Pablo y Carolina son pareja desde hace tres años y aunque la relación comenzó desde la distancia y con muchas dificultades, a día de hoy viven en la misma ciudad y son más felices que nunca. Sólo hay un problema: Carolina no soporta que su novio vea pornografía.
“No soy celosa”, enfatiza la joven de 23 años, “pero eso me molesta mucho”. Al preguntarle los motivos, reconoce no tenerlos claros. “Es como que me da rabia, me produce una especie de rechazo y no me gusta. Esto nunca se lo digo a él”, explica, “pero él sabe que a mi me molesta porque sin querer me pongo más seca o borde. Por eso ha dejado de decirme si ve porno. Yo a veces le pregunto pero lo niega. No quiero que me mienta. Tampoco sé si tengo derecho a enfadarme”.
Lo que le ocurre a Carolina es un problema muy frecuente en el ámbito de la pareja. La solución no es ni que su pareja deje de ver pornografía, ni que ella reprima lo que siente. Hay que buscar un punto intermedio entre ambas posturas.
Ver pornografía es algo muy habitual en la sociedad, sobre todo entre los más jóvenes. Concretamente un 71,5% de los adolescentes y un 28,8% de las adolescentes reconoce consumir pornografía según Save The Children. Normalmente, este tipo de páginas se visitan por primera vez a los 12 años, conformando una primera imagen bastante distorsionada de lo que es el sexo.
Construimos nuestra sexualidad en base a lo que vemos en páginas webs para adultos, y ese es el problema de la pornografía. No es malo consumir material erótico, pero sí es peligroso confundir la ficción con la realidad.
En la pornografía el sexo está distorsionado en todos los sentidos. Desde un punto de vista estético, el sexo en la pantalla es aséptico y sin ningún contratiempo. No hay sudor, tampoco hay sexo con la menstruación, ni ‘gatillazos’. A nadie se le sube un gemelo ni pone una mala cara. Todo está guionizado, pero el espectador a veces lo olvida.
También construye una idea irreal respecto al placer: la mujer suele tener un orgasmo sin apenas estimulación del clítoris, solo con penetración. En cambio, los hombres suelen eyacular en el rostro de la mujer. Por otro lado, nunca hay preservativos, gestando esa creencia colectiva de que “con preservativo no se disfruta igual” y anteponiendo el placer masculino a la protección frente a infecciones de transmisión sexual.
Finalmente, son muchos los vídeos pornográficos que se nutren de contenido violento y sin consenso. Muestra de ello es que vayas páginas de renombre hayan sido denunciadas por tener material sexual de menores y de mujeres grabadas sin su consentimiento. También hay categorías en las que lo erótico es lo violento: violaciones, golpes o humillaciones. Este tipo de modelos pueden influir de forma muy negativa en el espectador, sobre todo si es joven, tal y como se señala desde Save The Children: 9 de cada 10 jóvenes ha realizado alguna práctica que había visto en la pornografía con sus parejas, pero sin avisarlas de antemano.
Sin embargo, no podemos criminalizar la pornografía ni mucho menos cohibir la libertad de nuestra pareja obligándole a dejar de verla.
Si bien no es justo prohibir a tu pareja ver pornografía, tampoco debes reprimir lo que sientes, vivirlo en silencio y convertir tu preocupación en un tema tabú. Si te molesta que tu pareja vea pornografía:
Aunque consumir pornografía no es algo malo, sí que hay ciertas situaciones en las que puede haber un problema y conviene pedir ayuda a un psicólogo o sexólogo: