La pandemia lo paró todo durante un año. Las economías del mundo se frenaron y el consumo cayó en picado. Las vacunas han reactivado el mercado y las empresas se han tenido que mover rápido porque había mucho dinero guardado y ganas de consumir después de tanto sufrimiento. Sin embargo, hay algunos elementos que se han oxidado un poco y no parece que vaya a ser tan fácil ese rebote anunciado.
Los fabricantes necesitan materias primas y energía para hacer sus productos y ambas cosas han pasado a ser dos bienes escasos. Según datos del instituto alemán IFO, el porcentaje de empresas afectadas por la escasez de materias primas en el mercado llegaba en Alemania al 63% en los últimos meses. Las materias primas han dejado de extraerse y exportarse durante la pandemia y ahora hay prisa por hacer acopio. No va a ser fácil que lleguen rápidamente los materiales para hacer los chips que necesitan los coches o los teléfonos. También se han disparado otros materiales como el aluminio, que cuesta casi el doble que el año pasado. La fabricación de aluminio se ve precisamente afectada por las políticas encaminadas a contaminar menos, como les pasa a otras grandes industrias (cementeras, azulejeras, etc.)
Tampoco va a ser sencillo obtener suficiente energía para poner las factorías a tope. Miles de empresas han presionado a los centros tecnológicos chinos para que saquen todo el producto posible de cara a las navidades próximas. Resultado: apagones en China estos días porque no hay suficiente generación de electricidad, un problema agravado por la política China de reducir sus emisiones de CO2. Los apagones se han producido en las provincias del norte, pero ya están afectando también a las grandes plantas de Guangzhou, Shenzhen o Guangdong.
Conseguir electricidad en estos tiempos de rebote económico se está convirtiendo en un problema mundial de primer orden. Su precio en los mercados mayoristas no para de crecer. Confluyen varios culpables:
Vamos a sumar ahora el factor del transporte. Existe un colapso del transporte marítimo y terrestre por diferentes causas. En el mar los grandes buques de transporte acumulan retrasos de entregas desde hace meses y los fletes se han ido por las nubes ante la presión de la demanda post pandemia. Para que se hagan una idea, los fletes se han incrementado casi un 400%. Según el Índice Mundial de Contenedores de la consultora Drewry, el precio del flete para un contenedor de 40 pies ha pasado en un año de 2.000 a 10.000 dólares El comercio mundial sufrió también la pandemia.
Primero se paralizaron las fábricas y los barcos dejaron a acudir a China a por productos fabricados en sus megainstalaciones. Pero sí fueron a por mascarillas y productos sanitarios. En una segunda fase de la pandemia, el teletrabajo incrementó la demanda de ordenadores y tecnología. Eso hizo que las exportaciones chinas a EEUU se incrementaran un 12%, pero los contenedores se quedaban en los puertos americanos porque no había nada que cargar de vuelta: las exportaciones de EEUU a China cayeron un 14%. Ese es un ejemplo de los desajustes de un mercado que, para colmo, vio cómo un buque se quedó varios días bloqueando el canal de Suez.
El transporte terrestre tampoco es que esté mucho mejor. En muchos países, los pequeños transportistas apenas han podido sobrevivir ante la caída del consumo por los confinamientos. A ello hay que sumar situaciones como la del Reino Unido, donde por culpa del Brexit hay escasez de camioneros. La Asociación de Transporte por Carretera británica lleva meses advirtiendo de que faltan unos 100.000 conductores en el país para hacer frente a las necesidades del sector. Las colas en las gasolineras ante la falta de combustible aumentan.
La consecuencia lógica de todo ello es precios más caros. La inflación se está disparando y amenaza con obligar a los bancos centrales a subir los tipos en un momento de altísimo endeudamiento por culpa de la Covid-19. Ese panorama de nubes negras que anuncian tormenta es el peor para los inversores, a quienes, a la mínima, les entra el miedo y acuden a refugios. Esto hace que bajen las cotizaciones de las empresas en los mercados y les pongan en situaciones complicadas de financiación cuando más necesitan lo contrario.
Como ya ocurriera durante la pandemia, en estas situaciones impera el sálvese quien pueda. La vicepresidenta bromeó con la posibilidad de pedirle a Putin que bombeara más gas para que bajaran los precios, pero después a su Gobierno no le ha temblado la mano para intervenir en el sector eléctrico y recortar los beneficios de las empresas. Estas decisiones suelen tener partido de vuelta y las eléctricas amenazan con no tener más remedio que hacer otras cosas. Veremos las consecuencias. Además, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, se ha ido a Argelia con las empresas de gas españolas para asegurarse que este invierno vamos a tener suficiente suministro. Los expertos creen que eso está conseguido.
El problema puede venir en forma de alza inesperada de precios y retraso de la recuperación económica. Eso tiraría por tierra las previsiones de felices años 20 del Gobierno que ya ha visto cómo sorprendentemente el PIB no subió lo que se había estimado: ¡de un 2,8% a un 1,1%!
No nos engañemos: la mayoría de las variables no las controla el Gobierno, pero eso nunca suele ser considerado un eximente cuando se saldan cuentas en las urnas.