Cuando pensamos en la palabra "familia" a veces no podemos evitar pensar en una mamá, un papá y un hijo. Esto es lo que se conoce como familia biparental, nuclear o clásica y es el modelo que ha predominado hasta la fecha. Que algo sea lo más común no implica que lo demás sea malo; hay muchísimos tipos de familia en la actualidad y esa diversidad es algo tremendamente positivo a nivel social:
• Familias monoparentales: en esta familia conviven un progenitor y un hijo.
• Familias homoparentales: esta familia se caracteriza porque los dos progenitores son del mismo género.
• Familias ensambladas: es un tipo peculiar de familia que se da cuando dos o más familias se juntan. Por ejemplo, una madre viuda y un padre separado con sus respectivos hijos. Los Serrano es el mejor ejemplo.
• Familia sin hijos: como su nombre indica, es una pareja que no tiene descendencia.
Con los años han surgido muchos debates sobre el desarrollo psicológico y emocional de los hijos de familias homoparentales, pero le pese a quién le pese el género de los progenitores no influye para nada en lo funcional que es un hogar. Muestra de ello es el testimonio de Jaime:
“Soy Jaime, tengo 17 años y tengo dos madres. Me gustaría no tener que escribir esto porque hacerlo significa que mi situación merece ser contada, que es rara y que algunos no la comprenden. Para mí es muy normal, pero supongo que hay que normalizarlo y hablar de ello.
En 2002 me adoptaron. Yo nací en España y no conozco a mis padres biológicos, sólo sé que desde que nací me criaron Almudena y Olga, mis madres. Hasta los 6 años o así crecer con dos madres me pareció lo más común del mundo, pero cuando los niños se hacen mayores empiezan a hacerte preguntas y te das cuenta de que igual no es tan normal como crees.
Mis compañeros de clase me preguntaban que por qué no tenía padre, que si vivía con mi madre y mi tía, que si eran amigas… De todo. Era como si la idea de dos mujeres siendo pareja y criando a un niño fuese tan rara que a nadie se le pasase por la cabeza. Yo lo explicaba y normalmente la gente lo entendía, al menos cuando era pequeño.
Con el tiempo empecé a darme cuenta de que a algunos les molestaba mi situación. Por ejemplo, había un niño en clase que nunca venía a mis cumpleaños y que no hablaba conmigo porque sus padres no le dejaban. En 5º de primaria o así tuvimos que hacer un trabajo en grupo y él no quiso estar conmigo, así que el profesor le preguntó que por qué. Dijo que no quería juntarse con el hijo de las bolleras. Por primera vez fui consciente de la homofobia.
No conté eso a mis madres porque no quería que se sintiesen mal por mi culpa. Por suerte jamás me hicieron bullying ni mucho menos. Como mucho algún comentario de ese chaval o al empezar el instituto, pero fueron cosas aisladas.
Sí que es cierto que mucha gente flipa cuando se entera de que tengo dos madres y me hacen mil preguntas, pero creo que es más por la desinformación que por la homofobia. Ahora que soy más mayor me doy cuenta de muchas cosas que antes no veía. Por ejemplo, cuando salgo con mis madres a dar un paseo y van de la mano la gente se queda mirando. Siempre hay alguien que murmura o que se gira, no hay día que no pase. También algunas personas mayores (y a veces no tan mayores) las miran mal. Ellas son conscientes, pero prefieren ignorar esa situación, y si alguna vez alguien dice algo simplemente lo ignoran.
Crecer con dos madres me ha hecho ser quién soy, pero no por su orientación sexual. No tengo más empatía por vivir en una casa LGTB ni tampoco soy más sensible que alguien criado por heterosexuales. Soy quien soy porque Almudena y Olga son cariñosas, divertidas y comprensivas, no porque sean lesbianas.
Ah, y respondiendo a la pregunta que todo el mundo se estará haciendo, soy heterosexual. No sé por qué la gente se piensa que al tener madres lesbianas hay más posibilidades de ser gay pero no, me gustan las mujeres.
Sin duda sé mucho más de la comunidad LGTB+ que otra gente de mi edad. He vivido la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, aunque tampoco me acuerdo mucho porque era pequeño. También me han contado cómo intentaron adoptar mil veces antes de que yo apareciese en sus vidas, pero no pudieron. Resulta que las empresas de adopción sugerían a las familias homosexuales que fingiesen ser madres o padres solteros y que ocultasen su orientación sexual para poder pasar todo el proceso de adopción. Al final decidieron resignarse y en 2000, cuando se aprobó la adopción a parejas de hecho homosexuales en algunos sitios de España, volvieron a intentarlo hasta que dos años después me adoptaron a mí.
Conocer esto me ha hecho tolerante, pero igual que mis amigos con padres heteros. Creo que todas las virtudes y defectos que tiene un niño no dependen del género de sus padres ni de su orientación sexual, sino de cómo le educan y yo tengo la suerte de haber recibido una educación de 10.”
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