Los niños y el ingreso mínimo vital: el futuro se decide hoy para ellos
Los menores de 17 años son los que más sufren la pobreza en nuestro país. El ingreso mínimo vital que sus padres pueden solicitar desde este lunes podría romper la cronificación de su pobreza
Crecer en condiciones desfavorables incide en la capacidad cognitiva de los niños y tiene repercusiones a largo plazo
El ingreso mínimo sacará de la pobreza extrema a más de un millón de personas, según el Gobierno
En más de la mitad de los hogares que desde este lunes pueden solicitar el ingreso mínimo vital, viven niños. No se ha hablado mucho de ellos en la tramitación del decreto ley. El debate se ha centrado más en si la medida tenía que ser una renta de emergencia o permanente, en si era un desincentivo a trabajar, en si iba a fomentar la economía sumergida... Poco se ha dicho de qué repercusión podía tener en los menores que sufren esta pobreza, en su desarrollo cognitivo y sus posibilidades a futuro.
“Un porcentaje muy alto de niños que crece en situaciones de pobreza, cuando son adultos siguen siendo pobres. Eso está demostradísimo”, sostiene Charo Rueda, catedrática en Psicología Experimental en la Universidad Granada. Vivir mucho tiempo en un hogar con dificultades y pocos recursos tiene un impacto a largo plazo para los menores. “Hay muchos estudios longitudinales en EE.UU. y el Reino Unido que claramente indican que periodos de tiempo por debajo del umbral de pobreza están relacionados con mayor probabilidad de que tengas mala salud, dificultades de encontrar empleo estable, problemas psicológicos...”, apunta Olga Cantó, profesora de economía en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid).
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La clave para entenderlo está en el cerebro. “La gente piensa que uno nace con un cerebro y ya está, pero no es así. Los pulmones respiran aire, el cerebro respira de la experiencia”, explica Rueda. “A partir de los tres años de edad, los estudios ya han constatado diferencias en el volumen del lóbulo frontal, en función del estatus social de los padres de los niños”. En esta parte del cerebro (la última en desarrollarse), se albergan funciones cognitivas superiores como la memoria, la atención, el razonamiento, la capacidad de entender lo que le pasa al otro...
“¿Qué pasa con la pobreza? El cerebro crece de manera jerárquica. Un impacto temprano en su desarrollo por unas circunstancias desfavorables implica un impacto a largo plazo. Lo que no sabemos es: si la situación de dificultad de la familia se soluciona, ¿se corrige el déficit producido durante los primeros años?”, plantea Rueda.
El drama de la pobreza infantil en España
Las cifras son tozudas: el grupo de personas que más sufre la pobreza en nuestro país es menor de edad. Lo era antes, durante y todavía más después de la Gran Recesión que arrancó en 2008: el 26,8% de los menores de 17 años vive por debajo del umbral de pobreza frente al 21,5% del resto de la población (datos de 2018). Es la segunda más alta de toda Europa. Solo en Rumanía hay un mayor porcentaje de niños viviendo en una situación económica desfavorable.
La pobreza infantil en España no solo es elevada, además es persistente. Este indicador ha empeorado mucho en los últimos años: el 18% de los niños afectados lleva más de tres años viviendo en una familia donde no se ingresa lo suficiente. De nuevo está por encima del resto de las edades.
“El problema es la cronificación de la pobreza en España. No poder salir de esa situación durante mucho tiempo sabemos que genera dificultades en la etapa adulta”, les recordaba Cantó la semana pasada a los diputados en la Comisión de Reconstrucción. “Hay un problema de desconocimiento de la realidad”, insiste esta experta en el tema tras su paso por el Congreso. En España 2.183.000 menores de edad viven en casas precarias y frías en invierno, que comen pocas (o ninguna) frutas y verduras a diario, que sufren la falta de cosas materiales... Sus padres no ganan lo suficiente para mantener un mínimo nivel de vida.
“Estos niños crecen en un ambiente poco estructurado, muy cambiante, sin muchas rutinas y eso hace que estén con una alta activación emocional. Por eso les cuesta centrar su atención para aprender o estudiar”, explica Rosalba Company Córdoba, licencia en Psicología y doctoranda en el Programa de desarrollo inclusivo y sostenible de la Universidad Loyola de Andalucía.
Las cifras en España avalan esta teoría. El porcentaje de abandono escolar en los niños que viene de familias pobres triplica al del resto. Su capacidad de comprensión lectora también es menor, según los datos de los informes PISA.
En estos hogares pobres concurren tres circunstancias clave en el desarrollo de los menores, según Rueda, que además de profesora es directora del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva del Desarrollo en CIMCYC.
- No existen los recursos educativos y las oportunidades de aprendizaje al mismo nivel que familias que no sufren situaciones adversas.
- La seguridad afectiva también se ve impactada por la pobreza.
- Las carencias nutritivas, el no tener patrones de sueño, higiene adecuada... Todos estos factores también inciden.
“No es que los padres sean peores. Es que cuando una familia tiene carencias no puede proporcionar el entorno óptimo para el desarrollo de los niños. Los padres están estresados, viven angustiados si no tienen ingresos, deprimidos, sufren ansiedad... Un niño que se levanta para ir al colegio y ha dormido mal porque en su barrio se han pasado la noche gritando, o no ha podido desayunar, cuando llegue a clase estará por detrás de cualquier niño que no tenga esas circunstancias”, argumenta Rueda.
Jorge Martinez, coordinador del proyecto “Familias acompañando familias” de la Parroquia de Santa Anna (Barcelona), trata a diario con esta realidad. “Hay quien ya estaba angustiado antes del COVID-19 y el confinamiento ha agravado su estado de alarma psicológico”, explica. “Son personas que viven al día y han perdido la faena que les permitía subsistir. La mayoría vive con toda la familia en habitaciones realquiladas ilegalmente entre 300 y 500 euros en barrios pobres. Todos tienen dificultades para pagar el alquiler. No tener trabajo, papeles, seguridad de vivienda... No saber cómo poder salir adelante puede paralizarte”.
El ingreso mínimo, en caso de que cumplan los requisitos de acceso, no solucionará todos los problema de los niños en estos hogares. “Ojalá sean ellos los más beneficiados, pero haría falta también hacer los colegios más inclusivos; incluir a todos estos chavales con compañeros de otro estatus social que les puede generar el entorno de oportunidades que no tienen en casa”, opina Rueda.
También en ese apartado también falla nuestro país. Tenemos uno de los mayores niveles de segregación escolar por origen socioeconómico, solo por detrás de Hungría, Bulgaría y Rumanía. Este gráfico indica que, para que no existiera esa desigualdad, tendrían que cambiar de centro escolar el 23,8% de los alumnos. En la Comunidad de Madrid este porcentaje se eleva al 27%. En Finlandia, el país más igualitario en ese sentido, la cifra ronda el 17%.
“Las oportunidades están mal distribuidas y los que están abajo tienen muchas menos. Es fundamental cambiar eso para que el país progrese”, sostiene Cantó. “No es solo una cuestión de equidad; es que estamos tirando talento por la borda si discriminamos en función del origen social de una persona”.
Lo que la ciencia y los datos dicen es que para poder garantizar esta igualdad de oportunidades hay que atajar las diferencias desde la infancia y cuando antes. La última investigación de la profesora Rueda ha detectado que ya a los 16 meses de edad se observa una relación significativa entre el estatus de la familia y cómo reacciona el cerebro del bebé.
“Para que las personas lleguen a su etapa adulta en las mismas condiciones hay que ir al origen de la desigualdad, que es donde menos se está trabajando”, argumenta Borja Monreal, director de SIC4Change y consultor de políticas públicas. Un ingreso mínimo, aunque insuficiente, puede aportar su granito de arena en esta dirección si consigue mejorar la calidad de vida de los menores en hogares vulnerables. “Pero no nos olvidemos: a la renta mínima se accede cuando todas las demás políticas no han sido capaces de ayudar a estas personas”, advierte Monreal. “En realidad, son un reflejo del fracaso del sistema”.