Raúl tiene 34 años y es fisioterapeuta. En 2008, en plena crisis, estaba trabajando en Andalucía en una clínica a jornada completa, dado de alta solo seis horas y como administrativo por 1.000 euros. “Mi jefe apuntaba en un post-it cada día a la hora que llegaba y a la que me iba. Cuando me daba el cheque mensual me señalaba que, según sus cálculos, me había regalado unos 150 euros”, comenta. Cuando llegó el momento de hacerle indefinido le propusieron que trabajara varios meses sin estar dado de alta. No aceptó, pero “hubo gente que si lo hizo”, señala.
Desde entonces ha pasado por muchos trabajos, en Huelva, Mérida y Madrid. Llegó a montar su clínica con sus ahorros pero la crisis le asfixió. “En la gestoría me decían que tenía que facturar más porque Hacienda me iba a investigar de lo poco que declaraba. Tuve que cerrar. No tenía ni para comprarme un pantalón”, recuerda, no sin antes recalcar que no tenía gastos personales de ningún tipo porque vivía en casa de sus padres. A día de hoy tiene claro que los autónomos debería pagar en función de lo que facturen.
"Vivir solo es imposible"
Diez años después se hace 150 kilómetros diarios para ir a trabajar. Cobra 1.200 euros por 35 horas. Completa esta jornada con un empleo de una hora diaria en un centro de mayores del Ayuntamiento de Madrid por el que cobra 160 euros netos. Está contento pero se queja de que “vivir solo es imposible”. Ahora comparte piso con dos personas más. Un alquiler para él solo en Guadalajara le cuesta 600 euros al mes, más gastos… “no podría”, dice. Se lamenta de que la casera les ha subido el alquiler 200 euros de golpe y que los sueldos no suben a este ritmo.
Carol tiene 33 años. En 2008 estaba cursando psicología en Madrid, estudios que se pagaba trabajando como dependienta. Así se costeó toda la carrera, Erasmus incluido. Cobraba unos 1.200 euros entre sueldo y comisiones con un empleo a tiempo parcial. Nunca tuvo apoyo económico familiar pero asegura que entonces con ese dinero se podía vivir y pagar la carrera. Hoy, un máster después, es autónoma y trabaja en dos clínicas distintas. Las aseguradoras le pagan 6,50 euros por paciente. Cobra entre 1.000 y 1.200 euros brutos. “Tienes que hacer malabares para llegar a fin de pero es lo que hay. Hay momentos difíciles, como Navidad. Me pagan tres meses después, así que en Diciembre, cuando más gastos tenemos con las fiestas, cobro agosto. Este mes hay muy poco trabajo y una de las dos clínicas cierra”, se lamenta.
La aventura de emprender un negocio
Su novio, Héctor, también es autónomo y dice que hoy en día debes prever los gastos que vas a tener dentro de tres o cuatro meses. Antes, “tuvieras el trabajo que tuvieras no tenías que preocuparte por los gastos”. Su historia es parecida a la de su pareja. Él se vino a Madrid a hacer arquitectura técnica, también sin apoyo económico familiar, trabajaba en la hostelería y salía adelante. En verano trabajando en las fiestas de su pueblo “llegaba a ganar 3.000 euros al mes currando 15 horas diarias”.
Terminó la carrera en 2012, el peor momento para el sector de la construcción. “Todos los compañeros que empezaron a trabajar, con mejores o peores condiciones, en estudios de arquitectura, por entonces ya estaban en la calle”. “A mi nadie me contrataba porque no tenía experiencia; ni siquiera conseguía entrevistas”. A Héctor le pasó lo que los orientadores laborales llaman “el círculo perverso: si no tienes experiencia no te contrato y como no te contrato no tienes experiencia”, explica la socióloga Cristina Cuenca.
En el peor momento de la crisis el paro juvenil llegó al 48% entre los jóvenes de 16 a 29 años, según el estudio ‘Cambios sociales y el empleo de la juventud en España: Una mirada hacia el futuro', del Injuve. Hoy el paro entre los jóvenes de 30 a 34 años es del 16,6%, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Hace diez años, el paro en esa misma franja de edad era del 10,28%.
Sin trabajo de aparejador, Héctor volvió a trabajar de camarero y se matriculó en arquitectura. “Es imposible hacer esa carrera y tener un empleo a jornada completa”. Así que dejó la facultad y al tiempo cerraron el bar. Con los pocos ahorros que le quedaban se aventuró a montar su propio negocio. Una tienda ubicada en La Latina donde vende los muebles que él mismo diseña y fabrica y restaura otros viejos. Asegura que después de dos años sobrevive porque trabaja 12 horas diarias. “Es muy complicado… tengo una hucha porque como autónomo sé que tres o cuatro meses al año pierdo dinero”.
"Los jóvenes, el eslabón más débil"
Raúl, Carolina o Héctor podrían ser ejemplo la precariedad laboral en España. “La degradación laboral afecta a todos pero los jóvenes son el eslabón más débil”, sostiene Cuenca para quien la crisis fue un punto de inflexión. La salida de la crisis ha sido posible a costa de las condiciones de los trabajadores, explica el también sociólogo Xavier Coller, catedrático de sociología de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
“Se ha perdido poder adquisitivo, las condiciones son peores y los sindicatos tienen cada vez un papel más débil”, dice Coller que señala que las perspectivas de futuro no son halagüeñas. Al trabajador se le va a exigir cada vez “más flexibilidad y más capacidad de movilidad entre empresas y de territorialidad”. Para este catedrático planificar a largo plazo cada vez será más difícil precisamente por la inestabilidad y la flexibilidad.
Cuenca señala que los jóvenes con esta crisis se han vuelto descreídos y es que saben que solo les llaman para sustituciones o se hacen un máster porque es el único modo de lograr un contrato en prácticas.
Los expertos admiten que salir de esta espiral y progresar es complicado pero insisten en que la solución está en manos de los jóvenes. “Si lo que has estudiado no te ha dado una oportunidad, tienes que provocarla tú”, aconseja Cuenca. Raúl, Carolina y Héctor podría ser un buen ejemplo. Raúl no pierde la esperanza de volver a Andalucía, su tierra natal. Carol sueña con que su consulta privada sea su sustento principal y Héctor espera crecer en el corto plazo y poder invertir para ampliar su negocio. “No barajo la idea de trabajar por cuenta ajena. Ahora que he creado algo, quiero mantenerlo”, confiesa. Son ellos, pese a todo, la punta de lanza del futuro. Y ya saben lo que es pasarlo mal.