Desde que conocí la convocatoria de la huelga feminista del 8 de marzo supe que querría formar parte de ella. La información sobre cómo organizarse para la huelga fue saliendo poco a poco y finalmente se propuso una huelga feminista general que afectaría a cuatro sectores: el trabajo, los cuidados, la educación y el consumo. Como no tengo a nadie a mi cargo y ahora mismo tampoco estoy estudiando, quería poner todo de mi parte para que mi huelga se notase en el trabajo y en el consumo.
Desde mi punto de vista, sobraban las razones para hacer huelga. Para mí, la más importante: porque estoy viva. Y otras no pueden decir lo mismo. Pero, también, porque tengo un trabajo. Y otras no pueden decir lo mismo. Un trabajo que me gusta, que percibo como justo, donde me siento valorada y apoyada y donde, la verdad, disfruto a diario. Y hay tantas mujeres que no pueden decir lo mismo.
Sé que mucha gente no podría comprender por qué, si estoy tan a gusto en mi puesto de trabajo, iba a hacer huelga. Porque hay muchísima gente que solo siente las luchas a nivel personal: si me afecta, me muevo; si no me afecta, no lo entiendo. Pero también hay mucha gente que tiene miedo de hacer huelga. Y creo que esta es la peor parte: la gente que deja de ser libre por miedo a las represalias.
Quizás me equivoque, y esté prejuzgando a tope, pero creo que mis padres no habrían entendido por qué quería hacer huelga laboral. Así que, para evitar discusiones y preocupaciones, no se lo conté. Tampoco tengo la obligación, que ya tengo yo una edad, pero tengo muy buena relación con ellos y, aunque no les cuento TODO, sí los tengo al día de mi vida.
Creo que mis padres tendrían mucho miedo de que yo hiciera huelga laboral porque no podrían evitar pensar que mi empresa tomaría represalias contra mí. Evidentemente, yo también tuve ese pensamiento. Si bien no era miedo, sí fue una ligera preocupación. ¿Y si tuvieran en cuenta mi actitud a la larga para que, llegado el momento de renovar mi contrato, me dijeran hasta luego Mari Carmen? Pero era una preocupación tan pequeña, tan pequeña, comparada con la magnitud simbólica de mi ausencia durante el 8 de marzo, que no le di mucha importancia. Además, mi empresa nos apoyaba. Algo que, he de reconocer, me dio ánimo y tranquilidad para sumarme a la huelga.
Este 8 de marzo ha sido un día que jamás olvidaré. Como quería aportar mi granito de arena para contribuir a que fuera un día histórico, organicé un punto de encuentro para todas aquellas mujeres que quisieran participar en la manifestación de Madrid pero no tuvieran con quién ir. El año pasado, el 8 de marzo me pilló en Salamanca y tuve que ir sola a la manifestación, y la verdad, me aburrí bastante. Y como no quería que ninguna persona se quedase en su casa por no querer estar sola en la manifestación, me ofrecí como acompañante de cualquiera que quisiera venir conmigo.
He de reconocer que fui una acompañante fatal porque luego perdí a la mitad del grupo, pero es que había tantísima gente en la manifestación de Madrid que lo difícil habría sido estar juntas todo el rato. Fue muy emocionante ver a tanta gente luchando por una sociedad justa. En ningún momento, ni siquiera durante una décima de segundo, me arrepentí de haber parado durante el 8 de marzo y haber salido a la calle a gritar y bailar ¡y botar y botar! por los derechos de todas las mujeres.