Acoger un animal en casa no solo le proporciona un hogar a él, sino que tiene múltiples beneficios para los humanos: evita la sensación de soledad, reduce el estrés, fomenta el sentido de responsabilidad y potencia la seguridad en nosotros mismos al tener una vida a cargo. Sin embargo, algunas personas pasan de mascotas. ¿Se es mejor o peor persona en función del amor hacia los animales? Esta es la pregunta que se hace Leticia, una chica de 22 años que no quiere mascotas en casa pese a la presión de sus compañeras de piso. Hoy analizaremos su caso y resolveremos su duda.
Aunque sí he tenido mascotas en casa, nunca he sido muy fan de los animales. De pequeña teníamos un perro en casa de mi abuela y le tenía cariño, pero tampoco me volvía loca. Después mis padres se quedaron un gato que encontró la vecina porque no podía hacerse cargo, y ni a mi me gusta el gato, ni yo le gusto a él. A lo mejor es una tontería, pero yo creo que nota que estoy incómoda con su presencia. No es que me dé miedo (ni mucho menos) simplemente me da igual y no me gusta.
Ahora vivo en un piso compartido con dos amigas y la convivencia es muy buena, pero desde hace unos meses han empezado a decir que quieren adoptar o un perro o un gato, no lo tienen claro. Desde el principio yo dije que por mí no, pero son dos contra una y tampoco puedo obligarles a tomar esa decisión por mis gustos personales. Lo que sí he dejado claro es que si hay un animal en casa, yo me voy a desentender de su cuidado. No voy a comprar comida, no voy a darle paseos, no voy a llevarle al veterinario y no voy a gastar dinero que quiero invertir en mi ocio por un ser vivo que yo no quiero tener.
Al principio mi postura me parecía muy razonable, pero me han empezado a decir que soy egoísta por pensar así. Según ellas, si no te gustan los animales es que algo raro te pasa. Han dejado caer que es imposible ser buena persona y no querer una mascota, y yo discrepo. En el fondo me duele que me tachen de egoísta o de mala gente por no querer un animal en casa. Es una responsabilidad muy grande que yo no quiero asumir. ¿Eso me convierte en peor persona?
Hay muchas posturas respecto al hecho de tener mascotas: algunas personas las consideran un miembro más de la familia, otras disfrutan de su compañía pero no sienten un vínculo tan profundo, otras son indiferentes hacia los animales y otras directamente sienten rechazo. Siempre y cuando haya respeto hacia cualquier ser vivo –nada justifica el maltrato animal–, debemos tolerar todas estas opiniones.
La diversidad de opiniones es enriquecedora y aunque a veces nos cueste comprender el punto de vista de los demás, no podemos atacar a los demás para defender una causa tan noble como el amor hacia los animales.
Que una persona no quiera mascotas no le convierte en fría, egoísta o incapaz de establecer vínculos con otras personas. Por otro lado, una persona que ama los animales puede ser tremendamente cerrada y distante en sus relaciones interpersonales. Hay gente que adopta o compra mascotas por capricho sin ser capaz de proporcionarles los cuidados que necesitan o que incluso acaba responsabilizando a otros de prestar atención al animal. Como vemos, tener animales en casa no te libra de actuar de forma egoísta y a veces es mejor poner límites y no acoger a un ser vivo cuando sabes que no vas a darle ni el amor ni los cuidados que necesita.
Hay que tener en cuenta que hay muchas razones para no querer una mascota en casa o, simplemente, para no ser fan de los animales. Algunos prefieren animales más atípicos como pájaros, peces, reptiles o roedores frente a las mascotas tradicionales como perros o gatos. También es posible haber sufrido malas experiencias previas, como por ejemplo una mascota con carácter difícil o un pequeño accidente doméstico. Otra opción es que no quieran responsabilizarse del cuidado de un animal actualmente porque tienen otras prioridades igualmente válidas. Sea la razón que sea, no tiene nada de malo.
Lo que nos convierte en egoístas o crueles es juzgar a otras personas por sus opiniones personales y culpabilizarles por una decisión tan válida como pasar de tener mascota.