El último dato del paro anticipa nubarrones en la economía española. No se habla en campaña de economía ni de políticas de futuro enfrascados en Franco y Cataluña. Un dato grave permanente en la sociedad española es el de un abandono escolar que tiene muchas más secuelas de las que parece. No solo porque limita la capacidad de los jóvenes de encontrar trabajo en el futuro sino porque en la sociedad del conocimiento les convierte en parias.
Una de las variables que condicionan el nivel de formación de la fuerza de trabajo es el abandono de la educación y de la formación antes de completarla. Según los últimos datos publicados en 2018, en España, un 17,9% de los jóvenes entre 18 y 24 años sufren un abandono temprano de la educación-formación. A pesar de ser un porcentaje elevado se observa un enorme progreso en este terreno en comparación con ejercicios anteriores: en 2006, la proporción de abandono temprano superaba el 30%. En comparación con 2010, el abandono temprano se ha recortado en más de diez puntos porcentuales, desde 28,2% entonces al ya indicado 17,9%.
Sin embargo, si comparamos los resultados con la media de Unión Europea podemos observar que, pese al progreso señalado, el porcentaje español de abandono temprano continúa siendo prácticamente el doble. En 2018, la media de los 28 países de la UE se situó en 10,6%. Polonia se destaca con el porcentaje más reducido (4,8%). Con porcentajes de solo un dígito se encuentran también Holanda (7,3%), Francia (8,9%) y Suecia (9,3%). Otros países tienen una proporción similar a la media comunitaria: Alemania (10,3%), Reino Unido (10,7%) y Portugal (11,8%). Italia tiene la segunda mayor proporción de abandono temprano de la educación-formación, con 14,5%, pero aun así mantiene una ventaja apreciable respecto de España.
Ya nos avanzaban los resultados del anterior trimestre que 2019 arrancaba con un crecimiento económico ligeramente ralentizado. Los datos publicados ayer confirman esta tendencia: la economía española avanza a la mitad del ritmo en que lo hacía en el bienio 2015-2016. En el segundo trimestre de 2019 el PIB creció un 1,8% interanual, su menor aumento en los últimos cinco años.
La desaceleración más evidente es la del sector exterior. Tras crecer más de un 4% anual entre 2012 y 2017, las exportaciones de mercancías acumulan tres trimestres seguidos con caídas interanuales.
El consumo interior de los hogares muestra un crecimiento positivo en comparación con 2018 (+0,8%) a pesar de ser la variación más reducida desde 2013. El efecto contrario se ve reflejado en el consumo de las Administraciones Públicas que lleva tres trimestres consecutivos aumentando más de un 2% interanual. Es algo que no ocurría desde junio de 2010. Sin embargo, ni así se ha podido evitar que el consumo total (público + privado) registre su menor incremento desde 2014 (+1,1% interanual). El debilitamiento de la economía, paulatinamente se ve reflejado en los servicios privados.
En agosto, las ventas del comercio tuvieron su primera caída en seis años (-0,2% interanual, descontando la inflación). Este resultado lo ha determinado el descenso en las ventas de vehículos (-19,3%), segmento donde la facturación se ha reducido en nueve de los últimos doce meses.
Si comparamos la situación actual con la de la economía de hace un año, podemos observar que la facturación total de los servicios (siempre con la inflación ya descontada) muestra un incremento de un 3,3% anual, el menor desde enero de 2015. Pese a la moderación, hay subsectores que exhiben una expansión saludable, como el caso de Actividades profesionales (+7% anual) y actividades administrativas (+5,3%).
Es importante destacar que el PIB lleva cinco trimestres consecutivos creciendo menos que el empleo lo que implica una caída de la productividad media. Al mismo tiempo, en la primera mitad del año en curso, el salario medio ha vuelto a crecer por encima de la inflación, lo que no había sucedido en los dos años anteriores.
La productividad en descenso potencia el incremento de los costes laborales reales por unidad de producción. Estos costes unitarios en alza implican una pérdida de competitividad que añade una dificultad más para una evolución saludable del comercio exterior. En el segundo trimestre del año, los costes laborales reales por unidad producida aumentaron un 0,9% interanual. En el tercer trimestre, el incremento ha sido de un 1,2%, el más alto en diez años. Es un ritmo demasiado elevado, que en caso de mantenerse podría ensombrecer las perspectivas económicas.
La situación política interior sigue sin permitir la puesta en marcha de nuevas reformas que mejoren el funcionamiento de la economía. Por eso, la evolución de los costes laborales por unidad de producción será una de las claves que determinará en qué punto se estabilizará el crecimiento del PIB.