Contrariamente a lo que piensa la mayoría de la gente, gran parte de las secuelas de una relación de maltrato son psicológicas y no físicas. Los moratones y las cicatrices tarde o temprano se van, pero los problemas de autoestima, los déficits de habilidades sociales, la fobia al sexo y los ataques de ansiedad pueden perdurar durante años. Este era el pan de cada día de Sandra, un nombre falso porque ha preferido mantener el anonimato. Con 19 años logró poner fin a su primera experiencia de maltrato y desde entonces empezó a encadenar relaciones abusivas sin saber muy bien por qué. Por suerte pidió ayuda profesional y comenzó a ir al psicólogo con 26 años, poniendo fin a esta dinámica y aprendiendo a gestionar los daños colaterales de todas estas relaciones. Hoy ha compartido su testimonio en Yasss para visibilizar algo que les sucede a muchas mujeres:
Mi primera relación de maltrato ocurrió cuando yo tenía 15 años, aunque tardé mucho tiempo en darme cuenta de que lo que había vivido no era normal sino abuso psicológico y físico.
Yo estaba en el instituto y tenía una vida normal. No me metía en peleas, no me drogaba, apenas bebía y siempre aprobaba. Un día salí con mis amigas a dar una vuelta por el centro y nos encontramos con un grupo de chicos del instituto en el que estaba el hermano de una del grupo. La mayoría tenían entre 17 y 20 años, pero uno de ellos era más mayor y desde el primer momento se fijó en mí. Empezamos a quedar con estos chicos y un día este chico me pidió mi número y se lo di. Ahí empezó todo.
Al principio parecía perfecto y yo me sentía especial por gustarle a alguien mayor, maduro, universitario y guapo, pero pronto empezaron los problemas. Era muy celoso y le molestaba que saliese con el grupo cuando él no estaba. También revisaba mi móvil y mi ordenador todos los días que quedábamos para ver con quién me mandaba SMS o con quién hablaba en el Messenger. Era un control total y si algo no le cuadraba, se enfadaba mucho. Cuando quedábamos y yo llegaba tarde porque tenía clases particulares o porque surgía algo en casa, se pensaba que estaba con otro y me gritaba delante de la gente. Nunca nadie dijo nada, miraban para otro lado.
Estuvimos juntos hasta que cumplí 19 años. Fueron 4 años durísimos con violaciones constantes. Mi primera vez no fue consentida y además fue sexo anal, que todavía es más doloroso. Me da hasta vergüenza contarlo, pero me forzó a hacerlo con él chantajeándome emocionalmente. Decía que si no lo hacía era porque no le quería y que encontraría otra chica que sí quisiera. La dependencia emocional hacia él era tan grande que acepté. Yo era una cría, no entendía que eso estaba mal.
Como decía, con 19 años fui capaz de dejarle. Él ya había llegado a las manos y los bofetones y golpes eran constantes, pero lo que de verdad me hizo cambiar de opinión y ponerle fin fue que un día pegó al perro de mi abuela. No sé qué pasó en mi cabeza que cambié el chip. Después fue muy duro todo porque fue contando por ahí que yo le había engañado, que era celosa y tóxica y más mentiras. Quedé como la mala y él como el pobrecito.
Con 19 años me cambié de universidad. Necesitaba irme a otra ciudad y empezar de nuevo. Yo pensaba que lo de sufrir en las relaciones se había acabado, pero no fue así.
Después de mi primera pareja estuve con 3 chicos más y con todos ellos se repitió la misma dinámica. Celos, control, discusiones, insultos y faltas de respeto. Llegó un punto en el que me puse a pensar que igual la culpa era mía que les hacía tratarme así. Ahora sé que no se puede culpar a una víctima de maltrato, que lo que hay que hacer es apoyarla y entender qué le ha llevado allí. Ojalá alguien hubiese hecho eso conmigo, pero me sentí sola y juzgada.
Aunque mi primera relación fue horrible, creo que la vez que peor lo pasé fue con mi último novio. Me aisló de todos mis amigos y me engañaba constantemente. Incluso me contagió una ETS. Pero lo peor de todo fue una vez que estábamos yendo a su pueblo en verano. Me pidió que encendiese el aire acondicionado y yo no supe hacerlo porque el coche era nuevo. Se enfadó y empezó a llamarme inútil, que no valía para nada y que era un estorbo. Yo lloré y me llamó dramática y niñata. Empecé a tener un ataque de ansiedad y paró el coche en medio de la carretera, me dijo que me bajase y me dejó tirada en medio de la nada. No tenía móvil ni dinero ni nada.
Me quedé esperando hasta que volvió. No sé cuánto tiempo pasó, pero se me hizo eterno. Me pidió perdón, dijo que le había puesto muy nervioso y que lo sentía, y yo me subí al coche con él. Cuando volví de ese viaje llamé a mis padres y les conté todo. Vinieron a mi ciudad y me volví con ellos a casa. En ese momento me di cuenta de que tenía que ponerle fin a esa tortura y mi padre me buscó un psicólogo.
En la terapia entendí que todas mis relaciones de maltrato, sobre todo la primera, habían ido minando mi autoestima poco a poco y distorsionando la idea que tenía del amor. Como nunca hablé con nadie de los abusos que sufrí, nadie me dijo que eso estaba mal y que no era amor, sino violencia. Crecí con una imagen de las relaciones muy tóxica y tenía que cambiar eso.
Poco a poco trabajé mi autoestima y aprendí que merecía respeto. También tuve que gestionar mucho la sensación de culpabilidad, el miedo a hacer cosas por mi cuenta y la tendencia a considerar los celos como una señal de amor. Fue un trabajo de deconstrucción brutal que duró más de un año.
Al principio iba al psicólogo todas las semanas y después empecé a ir cada dos. Ahora voy una vez al mes y se podría decir que soy una mujer nueva. Aun así todavía tengo algunos miedos de mis relaciones. Me aterra volver a sufrir algo así y también le he cogido un poco de miedo al sexo y a que me contagien algo. Lo peor del maltrato es lo tocada que te deja psicológicamente y lo difícil que es curar esa parte de ti. Cuando te duele la cabeza te tomas un ibuprofeno y ya, pero las secuelas psicológicas de la violencia de género a veces duran toda la vida.
Ahora sólo me queda ser fuerte y aprender a amar y a que me amen de verdad, y eso significa con respeto, sin control ni posesividad, y dejándome libre.
Si te has sentido identificada con algo de lo que has leído, ponte en contacto con la asociación de violencia de género más cercana o con un psicólogo especializado en víctimas de maltrato. Hay salida, pide ayuda.