Si nos remontamos miles de años atrás a la era del Pleistoceno tardío, nos encontraríamos a grupos de Homo Sapiens luciendo su desnudez con toda la naturalidad del mundo. Sin embargo, no tardaron en cubrir sus cuerpos. El motivo no fue la vergüenza (o eso se cree), sino la protección ante los cambios de temperatura. En la actualidad pocos visten abrigos de foca u oso (y menos mal), pero seguimos tapando nuestro cuerpo ante el pudor de ser vistos, independientemente del frío.
La vergüenza a la desnudez va un paso más allá para muchas personas y estar "en bolas" frente a otros es el hilo argumental de sus pesadillas recurrentes. ¿Por qué algo tan natural genera tanta ansiedad?
Los seres humanos no nacemos con pudor hacia la desnudez. Sólo hay que ver a los niños en la playa correteando sin bañador alguno y tan felices. Aprendemos que el cuerpo sin ropa debe ser ocultado cuando somos conscientes de lo que implica estar desnudos frente a otros. No es que algo haga clic en el cerebro por ciencia infusa, sino que nuestros padres nos enseñan a esconder nuestra intimidad del mundo para no ser sexualizados.
Todas las conductas sociales que aprendemos son almacenadas en el córtex orbitofrontal, la zona del cerebro que se encarga de que actuemos de acuerdo a las normas. Puede que si le extirpamos a una persona este área, empiece a comportarse de forma extraña, como ocurrió con Phineas Gage en 1848.
Era un padre americano responsable, pero sufrió un accidente y una viga atravesó su cráneo, lesionando únicamente el lóbulo frontal. Entre todas las zonas que quedaron destrozadas se encontraba el córtex orbitofrontal. Pasó de ser un hombre modelo a un señor impaciente, agresivo y ofensivo. Es decir, perdió todas las inhibiciones sociales y aunque ningún libro lo refleja, no me extrañaría que disfrutase andando desnudo por el jardín de su casa o por las calles principales de Washington.
Como hemos visto, el pudor hacia la desnudez está muy influenciado por la educación que recibimos. Es habitual que los padres expliquen a sus hijos que "no se deben desnudar delante de otra gente porque nadie tiene derecho a ver sus partes íntimas". Una vez crecemos y nos sentimos cómodos con otra persona, mostramos nuestro cuerpo en un acto de confianza fraternal entre amigos y sexual en la pareja.
Una cosa es enseñar a un niño que su cuerpo es suyo y otra muy distinta es educarle bajo estrictas reglas morales que condenan la desnudez, como es el caso de Daniel:
"Yo crecí en una familia de Testigos de Jehová. Aunque no es tan chungo y sectario como alguna gente piensa, sí que tenían costumbres que ahora me parecen de locos. Igual no todas las familias de Testigos son así, pero mis padres y sus amigos sí lo eran.
En mi casa todo lo que rodeaba a la desnudez era tabú, y por supuesto la masturbación también. Con 10 años me sentaron en el salón y me explicaron que pronto empezaría a tener curiosidad por mi cuerpo, pero que el onanismo era un vicio egocéntrico para mi alma y que podía enfadar a Dios.
Cuando me hice más mayor también me metieron en la cabeza que Dios condenaba y juzgaba a los que hacían cosas sexuales fuera del matrimonio, y que eso era tan grave como robar o matar. Me dijeron que si me desnudaba y me tocaba con otra chica, enfadaría a Dios.
Al cumplir los 18 me alejé mucho de mis padres y me fui a Madrid a trabajar y estudiar. Ellos se avergüenzan de mí porque he tomado el camino del pecado, pero ahora soy libre y feliz. El problema es que los años de educación moralista me han pasado factura y ahora me cuesta mucho estar desnudo delante de gente. Nunca me cambio en el gimnasio y cuando quedo con una chica no me quito los calzoncillos hasta que estoy metido en la cama. Supongo que con el tiempo se me quitará tanta tontería".
Por otro lado, no podemos ignorar la fuerte influencia de nuestra autoestima a la hora de estar cómodos desnudos. Vivimos en una sociedad que promueve modelos de belleza inalcanzables e irreales (muestra de ello es que hasta se photoshopean los cuerpos de las top models).
Si estás gordo te dicen que te pongas a dieta, pero si estás delgado te dicen que te comas un cocido. En consecuencia, nuestra autoestima se deteriora y generamos una relación de amor-odio con nuestro cuerpo, como le sucedió a nuestro siguiente testimonio:
"Cuando cumplí 17 años me cambió mucho mi cuerpo y adelgacé 15 kilos. Toda la gente me felicitaba y me decía que estaba guapísima, pero yo no me veía así. Cuando me quitaba los vaqueros y la blusa y me miraba en el espejo solo podía ver un montón de piel colgando.
Me obsesioné tanto con las estrías, la celulitis y la piel sobrante que quise operarme, pero mis padres me dijeron que esperase a tenerlo seguro. Me dijeron que primero intentase aceptarme a mí misma porque no estaba tan mal como yo creía, y si a los 18 seguía igual, me dejarían operarme.
Ahora tengo 20 años y no me he operado, aunque a veces la idea ronda por mi cabeza. Me quiero mucho más que antes y estoy más cómoda conmigo misma, eso sí, pero no he superado todos mis complejos. Cuando me quito la ropa para ducharme no me miro en el espejo y cuando estoy con mi novio en un entorno íntimo, apago la luz. Tampoco me gusta que ninguna amiga entre conmigo en un probador de ropa, porque no quiero que me vean".
Sea como sea, la desnudez es algo positivo y natural entre las cuatro paredes de nuestra casa o en cualquier espacio habilitado para ello (por ejemplo, playas y locales nudistas). Mirarnos con buenos ojos en el espejo sin vestimenta alguna es beneficioso para nuestra autoestima, aunque cueste esfuerzo. ¿Te animas a practicar?