"Fiesta, qué fantástica, fantástica esta fiesta". La canción de Raffaella Carrà arrasaba en España el verano en el que el IPC topó con su máximo: un 28% de subida en agosto de 1977. Todas las crisis energéticas, y la actual no es una excepción, suelen llevar aparejado este viaje en el tiempo a los años setenta.
En esa década, dos episodios relacionados con el petróleo pusieron a las economías occidentales contra las cuerdas. El precio del crudo entonces también se disparó. Los países árabes prohibieron el envío de petróleo a Occidente como castigo por su apoyo a Israel en la guerra de Yom Kipur en 1973. En la deriva de los acontecimientos surgió una especie de poltergeist económico llamado ‘estanflación’: una combinación de bajo crecimiento e inflación. Eso es lo que pasó en los setenta.
Es un fantasma recurrente cada vez que el petróleo sube mucho de precio. Ahora duplica su coste respecto a hace un año. ¿Estamos viviendo un momento parecido al de hace cincuenta años? Esa es la pregunta que se hacen muchos expertos estos días viendo las cotizaciones de las materias primas y la deriva de los precios.
“La dependencia del petróleo no es la misma que teníamos hace 50 años. El impacto tiene que ser menor. La referencia a la crisis del 73 no la veo tan clara”, sostiene José Moisés Martín, economista y consultor. Las economías utilizan mucho menos crudo para producir una unidad de PIB, al igual que un coche de hoy consume mucha menos gasolina y recorre más kilómetros.
Un shock petrolero nos hace más pobres. Directamente. Lo que más compra España del exterior es precisamente esto: crudo y derivados. Como no se puede prescindir de él y cada vez es más caro, tenemos que destinar más dinero de nuestro bolsillo a este producto. Eso nos resta poder adquisitivo. Es así siempre que ocurre: parte de nuestra renta va a parar a los países productores.
Hay dos vías de impacto en la economía:
Si las economías no son tan dependientes del crudo gracias a las mejoras de eficiencia, ¿estamos salvados? ¿Se puede amortiguar mejor el impacto? No todas las crisis energéticas son iguales, para empezar. Y la actual no se limita al oro negro.
Que no todo sea igual a lo que vimos en los setenta también tiene su lado bueno. Expertos como Olivier Blanchard, execonomista jefe del FMI, creen que hay razones para no esperar efectos tan severos. Argumentan que hay cambios estructurales que funcionan algo así como escudos frente a un shock petrolero.
"Las subidas de precios no generan en sí mismas una recesión. Lo hacen de manera indirecta si obligan a los bancos centrales a intervenir para frenar la escalada. En los setenta se subieron mucho los tipos de interés para detener la inflación y eso provocó la recesión", explica José Moisés Martín, economista y consultor.
El BCE ya ha comenzado, por así decirlo, las maniobras necesarias para poder subir tipos en caso de que sea necesario. Es también una especie de señal para que los agentes se crean esa lucha contra la inflación (lo que no quiere decir que no veamos más subidas puntuales).
La situación es endiabladamente compleja. Mucho más porque a la crisis energética se suma un contexto de guerra en Europa. Y eso tampoco estaba en los setenta.