El olor a chocolate con churros recién hechos impregna todo el local. Dentro, desayunan 16 personas, casi el aforo máximo permitido por el coronavirus. Son las 9:45 horas. La imagen sería de lo más cotidiano en otros tiempos, pero ahora, en época de pandemia, esa escena es una excepción. No por falta de clientes. Sino por las restricciones. La Granja Viader, la chocolatería más antigua de Barcelona y con 151 años de historia, apenas se llena una hora al día de las tres que tiene permitido abrir. Antes se formaban largas colas, de vecinos y turistas, constantemente. A la dueña, los números dejaron de cuadrarle hace meses.
“Estoy agobiada, no sé si podrá sobrevivir el negocio. En junio pensaba que tendríamos que cerrar en diciembre, pero de momento seguimos”, explica Mercè Casademunt Viader, de 61 años. La actual propietaria de este negocio familiar y bisnieta del fundador, asegura que “esta situación no se había vivido nunca. He dejado de pagar el alquiler, los gastos son muy grandes: la luz, los impuestos, tengo varios créditos e hipotecas. Estamos muy justos ya y no sé cuánto podré aguantar. Si tuviera que cerrar sería algo muy gordo, no es cualquier negocio, aquí está toda mi vida y la de mi familia”.
Las restricciones en Cataluña solo permiten abrir a bares y restaurantes entre las 7:30 horas y las 10:30 horas para desayunos y de 13:00 horas a 16:00 horas para comidas. “Pero nosotros no damos comidas. Aquí la gente venía a merendar y desayunar, a disfrutar de un chocolate con churros o de dulces caseros, porque todo lo hacemos nosotros. Es un lugar para sentarse y disfrutar. Nadie viene a las 8 de la mañana. Y todo se nos concentra ahora entre las 9:30 horas y las 10:30 horas, una hora al día y así no cubrimos ni los gastos”.
La Granja Viader es uno de los pocos locales emblemáticos que quedan en Barcelona. Situada al lado de la Rambla y muy cerca del mercado de la Boquería, se mantiene casi intacta a como la levantó el bisabuelo de Mercè en 1870. Entrar al local es casi como meterse en el túnel del tiempo: siguen las mismas mesas de mármol con patas de hierro en las que desayunó en su momento Picasso. También las baldosas de colores. De las paredes cuelgan las fotos familiares, las cuatro generaciones que durante este tiempo se han hecho cargo del negocio. Y como, no, también hay espacio para el Cacaolat, porque fue aquí donde el fundador de esta chocolatería elaboró por primera vez este batido de cacao. Todo sigue casi igual y todo se sigue elaborando de manera artesanal.
La clientela agradece ese sello propio que perdura. “Es un lugar con identidad de Barcelona. Antes veníamos a merendar pero hemos adelantado el horario”, cuenta una madre, su hija y la abuela mientras remueven su chocolate. “Siempre había mucha cola para entrar. Yo venía aquí ya con mi padre. Imagínate si hace años. Me daría mucha pena que tuvieran que cerrar”, asegura la anciana.
A pocos metros Toñi saborea un bizcocho. Una vez a la semana se acerca a desayunar a esta chocolatería. “Es mi momento”, sostiene. “A veces no sabemos valorar lo que tenemos. Somos muy de lo nuevo y no apreciamos los locales de toda la vida”. Comparte esa opinión una pareja de venezolanos que está sentada dos mesas más abajo. Estos jóvenes llevan viviendo desde hace seis años en un pueblo de Barcelona. “Siempre que vienen amigos de fuera les traemos aquí. Sería una pena que cerrara un sitio con toda esta historia”.
La situación de la Granja Viader es el reflejo de la difícil situación que atraviesa muchos comercios, bares y restaurantes. “Yo pido de todo. Que me dejen trabajar más horas y ayudas”, cuenta Mercè que tiene a sus nueve empleados en ERTE desde hace casi un año.
“Esto no la habíamos vivido nunca. No voy a decir que es peor que en la Guerra Civil, porque aquello fue terrible. Pero ni entonces tuvimos que cerrar. El año pasado no pudimos abrir entre marzo y junio por el estado de alarma y ahora ya ves, muy pocas horas al día”.
Mercè nació en las viviendas que hay justo arriba del local. Desde bien joven aprendió a gestionar el negocio familiar. “Mi bisabuelo, mis abuelos, mi padres trabajaron aquí. A mí de pequeña me encantaba ponerme en el mostrador a vender los domingos. Siempre me gustó. Estudié magisterio, pero me quedé toda la vida aquí”.
La chocolatería tiene un pequeño obrador done pasteurizan leche fresca y venden una amplia gama de chocolates, quesos y embutidos artesanales. “Gracias a eso conseguimos atenuar algo la caída de la facturación porque en la chocolatería las ventas se han hundido hasta un 90%”, asegura la propietaria.
A las 10:30 horas de la mañana la chocolatería se vacía. Es la hora límite para cerrar, según la normas impuestas por la Generalitat para contener los rebrotes. Manuela, una funcionara jubilada apura su chocolate. “Vengo una vez por semana, y eso que ahora vivo lejos. Me encanta todo, el ambiente, la decoración y el servicio, te atienden muy bien, son muy amables”.
A partir de ese momento, Mercè deja de atender en las mesas y se centra en los clientes que vienen a comprar leche o requesón fresco. “Siempre había estado aquí, pero ahora me toca hacer de todo, de camarera, las gestiones,todo el día sin parar”.
La Granja Viader tuvo que posponer el año pasado la celebración del 150 aniversario del negocio por el coronavirus. Mercè confía en poder retomar pronto esa celebración. Pero no es su único deseo. También que su hijo Marc pueda continuar con la chocolatería. Sería la quinta generación. Para eso les tendrán que dejar abrir más horas al día y que remonten las ventas. “No quiero perder la esperanza”.