He aplicado el método de Marie Kondo para sacar a mi ex de mi vida (y ha funcionado)

Lucía H. 09/01/2019 18:01

Me llamo Lucía, tengo 30 años y he compartido los seis últimos con un hombre que primero me hizo muy feliz y luego me hizo mucho daño. Nos conocimos por internet, que eso antes era una cosa muy exótica, casi peligrosa, y aunque tardamos mucho tiempo en vernos en persona (él vivía en Talavera de la Reina y yo en Asturias), en cuanto nos conocimos sentimos (yo, por lo menos, sí lo sentí) que ya no nos separaríamos nunca.

Nos las arreglamos para irnos a vivir a Madrid y así poder tener una relación de carne y hueso, porque las relaciones a distancia estarán muy bien y serán igual de válidas, pero a mí no me gustaban. Y en pocos meses ya estábamos viviendo los dos muy cerca el uno del otro y pasando todo el tiempo posible juntos. Yo me metí a vivir en una casa de Erasmus y no estaba muy cómoda porque ellos estaban pensando más en pasarlo bien y yo tenía que trabajar, así que cuando llegó el verano dio la casualidad que en casa de este chico se quedó una habitación libre y me fui para allá.

Pero a lo que vamos: que seis años después del día en que nos vimos en persona por primera vez, me dejó. Por otra tía. Con la que llevaba varios meses hablando por internet. It's the circle of life!

El primer error fue decidir que sería yo la que se quedaría en el piso que habíamos compartido porque sería lo más fácil para mí. Ya que él me dejó, pues que se busque otro sitio donde vivir.

¿Crisis de los 30? ¿Dónde?

Mi novio me dejó un par de semanas antes de cumplir los 30. ¡Qué morro, así se ahorraba un regalo! Yo llevaba un tiempo organizando una fiesta en nuestra casa (para entonces ya solo mía) y había avisado también a mis amigos de Asturias que vendrían a pasar el finde y cuando pasó todo esto lo que yo tenía eran ganas de destrozar cosas, no de celebrar fiestas. Pero mis amigos me insistieron mucho. Que si ya habían reservado hoteles, que si ya tenían planeado el viaje...

Pues hicimos la fiesta, que fue bastante triste y cutre, y yo no podía parar de pensar en que cambiaba de década y estaba soltera y que mi vida iba a ser una mierda, y que todos los planes que yo había hecho para mi futuro ya no valían y que quería irme de Madrid y todo.

Mis amigos intentaban animarme. Y entre copas y brindis por mi futuro y mi soltería me dieron los regalos. Ropa, funkos, un juego de mesa y un libro. Estos dos últimos desataron un poco mi furia porque, estando sola en la vida, a ver con quién iba yo a jugar a una cosa de gatos que me habían regalado que debía ser superdivertida pero se neceistaban varios jugadores. Y el libro... 'La magia del orden' se titulaba. Menuda mierda. A la estantería.

Marie hizo su magia

Unas semanas después del cumpleaños estaba yo en el salón viendo la tele y me entró curiosidad por el libro que me habían regalado. Lo cogí y empecé a ojearlo. La primera sensación que tuve es que era una chorrada sin sentido, pero creo que lo que engancha de esta gente que te vende felicidad si haces lo que hicieron ellos es que te ilusiona. Por un momento te llegas a creer que la felicidad también es para ti y que es tan alcanzable como dedicar una tarde a ordenar tu armario.

Lo reconozco: el libro de Marie Kondo me devolvió la ilusión. No por el orden, a mí el orden me da igual. No soy una persona ni obsesivamente ordenada ni un caos total. Soy una persona normal que no se muere si tiene un par de zapatillas tiradas por la habitación y una montañita de ropa en la silla. De hecho, creo que la gente que se obsesiona con que todo esté perfecto tiene un poco de tarita, como la que está todo el rato lavándose las manos.

Pero allí estaba yo, tirada en el sofá de mi casa creyendo que mi vida sí tendría solución. Solo porque estaba leyendo un libro muy zen y muy bonito. Qué más se le puede pedir a la tarde de un martes de verano. Y después de ojearlo empecé a leerlo y cuando me quise dar cuenta habían pasado un par de horas.

No sé en qué momento empecé a pensar en mi ex mientras leía 'La magia del orden'. Pero desde la primera vez que hice la asociación de "despedirte de aquello que ya no te hace feliz" y "necesito pasar página con mi ex" estuve leyendo el libro como si fuera una guía para superar una ruptura.

Konmari para corazones rotos

La primera regla del famoso método Konmari es que, para que aparezca el orden, primero tiene que esparcirse el caos. Bueno, pues yo ya llevaba un par de semanas sumida en un caos total, así que empezaba bien. Otra de las reglas más famosas de este método dice que tienes que prescindir de todo aquello que no te dé alegría. Yo interpreté eso como "tienes que tirar todo lo que te recuerde a tu ex".

¡¡Y me compré dos cajas!! (Marie Kondo dice que no compres cajas pero es que yo no tenía ni una y los chinos están muy cerca). Y en esas cajas fui metiendo cualquier cosa que me iba cruzando por mi casa que me recordaba a mi ex. Desde comida (los cereales que nos gustaban, las latas de aceitunas que se zampaba de cuatro en cuatro...) hasta ropa que me había regalado, sábanas, bragas, pósters, libros y películas. Luego pensé que por qué no vendía las cosas que estaban bien en lugar de tirarlas y así por lo menos me sacaba unos euros.

Un día, de repente, me di cuenta de que mi casa y sobre todo mi habitación se habían quedado muy vacías. Y ahí es cuando entendí otra de las reglas claves del método Konmari: "en la sencillez está la paz". En un primer momento me agobió un poco ver mis paredes vacías o mi cajón de la ropa interior desprovisto de toda mi lencería sexy. Pero luego me cambió el chip: no tengo una casa vacía, tengo una casa que puedo volver a llenar de lo que yo quiera.

Lo que más me dolía de seguir viviendo en aquel piso era que cada rincón me recordaba a mi ex, y eso no me permitía seguir adelante. Cuando cambié el piso (ya puestos, hasta redistribuí el salón), mi vida también empezó a cambiar. Y ahora, que ya he vuelto a llenar las paredes y los huecos de mis armarios y cajones con nuevas cosas que ya solo me recuerdan a mí, sigo pensando en mi ex, por supuesto, pero ya siento mi casa como mía, no nuestra. Y eso ya es un paso gigante.

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