Pepe Oneto siempre estaba allí. Y además era imposible no advertir su presencia. Cualquiera que fuera la noticia política, allí te encontrabas con Oneto, que lo primero que te soltaba era una frase que te hacía sonreír. Como uno de esos tipos que pintaba Mingote que parecía que iban a decir algo gracioso en cualquier momento. El humor y la ironía siempre fueron dos de las armas del periodista gaditano muerto a los 77 años en San Sebastián.
Hacía periodismo a la antigua. Lo había mamado en el diario Madrid, ese periódico incómodo para el régimen de Franco que terminó volando por los aires con su edificio. Y luego siguió en Cambio 16, haciendo periodismo a otra velocidad. Eran tiempos en que las revistas semanales de información general marcaban el ritmo. ¡De semana en semana!, con sus exclusivas, sus entrevistas y sus artículos de opinión. Primero fue Cambio, y luego Cambio,Tiempo,
Estuvo dos años de director de Informativos en Antena 3 y pronto pasó a ser uno de los tertulianos habituales en todas las radios y televisiones. Se convirtió en omnipresente en todas las casas, que podían identificarlo como el del flequillo. No crean que lo perdió con la edad. Le acompañó hasta la muerte como su firma.
De aquella época es mi relación con él: “Valentín, ¿cuándo nos vas a subir el sueldo?”, me decía cada vez que coincidíamos en La mirada crítica. Tenía ese don para decirlo con gracia, pero no lo callaba. En sus tertulias siempre aportaba: información, sentido común, ironía, antecedentes.
Pero lo mejor venía al acabar la tertulia. Era el típico que, si podía, la liaba. Cada una de las cenas que teníamos por aquella época del programa terminaban con algún follón. Recuerdo una en la que él, junto a otros cuyos nombres no desvelaré, se dedicaban a pedir prestados los teléfonos para llamar con ellos a conocidos políticos y periodistas a eso de las 2 de la mañana.
Cuando descolgaban decía: “Un momento, le habla…". Y se lo pasaban al que tenían al lado. El compañero, sorprendido, no podía por menos que contestar e intentar justificar esa conversación absurda de madrugada gestionada en un grupo de periodistas ociosos a las tantas de la mañana.
Una vez me contó que estaba en un país latinoamericano cubriendo una gira presidencial cuando terminó en un local de copas. Allí, de repente, le empezaron a reconocer muchas de las presentes: “¡Señor Oneto, es un placer tenerle aquí!". Oneto me contaba que se quedó pasmado. Seguirán aquí algún canal español, pensaba. El caso es que el dueño del local tenía la manía de hacerse fotos con gente y luego colgarlas en su local. Parece que la de Pepe estaba en lugar destacado y todos sabían ya quién era sin haber pisado aquella casa.
Siempre estaba en continuo cambio y aprendizaje. Primero en un periódico, luego en un semanario, después a la televisión, a las tertulias y a Twitter si era necesario. Pepe no se arredraba ante nada con tal de contar las cosas de las que se enteraba, que era su oficio.
La última vez que hablé con él fue hace solo unas semanas y estaba molesto. Había salido en un programa de mi casa, Todo es mentira. Como siempre, había concedido la entrevista que le solicitaron.
Se quejaba de que le había hecho una encerrona, de que no le dijeron la verdad: que querían hablar de los periodistas que iban a los viajes de la selección española. Su foto, ataviado y pintado con los colores de la selección, había salido en un periódico y era blanco fácil.
“Me habéis dejado como un trincón”, me dijo Pepe. Lo lamenté mucho porque yo no acompañé a Pepe a aquel viaje, pero sí a otros muchos en los que estábamos multitud de periodistas de este país de todo pelaje y condición. Y coincidía con él en que su profesionalidad nunca se podía ver empañada por un viaje en grupo a ver a la selección española. Cómo se iba a perder Pepe un sarao. Si él siempre estaba allí.