La suya es una vida de reto en reto. En el currículum de Antonio de la Rosa constan aventuras que a la mayoría le parecerían una locura, a algunos les gustaría ser capaces de afrontar y solo unos pocos están capacitados para llevar a cabo.
Ahora se enfrenta a su hazaña más complicada. Y eso, en su caso, es mucho decir. Porque de la Rosa ya ha cruzado el Atlántico y el Pacífico a remo y ha navegado por las frías costas de Groenlandia con una tabla de pádel surf. “No encontraré otro reto peor. Es el reto de mi vida, haré otros, pero no creo que sean como este”, afirma.
Este sábado comienza la aventura. Recorrerá los 1.000 kilómetros que separan la Patagonia chilena de la Antártida en solitario. Es la primera persona en intentarlo. Pero su aventura no se queda ahí. Después, transformará su embarcación de siete metros de eslora en un velero y continuará navegando unos 2.000 kilómetros hasta la isla de Georgia del Sur.
Quiere emular el arriesgado viaje que hizo hace un siglo el explorador Ernest Shackleton para salvar su vida, tras quedar atrapado junto con su tripulación durante 16 meses. “Hace tiempo que sigo a Shackleton, así que intentaré que mi reto tenga la misma repercusión que el suyo. Incluir en el reto la parte de historia me da fortaleza”, explica. Finalmente, atravesará la isla de Georgia haciendo trekking y esquiando, un total de 50 kilómetros hasta la estación ballenera de Husvik.
En total recorrerá 3.500 kilómetros y lo hará en uno de los lugares más complicados del planeta, donde se encontrará con temperaturas gélidas, vientos de hasta 150 kilómetros por hora y olas de doce metros.
Dice que cuando emprende una aventura se transforma, porque aunque reconoce que en casa suele ser desordenado, lleva todo lo necesario para pasar 40 días en una embarcación de solo 7 metros. “Llevo dos años preparando esto, el éxito de cada reto está en el trabajo previo. Si no haces los deberes, es como intentar aprobar sin estudiar. Hay que tener todos los ’porsiaca’ preparados”, cuenta Antonio.
Por eso, lleva todo el material que necesita por duplicado y tiene en su cabeza todos los problemas que le puedan surgir con las posibles soluciones. No deja nada al azar: “Llevo un repuesto de todo. Todo metido en bolsas estancas, porque estoy a 20 centímetros del agua, las olas me pasan por encima. Llevo un pequeño calefactor y un traje seco de abandono con el que puedo estar un par de horas en el agua”. También cuenta con baterías para los equipos electrónicos, la desalinizadora y los equipos de comunicación. Y una batería auxiliar que funciona con placas solares.
En su equipaje hay hasta una grapadora, por si se hace un corte importante: “Llevo muchos años y lo peor que he tenido hasta ahora es la congelación de tres dedos”.
La comida que transporta está deshidratada y liofilizada, pero no es eso lo que peor lleva. Confiesa qué es lo primero en lo que piensa cuando vuelve: “Tomarme una cerveza con mis amigos, eso es lo que más echo de menos”.
Ingenuamente le pregunto si se lleva algún libro o una tablet para entretenerse, pero dice que no tendrá tiempo para el descanso. “Ni siquiera escucho música. En otras expediciones menos exigentes llevo un ordenador y tengo películas, pero en esta no”, aclara.
No le preocupa la soledad, aunque en su vida diaria es una persona sociable a la hora de enfrentar sus retos no se plantea tener compañía: “La aventura auténtica es la que se hace en solitario. Es la genuina, la más completa y la más difícil”.
Los aventureros de sofá pueden seguir su ruta por internet. En su web se puede ir comprobando su recorrido día a día, ya que se va marcando en tiempo real su posición. “Voy a intentar remar el máximo número de horas que mi cuerpo aguante. Habrá días en los que no pueda ni salir fuera por el temporal y otros que esté casi todo el día. Estoy preparado para aguantar 21 horas. Aguanto bien el sueño, puedo estar una semana durmiendo dos horas diarias”.
De la Rosa aclara que lo que duerme en un reto como este son minisiestas de unos 20 minutos. “Lo suficiente para que tu cuerpo se recupere. Yo soy dormilón en casa, pero la adrenalina hace que los microsueños te cundan. Ni siquiera me hace falta ponerme una alarma para despertarme”.
Ha llamado a su embarcación Ocean Defender, porque quiere que su aventura sirva también como una llamada a la responsabilidad para que cuidemos el planeta.
“El reto es 50 % físico y 50 % psicológico. Es importante que la parte mental esté bien amueblada. No entrar en pánico. Miedo tienes muchas veces, pero eso te ayuda a mantenerte alerta”, subraya.
Tiene muy presente la vez que estuvo más cerca de la muerte: “Fue cruzando el lago Baikal, en Siberia, en 2010. Una noche, a 30 bajo cero, me colé por una grieta. Me caí porque quise ir demasiado rápido y me quedó claro que tengo que ir con más ojo. De todo se aprende”.
Siempre tuvo claro que lo suyo no era estar en una oficina. Consiguió muy joven su plaza de bombero. Alternaba su trabajo con raids y otras competiciones de deporte extremo. Pero llegó un momento en el que decidió que quería más tiempo para dedicarse a realizar todas las aventuras que rondan por su cabeza y pide una excedencia.
Desde entonces se ha dedicado a recorrer el mundo realizando hazañas cada vez más complicadas. En su diccionario no existe la expresión “zona de confort”. “Las expediciones son muy caras. Esta cuesta más de 150.000 euros. Pero cuento con sponsors, explica.
Aunque su familia sufre cada vez que emprende una aventura, saben que no pueden frenarlo. “Mi madre siempre me dice que no vaya. Pero también sabe cómo soy, cuál es mi estilo de vida. Igual que las parejas que he tenido, me tienen que aceptar como soy”, concluye.