Una ciencia que no estudia el virus es clave en esta pandemia: la que analiza el comportamiento humano
Mascarillas, guantes, medicinas, vacuna... Para acabar con el coronavirus también hará falta aplicar la ciencia del comportamiento humano
“La prevención contra la extensión de la pandemia tiene tres factores que se interponen en su camino. Primero, la gente no se da cuenta del riesgo que corre. Segundo, va en contra de la propia naturaleza humana aislarse. Tercero, muchas veces las personas, de manera inconsciente, se ponen en riesgo a sí mismas y a quienes les rodean”. George A. Soper, ingeniero sanitario estadounidense desarrolla estas ideas en su artículo ‘Lecciones de la pandemia’ publicado en la revista Science el 30 de mayo.
Sí, ha leído bien. El artículo se publicó el 30 de mayo... de 1919. Entonces el mundo se enfrentaba a la mal llamada gripe española (no venía de nuestro país pero se le quedó ese nombre). 50 millones de personas murieron en apenas ocho meses. Cuando Soper publicó sus lecciones de pandemia, la letal gripe todavía seguía dando sus últimos coletazos.
MÁS
101 años después, su enfoque sigue siendo válido aunque estemos peleando contra otro virus de la familia de enfermedades respiratorias y en una sociedad radicalmente mucho más avanzada. Las medidas de prevención siguen siendo las mismas: el COVID-19 se combate con un cambio del comportamiento humano.
“En una crisis como esta, donde los contagios se dan por contacto personal y el seguimiento de las normas es crucial para el control de la pandemia, el comportamiento de las personas ha de ponerse en el centro del debate”, opina Antonio M. Espín, economista del departamento de Antropología Social de la Universidad de Granada.
Las lecciones de Soper, aunque viejas, han inspirado a una cuarentena (sí, son 42 exactamente) de investigadores sociales para crear una especie de lista de “cosas que sabemos” sobre las reacciones de la gente y cómo se pueden modificar sus decisiones. “La investigación se puede aprovechar para lanzar mensajes de salud pública efectivos o mantener motivaciones prosociales”, sostienen los autores del estudio.
Esa actitud prosocial es clave. “Está claro que esta situación es como un bien público, o dilema social, que requiere de la cooperación de todas las personas, a menudo en contra de sus intereses personales particulares, para conseguir el resultado socialmente eficiente”, explica Espín. Para mantener ese trabajo en equipo que hace falta aplicar mucha teoría del comportamiento.
El miedo como motor de cambio. Una de las reacciones normales durante episodios como el actual es sentir miedo. Las emociones negativas, como una enfermedad, pueden ser contagiosas y agravar la situación. Pero el miedo puede ser útil en algunas situaciones. Si la gente piensa que es capaz de lidiar con la amenaza, apelar al miedo puede ser efectivo para cambiar un comportamiento. Por ejemplo: no buscar excusas para salir a la calle.
Optimistas por defecto. En general, aunque uno crea que es un cenizo, los humanos tendemos a ser optimistas. En épocas de pandemia hay que tener cuidado con este sesgo porque la gente tenderá a subestimar el riesgo. Puede ser uno de los motivos por los que reaccionamos tarde con el coronavirus. “Las estrategias de comunicación tiene que ser equilibradas y romper esta tendencia natural al optimismo”, opinan los investigadores. Tampoco hay que pasarse, porque entonces se puede generar ansiedad y temor.
Emociones y percepción de riesgo. Cuando estamos en modo volcán de emociones, los estudios dicen que es posible que ignoremos los números que deberíamos conocer. Simplemente no podemos procesarlos en ese momento. La información sobre el COVID-19 en los medios se centra más en las muertes que en las recuperaciones. En parte tiene una explicación científica. Ese enfoque negativo captura nuestra atención y nos sensibiliza todavía más. Falta por saber si un mensaje menos negativo (y menos angustioso) relajaría también nuestra respuesta al confinamiento.
Desastres y pánico. Pensemos en el papel higiénico o en la locura de compras de los primeros días. Seguramente algo de pánico o estrés predominó en estas reacciones. Las noticias que se publican pueden fomentar este ‘sálvese quien pueda’ tan corrosivo en una situación de emergencia. Los estudios, sin embargo, han visto actitudes muy diferentes en catástrofes como terremotos, huracanes, incendios... La gente coopera porque surge una especie de identidad común cuando se comparte la experiencia de vivir un desastre. Apelar a este sentimiento de ‘nosotros’ puede ser muy útil.
Normas sociales. Nuestro comportamiento se ve afectado por el qué dirán. Los humanos tendemos a ser muy reactivos a las decisiones de la gente que nos rodea. Por eso es una buena idea dar información sobre el cumplimiento de ciertas normas (si es verdad, claro). “El 90% de las personas se está quedando en casa”, decían los datos del INE y nuestros teléfonos móviles. El big data puede servir para que se cumpla todavía más el confinamiento. “Bueno, si todo el mundo lo hace...”, pensará hasta el que tenía dudas sobre la medida.
Los ‘empujoncitos’ o nudges Esas marcas en el suelo de los supermercados para guardar la distancia de seguridad, o en los acceso al tren o al autobús, son pequeños cambios que nos empujan a mantener cumplir con una nueva norma. Estos nudges tienen multitud de aplicaciones. “Pueden servir para diseñar solicitudes de ayudas teniendo en cuenta el tipo de persona que lo va a solicitar ”, propone el físico Anxo Sánchez, investigador del comportamiento humano y profesor en la Universidad Carlos III (Madrid).
Desigualdad. La ciencia también ha descubierto que las personas marginadas económica y/o racialmente suelen tener menos nivel de confianza en las instituciones. Este factor es clave porque son los organismos públicos los que nos obligan a cambiar nuestras decisiones individuales durante la pandemia. “Estas comunidades tenderán a fiarse menos de la información de salud pública que reciben y estarán menos dispuestos a adoptar las medidas de seguridad recomendadas”. En estos casos se recomienda un enfoque diferente de la información que se les da.
La visión ‘suma cero’. Muchas veces la gente tiende a pensar en estos términos: lo que yo pierdo es lo que gana el otro. Se les llama juegos de suma cero. Hay que tratar de explicar a la población que este tipo de pensamiento no casa bien con una pandemia: uno está a salvo si se protege y los demás también son capaces de hacerlo. Arrasar con todo el stock de mascarillas de la farmacia puede tener mucho sentido desde un punto de vista individual, pero es contraproducente. Si tu vecino no puede llevar mascarilla, el problema no es solo de él: también es tuyo.
Incentivos y castigos. Las multas por saltarse el confinamiento son necesarias. Hay que parar los pies a quien se comporta de manera egoísta. “Funcionan también las sanciones informales, como recriminar a alguien que no toma las medidas oportunas o felicitar a quien las toma. Cuando estos incentivos no existen, la cooperación suele caer en el tiempo”, explica Francisco Reyes, cofundador de la consultora Behave4. “La gente deja de cooperar para el bien común cuando ve que otros no cooperan y no se les castiga.”
Polarización política. La división no es buena, pero en tiempos de pandemia es un desastre. Puede que una parte de la población decida no seguir las normas decretadas porque no se fía de los políticos que están tomando las decisiones. El confinamiento no ayuda. Encerrados en casa e informándonos a través de redes sociales y nuestros programas favoritos es más fácil que solo escuchemos a quienes piensan como nosotros. ¿Qué se puede hacer? Tendrían que ser los propios líderes políticos, y también los medios de comunicación, los que destacaran los acuerdos respecto a las medidas adoptadas por el COVID-19.
El ‘Gran experimento’
Los investigadores llevan años estudiando todos estos patrones de conducta a través de experimentos. El actual contexto no solo es ideal para aplicar lo que se conoce sino para seguir avanzando en el conocimiento porque la sociedad nunca había vivido nada igual. El confinamiento es el “Gran Experimento” y hay mucho que aprender: no sabemos si lo que conocemos sobre el comportamiento humano aplica del todo en el momento actual.
“El comportamiento prosocial es necesario para hacer frente con éxito a la pandemia, pero la evidencia existente no proporciona una predicción clara sobre cómo se adapta durante tal shock tan negativo como el del coronavirus”, explica un estudio publicado esta semana por investigadores españoles titulado ‘Exposición a la pandemia y generosidad de Covid-19 en el Sur de España’.
“Hemos recogido datos sobre comportamiento prosocial durante seis días de confinamiento y hemos encontrado que la gente se vuelve más egoísta a lo largo de este corto periodo de tiempo. El efecto es más importante para los mayores de 40. Los datos en Estados Unidos reportan resultados similares: disminuye la confianza y aumenta el egoísmo”, explica Pablo Brañas-Garza, director de Loyola Behavioral Lab y uno de los autores del estudio.
El descubrimiento de Soper
Volviendo al inicio del artículo, el estadounidense Soper no se hizo famoso por su análisis de la gripe española (aunque se haya rescatado 101 años después). En realidad el nombre de este ingeniero sanitario está asociado al de la asintomática más famosa de la historia: Mary Mallon o María la tifoidea. Fue Soper quien descrubrió en 1907 a esta cocinera de origen británico, responsable de contagiar de tifus a las familias para las que trabajaba. Según Wikipedia, Mallon contagió a más de 500 personas.