midiendo lo que tiene que medir, que es el nivel de preparación que requiere un alumno para acceder a la universidad".
Arias Aranda propone poner la mirada en países como EEUU, Alemania o Reino Unido. Por ejemplo, en Estados Unidos "puedes hacer la selectividad las veces que tú quieras y si un chaval tiene la capacidad de aprobarla a los 14 o 15 años" se le permite examinarse y matricularse en los estudios universitarios.
¿Y cómo ve Arias la prueba? "La imagino con una amplia batería de preguntas, la mayoría tipo test, que cubrirían las materias para cada una de las modalidades de Bachillerato, y evaluaría la comprensión lectora y el análisis en castellano, en idioma extranjero y en el idioma autonómico correspondiente".
Arias desgrana algunas de las realidad que impiden la excelencia en la universidad, pese a que tenga en estos momentos a los profesores mejor preparados de su historia, aunque también a los más desmotivados, obligados a la hacer tareas burocráticas o volcados en lo que no deben si quieren ascender o mejor salarialmente.
Los planes de estudio de muchas titulaciones "están obsoletos y no responden a las necesidades sociales y laborales para los que fueron diseñados; no se realiza un asesoramiento adecuado a los alumnos de enseñanzas medias sobre los planes de estudios universitarios y la existencia de otras alternativas a la universidad y algo más: en esta sociedad de lo inmediato en la que vivimos inmersos, existe un desdén generalizado que da la espalda a la cultura del esfuerzo.
El profesor sostiene que hoy "hay muy poquitos alumnos brillantes", pese a no ser "más tontos que los de antes". Y mucho que ver en ello tienen las sucesivas leyes de educación que han generado "más confusión que soluciones a los problemas reales. Ningún país avanzado cambia de ley educativa cada vez que entra un nuevo gobierno". Porque en este camino "se ha ido limitando la autoridad del profesorado facilitando el paso de estudiantes no preparados y con materias pendientes al siguiente curso". Y sí, esto da pie a un pasotismo y la anulación del interés en el esfuerzo y la superación.
Arias pide sacar lo mejor de cada alumno en vez de "darle una palmadita en la espalda y un pase gratuito al siguiente curso sin tener los conocimientos necesarios" y abocarle así a "la jungla" del mercado laboral sin herramientas. Y todo ello con unos padres helicóptero que son "capaces de ir a revisar un examen de universidad con su hijo o acompañarle a una entrevista de trabajo", lo que supone una "infantilización" tal que luego es un trauma de cara a un mundo real que requiere habilidades, especialización e iniciativa. Algo de lo que carecen muchos jóvenes hoy aunque sus currículum estén adornados con muchos másteres.
En la actualidad, insiste Arias, muchos estudiantes se esconden tras un dispositivo electrónico y no muestran interés por las explicaciones. Sin embargo, "no prohibiría los móviles o las tabletas porque me da vergüenza prohibir cosas en clase a gente que tiene más de 18 años. Ellos deberían tener ya la capacidad de autorregular su uso (...); soy partidario de dar educación y del autocontrol", agrega el catedrático, que reitera que tampoco ve lógico convertir las clases en un centro de diversión.
No cree el experto que la culpa sea de los estudiantes porque les rodea un cóctel perfecto en su contra con una universidad del siglo XXI con estructuras del siglo XX, que ha dado incluso pasos atrás tras la apuesta por lo online tras el covid. Por eso, esta realidad dramática convive con el interés de Estados Unidos y de muchos países europeos por captar a los egresados españoles, "normalmente son los mejores. Además son personas dispuestas a marcharse, es decir, gente con ganas de dar el salto y para eso tienes que tener también bastante bien amueblado el cerebro".
Arias no solo señala errores, también 'se moja' a la hora de exponer recetas. Entre ellas está eliminar de raíz el desprecio al docente e insistir para que se restituya al profesorado universitario su autoridad intelectual en la elaboración de planes de estudio, modelos de enseñanza y currículos. Como señala en su libro Arias "no puede ser que los que tomen todas las decisiones sean organismos alejados del día a día. Tenemos que darnos prisa, ya que el mundo se transforma a tal velocidad que los contenidos que enseñamos ya son anticuados. Y eso es inadmisible. Fortalezcamos las habilidades fundamentales en todos los niveles educativos: enseñemos a pensar, a discernir lo falso de lo verdadero, a superar obstáculos, a comunicar, a comportarse, a leer y a escribir adecuadamente en español e inglés, a tolerar la frustración y, sobre todo, a buscar la mejora continua". Y otro punto, el profesor no educa, forma, la educación debe partir de casa.
No solo eso, Arias apuesta por dejar en un segundísimo plano la tecnología, como ya han hecho en países como Francia y Suecia, y volver al lápiz y al papel. "la capacidad de las nuevas generaciones es limitada, se necesita un vocabulario amplio para expresarse y también comunicación en casa". Porque en el fondo esta cultura Matrix no está resultando.
El catedrático propone también instaurar una cultura de competencia y colaboración en todos los niveles educativos. "Hagamos flexibles los primeros años universitarios y de Formación Profesional estableciendo pasarelas. Las titulaciones no deben ser rígidas. No permitamos que una mala decisión frustre una vida". Porque hoy, queramos verlo o no, eso está pasando. Y sí, es un fraude y un engaño. Por mucha foto de orla que tengamos en casa.