“Los problemas a los que se enfrentan los países ricos del mundo son a menudo inquietantemente familiares para los que estamos acostumbrados a estudiar el mundo en desarrollo”. Los últimos premio Nobel de Economía, Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo se dieron cuenta de esto cuando empezaron a pensar sobre su libro ‘Buena economía para tiempos difíciles’ (Taurus, 2020). La academia sueca les premió por su enfoque para erradicar la pobreza en los países más desfavorecidos, ¿qué sabían ellos de los problemas de la otra mitad del mundo?, se preguntaron.
Resultó que había unas cuantas lecciones que se podían aplicar. Y si hay algo de lo que saben los países pobres es de transferencias de rentas, de programas de ayudas a las familias en mayor riesgo de exclusión.
Este viernes el consejo de ministros aprueba el Ingreso Mínimo Vital (IMV). Una renta para los hogares con menos ingresos del país. Un proyecto, como muchas otras cosas, acelerado por la urgencia ante los estragos de la pandemia. Las críticas tipo: “esta medida lo único que conseguirá será cronificar la vagancia de la gente”, no son nuevas.
Es lo mismo que llevan escuchando Barnejee y Duflo toda su vida de investigadores. La diferencia, quizá, es que ellos tienen datos. El metódo de investigación que aplican estos economistas, las pruebas aleatorias (como los ensayos que utiliza la medicina para saber si un fármaco funciona), despegó precisamente tras el éxito de un sistema de ayudas a familias pobres.
Fue en México en la década de los noventa. El programa se llamó: PROGRESA. Santiago Levy, entonces ministro de economía, planteó dar directamente dinero a las familias con menos recursos a cambio de que los niños fueran al colegio y acudieran a las revisiones médicas. Levy pensó que si demostraba la eficacia de la medida sería muy difícil que el siguiente ejecutivo la eliminara. Las limitaciones presupuestarias ayudaron: no había dinero para todos. Así que seleccionaron aleatoriamente el grupo de aldeas que iba a recibir las ayudas. La prueba piloto demostró que la escolaridad se disparaba, especialmente en las chicas, en comparación con los pueblos que no habían recibido dinero. Entonces más países se animaron a aplicar un sistema parecido de transferencias condicionadas (es su nombre técnico).
Muchas políticas gubernamentales se resisten a dar dinero a la gente porque creen que no funcionará, que no servirá para nada. Y ahí es donde entran en juego dos cuestiones:
Aunque la pobreza es un problema poliédrico, un ingreso mínimo podría ayudar a reducir los actuales niveles que tenemos en nuestro país (de los más altos de la UE). Ya se ha visto que ha funcionado en otros lugares. Aquí también se pueden extraer dos conclusiones:
Banerjee y Duflo tardan tiempo en obtener los resultados de sus experimentos. No les preocupa. La evidencia termina llegando. Nosotros no somos premios Nobel, pero es verdad que con cifras se debate mucho mejor. Si había un momento perfecto para empezar a buscarlas es este: en una crisis como nunca se había visto desde la guerra civil.