No sabría decir en qué momento exacto empezó. Rondaría los 9 años. Acabábamos de mudarnos a la gran ciudad. De repente, me vi con un deseo irrefrenable de quitarme las pestañas. Me pesaban, me molestaban y cada vez que elevaba la mano y tiraba, sentía alivio. Luego esa costumbre se extendió al cabello. En un mes no tenía pestañas, ni pelos en la coronilla.
La gente se empezó a pispar y mi madre me llevó al psicólogo de la Seguridad Social, cuyas citas eran bastante esporádicas. Por aquel entonces no le pusieron nombre, pero lo que yo tenía una tricotilomanía de manual. Y es bastante más habitual de lo que creíamos. Según explica la psicóloga Marina Pinilla, este trastorno que afecta a "entre el 1 y 2% de la población, con una tasa más alta en población de estudiantes (posiblemente relacionado con el estrés que sufren en épocas de exámenes). También es más frecuente en mujeres (3 mujeres por cada hombre)".
Por otro lado, este comportamiento recurrente de arrancarte el pelo o el vello aparece como forma de canalizar el estrés o momentos de ansiedad. No todo el mundo tiene el mismo grado: los hay que sufren pequeñas pérdidas de cabello hasta los que acaban con calvicie severa.
Que sea una cosa relacionada con el estrés explica muy bien por qué me dio cuando me dio. Además, según la psicóloga, los picos más altos aparecen entre los 7 años y los 13 años, años en los que se producen muchos cambios (pasamos de ciclo, de curso, incluso de centro educativo).
Lo cierto es que mi familia no le dio demasiada bola al asunto. Creyeron que era una fea costumbre que había adquirido vete tú a saber por qué. Por aquel entonces acabábamos de mudarnos a la gran ciudad (venía de un pueblo), y había cambiado de colegio. Y la adaptación fue más bien regular. Todo era confuso pero no recuerdo estar triste, ni sentirme sola.
En casa hicieron terapia de choque dándome manotazos si veían que tenía la tentativa. Frente a esto, Pinilla ahora me cuenta que en realidad esto se trata con expertos con un método llamado inversión del hábito: "Consiste en realizar una respuesta incompatible (por ejemplo, relajación muscular), aunque en casos más severos se puede incluso añadir terapia farmacológica". Esto último ella prefiere evitarlo "puesto que muchos pacientes son niños y cuanta menos medicación tengan, mejor".
A día de hoy, y con toda la información que hay al alcance la mano, sabemos muchas más cosas que cuando me lo diagnosticaron. Se sabe, por ejemplo, que tiene un origen próximo al del Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), "debido a los tintes compulsivos de la tricotilomanía", con los que guarda relación.
Pero ¿en qué momento surge el primer impulso? ¿Cómo nuestro cerebro empieza a arrancarse pelos? La respuesta de Pinilla es que hay un origen múltiple. Por un lado, hay una predisposición genética, y por otro lado una respuesta aprendida: "Por 'azar' te arrancas un pelo en un momento de estrés y te desestresas. Al día siguiente lo vuelves a hacer. Es decir, aprendes progresivamente a gestionar el estrés arrancando el pelo igual que otras personas lo gestionan comiendo o mordiéndose las uñas".
Otra cosa interesante de la tricotilomanía es que está asociada a la tricofagia, que es básicamente que ingieres los pelos. "Normalmente es por pura costumbre, al igual que comerte las uñas cuando te las muerdes. A las personas con tricotilomanía les distrae mordisquear el pelo, ya que así no rumian su ansiedad", explica la psicóloga, quien advierte de que "esta conducta se automatiza y con el tiempo incluso llegan a comérselo, provocando obstrucciones importantes en el estómago".
A pesar de que yo no recibí atención especializada más allá de unas clases de relajación, lo cierto es que 10 años después ya no me arranco los pelos compulsivamente ni nada de eso. Eso sí, me rasco la cabeza. No muy fuerte, ojo.
Si hubiera ido a más, si no hubiera sido controlable y sobre todo si hubiera perjudicado la salud psicológica, física, social o estudiantil/laboral, habría tenido que acudir a un experto, que es lo que recomiendan los profesionales como Pinilla en casos como este: "Los psicólogos no solo trabajamos con trastornos mentales graves. También proporcionamos herramientas para lidiar con las dificultades del día a día que pueden surgir a la gente”.