España es un país con una universidad pública y de calidad, o al menos eso figura sobre el papel. La realidad es totalmente diferente para una gran parte de la población joven, ya que el 34% de los alumnos abandonan las aulas en bachillerato, y un 25% acaba dejando la universidad.
Estas preocupantes cifras nos hacen preguntarnos si el absentismo es fruto de problemas académicos o si tiene más que ver con la economía. Para resolver esta duda hemos preguntado a dos jóvenes, uno de los cuales decidió dejar las aulas hace un año, y otro ve inviable matricularse el curso que viene.
Violeta tiene 21 años y trabaja en una tienda de ropa de Mallorca desde hace casi un año. "En segundo de bachillerato tenía claro que quería estudiar Periodismo, pero en la Universidad de las Islas Baleares no la ofertaban, así que me tuve que mudar para poder ir a una universidad pública", relata.
"Me fui a Barcelona y al tener beca, los primeros meses me pude permitir el piso, el transporte y la vida allí. En abril ya empecé a agobiarme, y en verano con todas aprobadas decidí volver a casa sin billete de vuelta a Barcelona". Violeta dejó la universidad por la imposibilidad de compaginar los estudios y el trabajo. "Lo pasé muy mal viendo como mis amigas de la universidad seguían estudiando o como mis amigas de la isla hacían sus estudios", confiesa. "Me sentía inútil y afectó mucho a mi autoestima".
Ahora, más de un año después, tiene claro que quiere volver a estudiar, pero no tiene prisa. "Desde pequeños nos enseñan que la universidad es la única opción, y oye, claro que me gustaría ser periodista, pero no me siento inferior que nadie por trabajar en una tienda y no tener formación universitaria", concluye.
Es más que obvio que la causa del abandono universitario no es una falta de capacidad o esfuerzo, sino una desigualdad social y económica.
Al implementarse el plan Bolonia, se comenzó a valorar la presencialidad durante el curso, otorgándole tanta importancia a ir a clase como a aprobar el examen final. Para muchos esto no supuso un problema, solamente los viernes cuando tocaba madrugar después de una noche de fiesta. Sin embargo, para aquellos que trabajaban y tenían un horario incompatible con la universidad, la presencialidad fue la gota que colmó el vaso.
Si desde hace años el abandono académico ha sido un problema en nuestro país, cabe preguntarnos qué pasará ahora que el coronavirus ha parado la economía nacional y global.
Según la ONG Save The Children, de entre todos los beneficiarios de becas y ayudas económicas, un 60% tiene más dificultades ahora que antes de la pandemia. Uno de estos casos es el de Arturo, estudiante de la Universidad Complutense de Madrid.
El padre de Arturo ha sido uno de los miles de españoles en cuya empresa han realizado ERTE masivos, prestación que todavía no ha cobrado. Por otro lado, aunque Arturo intenta encontrar trabajo, ahora está muy complicado. "No hay muchas ofertas ni entrevistas con esto del COVID-19".
"Para mí estudiar es un placer, pero si antes ya lo tenía difícil, ahora todavía más", comparte el joven de 19 años. "Vivo con mis padres, así que por suerte no gasto en alquiler, pero sí en moverme y en material. No todo es gratuito o está en Internet. Hay muchos profesores que te exigen comprar un libro, y cuando miras el autor da la casualidad de que es el propio profesor. Es un negocio redondo, por no hablar de los profesores que ofrecen clases particulares en centros ajenos a la Universidad. Es ilegal, pero algunos lo hacen", añade indignado.
"Yo estoy becado porque mi familia tiene una situación muy precaria, pero las becas no siempre son algo instantáneo, y más ahora con el coronavirus. El dinero tarda en llegar, y una semana puede suponer no tener dinero para comer", relata Arturo. "Es muy desmoralizador esforzarte, sacar buenas notas, entregar todos los proyectos e ir a clase, y que no se te reconozca ese mérito económicamente. Al final sólo pueden estudiar los de clase media alta. La pobreza se perpetúa, y quien no quiera verlo es porque vive en una burbuja de privilegios".