No, no es una crisis. Lo que España tiene se llama desaceleración

  • Los economistas insisten en hablar de desaceleración y no de crisis

  • Alertan del elevado nivel de pesimismo que hay entorno a la economía

  • Los datos que conocemos no apuntan a ningún hundimiento

Sir John Marks Templeton solía decir que las cuatro palabras más peligrosas en el idioma inglés eran: “this time is different”. En castellano también son cuatro: “esta vez es diferente”. Se refería este multimillonario inversor a la peligrosa idea de ignorar la historia y creer que las viejas reglas ya no aplican. Porque el pasado… nunca muere.

A riesgo de enfadar a señor Templeton, falleció a los 96 años días antes de la caída de Lehman Brothers, vamos a aclarar por qué esta vez sí será diferente. Esta es la crónica de una desaceleración anunciada.

“La mayoría de los economistas pensamos que la etapa de menor crecimiento en la que estamos entrando no tendrá nada que ver con la crisis que acabamos de pasar”, sostiene Matilde Mas, catedrática de economía y directora de proyectos internacionales del IVIE. “Muy pocos vieron venir la crisis anterior y eso es lo que más daño hace: el factor sorpresa genera pánico. Ahora la situación es muy distinta”.

La economía española levanta el pie del acelerador pero sigue creciendo, aunque sea a su menor ritmo de los últimos tres años. El PIB avanza todavía a un 2%. Sí, es verdad que el Banco de España ha revisado a la baja su previsión para este año cuatro décimas hasta el 2%, pero la mitad de esa corrección ya contamos se debía a cambios metodológicos (y el PIB tiene también sus defectos).

Si la economía fuera un coche, estamos hablando de pasar de 80 km/hora a 72 km/h. O de 50 km/h a 45 km/h. ¿Diríamos que el vehículo está frenando? No hay pistas en la curva del PIB que apunten a un hundimiento. Lo que se observa es que sobre todo, el motor del consumo de las familias deja de tirar tanto. Esa ha sido la fuerza que ha sostenido el crecimiento económico de los últimos años: se recuperaba empleo y los hogares ante la expectativa de una mejora de sus finanzas, se lanzaban a comprar más. Ahora hay signos de debilitamiento de ese patrón. Además las familias han aumentado su ahorro hasta niveles de 2013. Puede indicar que no ven con tanto optimismo el futuro.

El propio gobierno ha reconocido que tendrá que retocar a la baja sus previsiones ante un “otoño muy complicado” (Brexit, elecciones en España…). Pero de nuevo, nadie espera grandes descalabros inminentes en el crecimiento. Las previsiones para 2020 de varios organismos se mantienen, de momento, en el entorno del 1,9%.

“En la economía hay ciclos y nos tocará una recesión o lo que Alemania tiene ya (un ligero crecimiento negativo) en algún momento antes de 2025. Será un problema, pero no como el de 2008. No vamos a ver una parada cardíaca del sistema como entonces”, pone de ejemplo Federico Steinberg, investigador principal de economía internacional Real Instituto Elcano.

“Ahora mismo se ha generalizado el pesimismo, entre otras cosas, por el énfasis en los medios de comunicación. Cuanto más catastrófico, más interés genera. Lo mismo sucede con los políticos, en campaña permanente: siguen metiendo miedo”, opina Mas. “Hay mucho tremendismo”, coincide Steinberg.

El problema del pesimismo generalizado

Las personas todavía están mirando al pasado para buscar referencias de una recesión y claro: se topan con “La Gran Crisis de 2008”. Eso hace que proyecten algo parecido en el futuro y de ahí, parte de la explicación del pesimismo tan generalizado. La gente normal ¿Qué va a pasar? Los investigadores del comportamiento lo llaman “sesgo de representatividad”. Si se incendia la casa de tu vecino piensas que tienes más probabilidades de que te pase a ti lo mismo. “Todavía no se nos ha olvidado el recuerdo reciente de la crisis de 2008”, explica Steinberg. “Y cuanta más gente piense que se acerca una crisis... al final se convierten en expectativas autocumplidas”.

El nobel de economía Robert Shiller acaba de publicar un libro en el que habla precisamente de esto: de cómo las narrativas mueven las economías. Su teoría tiene más fuerza que nunca en un mundo hiperconectado (los tuits de Donald Trump mueven los mercados) y no debería sorprendernos mucho. Si las noticias falsas son capaces de abrirse grandes huecos en la audiencia ¿por qué no lo van a hacer las expectativas de la gente de cómo va a ir la economía? “Shiller rescata un poco esta idea de que el relato se va armando persona a persona”, añade Steinberg.

“La estrategia óptima en estos momentos sería conseguir que las expectativas se formaran mirando al futuro en lugar de mirando al pasado”, apunta Mas. “Especialmente en lo que se refiere a la inflación, en mínimos de hace tres años. Esto es justamente lo contrario de lo que nos hace falta. Necesitamos que los precios suban para que suban los salarios nominales y estimulen la demanda”.

Los precios en España no subieron en septiembre y la variación de los últimos doce meses se sitúa solo en el 0,1%. No se veía un nivel tan bajo desde principios de 2016.

Por qué esta vez es diferente (para bien y para mal)

Aclarado pues, lo normal es que el crecimiento económico en España vaya languideciendo poco a poco (y que eso implique una menor reducción del paro, en el 14% ahora), la pregunta que hay que hacerse es: cuando llegue la próxima tormenta (que no tsunami), ¿estaremos mejor o peor preparados para capear el temporal?

“Ahí hay debate”, dice Steinberg. “Hay gente que dice que tenemos un paro y una deuda muy alta, pero también tenemos menor deuda privada y un superávit por cuenta corriente que antes no existía”.

La deuda sigue estancada en el 99% del PIB y marcando récords. No hay forma de reducirla y eso que el gobierno se lo ha propuesto. La comparativa con el inicio de 2008 es bastante aterradora: entonces la deuda pública suponía el 35%. En diez años se ha multiplicado casi por tres. La buena noticia es que los tipos de interés han caído tanto que cerca del 40% de toda la montaña de deuda está en tipos negativos. Endeudarse hoy sale muy barato o incluso gratis.

Pero también es verdad que no dependemos de los mercados exteriores para seguir funcionado. Eso fue en parte lo que nos mató en la crisis anterior: que nos cortaron la respiración asistida, por así decirlo, en plena crisis. Ahora no nos pasaría eso. España tiene una capacidad de financiación de 27.900 millones de euros.

Aún así, la catedrática de la universidad de Valencia, sostiene que estamos peor preparados. “En España nos hemos quedado sin ningún tipo de instrumento para defendernos y lo que nos queda en la mano son las reformas estructurales: eso sí que nos protege de verdad. Seguimos viviendo de las rentas de una recuperación tras una fuerte crisis”. El problema es que sin un gobierno no hay forma de cambiar nada. Ni las reformas estructurales de las que tanto hablan los economistas (mercado laboral, educación, investigación...) ni nada por el estilo. Y en eso vuelven a estar de acuerdo: hace falta alguien con sentido de estado que desactive el piloto automático de la economía y marque el rumbo de la nave.

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