Más allá del mes del Orgullo, estos últimos años estamos viviendo una auténtica revolución en materia de inclusividad, y es que las polémicas en Twitter y los interminables debates en el Congreso han olvidado un factor fundamental de la ecuación: los derechos humanos de la comunidad trans.
Esta discriminación específica a personas trans abarca muchos aspectos. Laboralmente, en España el 77% de las personas trans ha tenido dificultades a la hora de buscar empleo y una vez lo han conseguido, un 34% ha sido víctima de algún tipo de acoso, tal y como señala la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales. Pero el trabajo no es el único lugar en el que son señaladas y juzgadas. También sufren dificultades burocráticas, situaciones incómodas e incluso negligencias en centros de salud, bullying en institutos y universidades, y un constante acoso y derribo por el simple hecho de mostrarse tal y como son, ya sea en la calle, en la intimidad de su hogar o en redes sociales.
Elsa Ruiz, mujer trans, explicó en Yasss qué está pasando últimamente con las feministas radicales trans-excluyentes:
A esta guerra contra el mundo se suma una lucha interna que muchas veces es difícil de entender o gestionar, y es ahí cuando entra en juego la disforia. Leer el caso de Candela puede ayudarnos a entender este proceso y a empatizar con un problema común entre las personas trans.
El término disforia significa nada más y nada menos que un estado de malestar. Todos lo hemos experimentado por distintos motivos, ya sea por un despido, un mal de amores o el estrés en época de exámenes.
El concepto de disforia está muy ligado a la comunidad trans desde que en 1973 el médico y psicólogo John Money definió lo que se conocía como “trastorno de la identidad sexual” bajo el término “disforia de género”. ¿El problema? Que ambos conceptos implican que las personas trans tienen un problema psicológico, patologizando su identidad.
Pese a que el término “disforia de género” está cada vez más en desuso y se critica desde las plataformas de activismo, son muchas las personas trans que reconocen haber sentido ese malestar o disforia en algunas circunstancias de su vida. Por ejemplo, durante la pubertad al ver cómo se desarrollaban ciertas partes de su cuerpo o en entornos en los que no podían reflejar su verdadera identidad.
Para Candela, una mujer trans de 28 años, la disforia ha formado parte de su vida en muchos momentos. “Yo siempre he sabido que soy una mujer. No es que me sienta así, es que lo soy, y da igual cómo nací o cómo me educaron”, explica, “pero tardé mucho en poner nombre a lo que yo estaba viviendo”.
Con 13 años, la joven de Ourense habló por primera vez con sus padres, obteniendo un apoyo total. “Me dijeron que era algo que sabían que pasaría, pero que no querían forzarme, que era yo quien tenía que decirlo. Luego me preguntaron que qué quería hacer. Yo no quería hacer nada en ese momento. Ni ir al pediatra, ni ir al psiquiatra, ni nada de nada. Quería descubrir yo mi camino, pero acompañada por ellos”.
Fue entonces cuando Candela comenzó a escoger una ropa con la que se sentía más cómoda y poco después habló con su tutor para ver cómo podían actuar desde el instituto. “Cuando mis padres y yo hablamos con el tutor, decidimos contar a mi clase mi identidad y quitarme ese peso de encima. Tuve la suerte de tener un apoyo inmenso porque casi todos eran compañeros de clase desde pequeños, y salvo algún que otro comentario del típico imbécil gracioso, todos me entendieron. Me empezaron a llamar Candela y fue cuestión de meses que se acostumbraran a usar pronombres femeninos. Mis amistades no cambiaron, tampoco mi forma de actuar. Seguía siendo yo, pero de una forma totalmente sincera”, recuerda.
Las dificultades aparecieron cuando la pubertad llegó a su vida. “En 3º de la ESO lo pasé fatal. Fue un año horrible. Me creció mucho vello corporal, tenía que afeitarme casi todos los días y no me reconocía. Cuando por la mañana me iba a duchar y me desnudaba delante del espejo me ponía a llorar. Mis padres lo cambiaron por uno pequeño para que sólo me viese la cara y no lo pasase tan mal, pero aun así era un suplicio cambiarme en el vestuario o hacernos fotos y odiarme”, confiesa.
“En aquel momento yo aprendí a tragarme ese dolor”, reflexiona la joven, “y me jode, porque no es justo que nadie tenga que vivir con eso”. Por eso un año después Candela y sus padres decidieron pedir ayuda profesional. “Sé que muchas personas no han tenido esa suerte, pero cuando yo fui al médico todos, y de verdad, absolutamente todos, me trataron genial. Nadie cuestionó mi identidad y no me sentí incómoda en ningún momento”. Finalmente, a los 18 años comenzó un tratamiento hormonal.
“Con los años la disforia se va diluyendo”, explica Candela a Yasss. “Te aceptas, aprendes a mirar tu cuerpo con cariño y también delimitas más tu identidad. Yo creo que todos los adolescentes sufrimos cuando estamos descubriéndonos a nosotros mismos, y si eres trans, pues imagínate. Pero es cierto que hay momentos de más mayor que también se sufren”, como por ejemplo el sexo, tal y como ella comparte. “Las primeras veces que alguien me vio desnuda y me rechazó de malas maneras o ya no eso, simplemente enrollarnos y soltar que soy trans, y que me pusiesen excusas de mierda para pasar de mí. Pues mira, ahí me volví a sentir como cuando tenía 15 años y me miraba desnuda en el espejo del baño. Pero coges ese dolor, lo abrazas y sigues adelante”.
El primer paso es identificar esta emoción. La disforia se suele manifestar como tristeza leve o extrema, síntomas de ansiedad, irritabilidad. Algunas situaciones que pueden propiciar la aparición de disforia son momentos de intimidad, por ejemplo, al cambiarte de ropa en público, al tener relaciones sexuales o incluso al masturbarte en soledad, y también situaciones en las que hay discriminación de por medio.
Cuando este malestar tan intenso aparece, lo último que debes hacer es culparte por ello. Ni eres raro o rara por sentirte así, ni esa sensación va a durar eternamente. Suele ser algo pasajero y la mejor forma de abordarlo es hablando.
Puedes abrirte a gente conocida (tus padres, tu pareja, tus amigos, tu psicólogo…), pero también puedes recurrir a grupos de cuidado mutuo, ya sea en formato presencial u online. Estos grupos están formados por personas que viven lo mismo que tú, que en algún momento se han sentido como tú te estás sintiendo, y que te van a apoyar sin juzgarte. ¿Dónde encontrarlos? En redes sociales, en foros y en asociaciones LGTBIQ+.
Finalmente, es importante no rehuir de ti mismo. Tu identidad no depende de tu apariencia, de los genitales que tienes y mucho menos de la opinión de gente que ni te conoce ni te quiere conocer. Tú tienes la última palabra y aunque la discriminación es innegable, nadie tiene potestad para invalidar tu identidad, tus emociones y tus vivencias.