La UE y toda la comunidad internacional están inquietas por la partida geopolítica que se está jugando en el Viejo Continente, ante la amenaza rusa sobre Ucrania. Pero el miedo no se limita a una guerra campal entre los implicados. ¿Qué sucede si Vladimir Putin vuelve a invadir Ucrania, Occidente golpea a Rusia con sanciones y el Kremlin toma represalias cerrando los conductos que transportan gas ruso a Europa? Ante este peligro, Europa se reunirá con sus aliados estadounidenses el próximo 7 de febrero, para detallar una estrategia conjunta para asegurar el suministro.
Se plantean dos escenarios si el conflicto estalla:
Los expertos coinciden en que un cierre total es "improbable". "Otra cosa es que llegado a un punto dentro de la negociación política y si la cuestión militar se complicara más, no sea descartable que haya pequeños incidentes en el suministro. Cortes puntuales como herramienta de presión. Cortar el grifo completamente sería tan malo para Rusia como para Europa", explica Luis Velasco, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Vigo.
Gonzalo Escribano, principal analista de energía y clima del Real Instituto Elcano, coincide con él. "A Rusia no le compensa económicamente. Tampoco le sale rentable a Europa sancionar a los rusos y dejar de importar su gas". Las "multas" que barajan la UE y sus aliados (el más notable Estados Unidos) van desde limitaciones a los grandes bancos rusos hasta el veto al polémico gasoducto Nord Stream 2, que va de Rusia a Alemania.
En ambos escenarios, Ucrania y los países del Este serían los afectados más directos, seguidos de los estados de Centroeuropa (Austria, Eslovaquia, etc.). Hasta diez países europeos reciben más del 75% de su gas desde Rusia, de acuerdo con los datos más recientes del Eurostat.
De las grandes potencias, Alemania es la más sensible. Con su rechazo progresivo a la energía nuclear, una cuarta parte de su demanda energética la cubre con gas y la mitad es de origen ruso. Precisamente, por ello el papel intermediador de los germanos cobra peso, explica Velasco.
Pero, aunque a España, el corte no le afectaría de forma directa (la mayoría de nuestro gas proviene de Argelia), el conflicto lastraría el mercado europeo del gas. Con lo que se notaría en el precio: la subida dependería del nivel de las tensiones. Ya hemos visto lo ocurrido a lo largo de 2021: cada vez que el Kremlin ha hablado sobre la crisis gasística, las predicciones del mercado de futuros han cambiado.
"Con las existencias que tenemos y si no hace mucho frío y Rusia cumple con sus contratos a largo plazo, podríamos llegar a marzo o abril y superar lo más complicado", apunta Escribano. Incluso con cortes importantes al suministro. Luego, habría unos meses, hasta el próximo invierno, para tratar de reconducir la situación.
En el escenario de un cierre total, extendido en el tiempo, las reservas no serían suficientes. Todos los países tienen provisiones de emergencia, pero estas duran alrededor de un mes. Además, para esta temporada de invierno el nivel de las reservas de gas ha sido la más baja de la última década. Cuando normalmente en octubre los depósitos europeos suelen estar al 90%, en el décimo mes de 2021 se encontraban al 75%. Y, a 27 de enero de 2022, se encontraban al 40%, según datos de AGSi
Si el cierre de los gasoductos es total, la respuesta es no. El problema es la oferta disponible de gas natural licuado (GNL). La capacidad de producción y exportación es limitada y se necesitaría tiempo para ampliarla. Por lo que no sirve como as en la manga para una escasez repentino. De acuerdo con fuentes consultadas por The Economist, se podría cubrir entorno al 15% de la demanda.
La mejor esperanza de Europa sería apoderarse de los cargamentos de GNL existentes, destinados a otros lugares, como Asia. Un fenómeno que ya se observó en diciembre, cuando cientos de barcos metaneros se "dieron la vuelta" y navegaron hacia el nuevo mejor postor. Pero, sería un golpe al bolsillo de los Estados miembros. El GNL es de por sí más caro por su coste extra de su producción (licuarlo para su transporte por mar y regasificarlo de nuevo en tierra). Con un mercado energético disparado y la posición "débil" de Europa, el precio de la oferta subiría.
Por su parte, este viernes, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, han expresado que asegurarán el suministro al Viejo Continente. EEUU ya aporta el 20% del suministro actual de GNL, el mismo porcentaje que Qatar.
"Hacemos un llamamiento a todos los principales países productores de energía para que se unan a nosotros a la hora de garantizar que los mercados energéticos mundiales sean estables y estén bien abastecidos", han añadido en una nota conjunta. Los dos socios concretarán su cooperación en la reunión del Consejo de Energía EEUU-UE que se celebra el próximo 7 de febrero en Washington.
La buena noticia es que ya estamos a mitad del invierno. El auge de las temperaturas supone que el gas se desinfla como herramienta de presión. Más horas de luz y calor significan menos dependencia de la luz y la calefacción. Y las renovables como la solar y la eólica también cobran mayor peso. Para marzo el índice de futuros europeos espera que el precio del gas baje. Hace una semana era a los 75 euros el megavatio hora, pero con la creciente tensión las previsiones han vuelto a subir por encima de los 90 euros.
La primavera no solo es un aliado para Europa en lo energético, sino también en lo militar. “El deshielo de las nieves en Ucrania va a hacer que el país se convierta en un lodazal. Ya lo vimos durante la Segunda Guerra Mundial. No van a tener la capacidad de moverse rápidamente hasta la línea del río Dniéper o, en el peor de los casos, del Dniéster”, explica Luis Velasco.
La gran duda es si Rusia se puede permitir dejar de ingresar el dinero del gas. En el corto plazo parece factible. Las reservas del banco central ruso acumulan más de 600.000 millones de dólares y la subida del precio del propio gas, pero, sobre todo del petróleo, son una fuente importante de ingresos. El precio del barril de Brent ronda los 90 dólares (un 43% más que hace un año). "Es verdad que mantener la tensión, tener unos precios elevados, contener su oferta, les pone en una posición de fuerza", dice Escribano.
Pero a medio y largo plazo, los expertos opinan que el sistema no podría soportarlo. "No tiene pulmones para aguantar indefinidamente", condensa Escribano. Y no solo por los ingresos del gas. “El despliegue militar en Ucrania y Bielorrusia puede ser efectivo momentáneamente. Pero una ocupación a largo plazo es muy cara e inviable para la economía rusa”, añade Velasco.
¿Y si Rusia encontrase nuevos clientes, especialmente en China? Esto supondría tener transportar su gas en metaneros, no por gasoductos, lo que tiene un coste de producción más alto. “Aunque Rusia encontrara mercados alternativos, donde vender ese gas a buen precio, lo que no es descartable a día de hoy, los márgenes serían muy inferiores. Supondría igualmente una pérdida económica”, dice Velasco.
Escribano apunta que es otro parámetro que podría echar a Rusia para atrás en su órdago frente a Europa. Si se labra una reputación de proveedor poco fiable, puede poner en jaque futuras relaciones comerciales con clientes actuales y futuros.
Velasco lo tiene menos claro. “Sabían que era algo podía ocurrir en 2014 cuando optaron por quedarse con Crimea… y aceptaron ese coste. La pregunta es, ¿hasta qué punto están dispuestos a asumir en Rusia y, sobre todo, el Kremlin?”, matiza. Putin tiene los índices más bajos de aprobación desde que accedió a la presidencia en 1999 (del 80% de entonces han caído por debajo del 60%).
“La dependencia gasística de Europa de Rusia no va a desaparecer en el corto plazo. En el peor de los escenarios nos encontramos que va a haber crisis recurrentes", valora Velasco. Una situación que achaca en parte a que "la reconversión de la economía europea hacia fuentes de electricidad verdes se ha diseñado sin tener en cuenta el escenario geopolítico”. Aunque reconoce que a medida que se implementen, la dependencia del gas ruso caerá.
Gonzalo Escribano también lo ve así. "Si hace unos años hubiésemos acelerado en la transición a otros sistemas energéticos, ahora estaríamos fastidiados pero no hasta estos límites. Se han hecho nuevos flujos para los países del Este, tenemos el shale gas proveniente de EEUU... Pero, por ejemplo, en España llevamos años pidiendo interconexiones. Con ellas, ahora podríamos aportar seguridad energética al resto de Europa, enviando gas", apunta.