Un espacio íntimo en un lugar público. Pueden ser los baños de un centro comercial, los arbustos de un parque o las dunas de una playa. Hombres paseando, una y otra vez, pos los mismos senderos. Contacto visual. Cuando es recíproco, un gesto leve con la cabeza. Como diciendo: sígueme. Los hombres homosexuales han tenido que buscar históricamente maneras de desarrollar su vida afectiva y sexual en los márgenes de la sociedad. Una de las prácticas más comunes de las pasadas décadas era esta: el cruising, los intercambios sexuales anónimos e inmediatos entre desconocidos, al abrigo de los recovecos de un mundo que todavía les perseguía.
En un momento en el que los bares y discotecas de ambiente y las aplicaciones como Grindr, que por cierto ya ha cumplido diez años, parecen haber terminado con la utilidad de estos espacios, el cruising se reivindica como práctica histórica. Un modelo alternativo y puramente gay de encontrar compañeros sexuales, que no imita modelos establecidos por la norma heterosexual. El escritor Alex Espinoza desgrana la herencia de este fenómeno en 'Cruising. Historia íntima de un pasatiempo radical'.
Carlos Valdivia, traductor de la obra al español para la editorial Dos bigotes, considera que "durante gran parte de nuestra existencia como individuos y como comunidad (incluso en el presente de algunos países), nuestras relaciones sexoafectivas han estado prohibidas o castigadas. El cruising sirvió como vía de escape para muchos hombres, que buscaban tanto tener relaciones sexuales con otros hombres como entablar lazos de amistad o pareja. En cierta forma, nos ha ayudado a vivir en ambientes en los que se nos negaba la existencia".
Buscando esa intimidad a espaldas de una sociedad que no les comprendía, la comunidad gay generó sus propias normas para el cruising, algunas tan sofisticadas como un sistema de pañuelos de colores que, según dónde y cómo se llevaran, indicaban unas preferencias sexuales u otras. "Actualmente, desde una perspectiva de hombre gay que vive en una ciudad occidental, el cruising ha perdido ese significado y se ha convertido en un fetiche, otra práctica sexual más", considera Valdivia, "aunque en muchos países aún mantiene ese matiz de vía de escape o de única vía posible a un deseo afectivosexual".
¿Tiene el mismo sentido para los homosexuales de 2020 practicar cruising? Valdivia apunta que "de un tiempo a esta parte, la comunidad gay ha empezado a aplicar conductas normativistas, y es ahí donde el cruising es subversivo o contestatario: un hombre fuera de la norma puede no encontrar satisfacción afectivosexual en el ambiente gay (en el que existe ya una norma respecto al cuerpo y el sexo), pero sí puede obtenerlo en un ambiente de cruising, donde no existen tales filtros o estándares”.
"Las nuevas tecnologías", continúa, "han dado un vuelco a nuestra manera de ver el mundo, incluyendo el sexo con desconocidos. Para mí, las aplicaciones de sexo gay no encajan dentro del concepto más tradicional de cruising, sino que fomentan cierta normatividad y toxicidad entre el ambiente homosexual".
Chema nació en 1965. Su adolescencia, que se desarrolló en la década de los ochenta en Madrid, poco tiene que ver con revisitaciones actuales como 'Call me by your name'.
"En julio de 1981 yo tenía 15 años. A mi madre le surgió un viaje a Vigo. Fuimos a despedirla a la estación de Príncipe Pío y, como siempre, fui a los servicios. Allí había un movimiento que me llamó la atención y me di cuenta de que ese era el momento y lugar para comenzar a explorar". Al día siguiente regresó, a "empaparme de lo que ocurría allí. Todo el curso siguiente me dediqué al tema prácticamente todos los sábados y domingos por la tarde. Deduje que si eso pasaba en allí, lo mismo ocurriría en otras estaciones. Al conocer gente, ellos también daban pistas de otros lugares y con eso te ibas haciendo tu mapa de cruising".
En un momento en el que las alternativas para conocer a otros homosexuales escaseaban, los lugares de cruising eran frecuentados por "chicos, entre los que me incluyo, que si la cosa había ido razonablemente bien, entablaban una conversación. A veces surgía ahí el ¿cómo te llamas?, otras veces eso salía antes del sexo. Y si la conversación posterior y el sexo habían sido agradables, pues se podían intercambiar teléfonos o citarse para otro día. Yo hice allí conocidos con los que me vi en varias ocasiones, aunque lo cierto es que pocas de esas veces no incluyeron contacto sexual. Había también algunas personas, normalmente mayores, que claramente se conocían de mucho tiempo y veías charlando entre ellos. Eran pocos y ocurría solo en los sitios de cruising grandes y discretos".
Aunque considera que esta práctica "tiene mucha menos fuerza que hace 40 años, me parece que sigue teniendo su espacio en el conjunto de las maneras de relación entre gays. Evidentemente ya no puede ser un sitio primario, como lo era hace décadas". Para David, un "maricón nacido en el 85 en Oviedo", las opciones para tener encuentros sexuales estaban muy reducidas. "Estaba el chat, con sus peligros, los bares de ambiente (Oviedo es muy pequeño y pisar un bar gay era salir del armario, porque se sabía todo, y ser marica estaba muchísimo más estigmatizado) y el cruising: este último era más directo, más real y, para mi sorpresa, más anónimo". No considera que sea "más sórdido que ir a la sauna o quedar con alguien por Grindr para practicar sexo. Puedo entender que el escenario pueda parecer sórdido, pero obviamente un área de cruising requiere unas características muy específicas".
Juan, que tiene 30 años, fue "descubriendo el cruising de una manera bastante natural. Sabía que existía, pero no había pensado en ir a hacerlo. En un viaje largo, pasando por la estación de autobuses, me metí a masturbarme a un aseo (estaban todos con el pestillo roto y con agujeros en las cabinas por las que podías ver). Un señor abrió varias veces la puerta, aunque yo le pedía que se fuera. Después de esa experiencia, me di cuenta de que me había excitado. Luego, aquí en Alicante donde vivo, en la playa nudista vi a un señor masturbarse y me acerqué. Me gustó lo que pasó. A partir de ahí, empecé a buscar experiencias similares tanto en playas como en áreas de descanso en las que sabía que se practicaba. El principal factor que me atrae es el morbo de tener sexo en espacios abiertos”.
Agradece de esta práctica el hecho de que no siente "tantas expectativas. Tengo la sensación de que en el cruising todo está bien. Desde masturbarse mientras otra persona solo mira hasta tener penetración, pero no hay ninguna obligación de realizar ninguna práctica concreta. Cuando no quieres más, te puedes marchar aun no habiendo llegado nadie al orgasmo. En el espacio privado, siento mucho más la obligación de satisfacer y de realizar determinadas prácticas que, como mínimo, lleven al orgasmo. Luego, por supuesto, en el cruising hay menos comunicación verbal y el cariño es un tabú en la mayoría de los encuentros".
Para Daniel, que vive en Berlín (capital mundial del cruising, donde hay gran cantidad de lugares donde se practica), estos espacios han jugado un papel importante en su desarrollo sexoafectivo. Lo descubrió de manera casual "una vez que me estaba haciendo un porro en un váter de los cuartos de baño de la estación de Príncipe Pío en Madrid. Alguien de la cabina de al lado empezó a sacar el zapato por debajo de la pared que las divide y lo que descubrí es que tenía un control que solo había conseguido sentir en otras prácticas no normativas como la dominación".
"Cuando tenía 17 años me agredieron sexualmente", continúa, "y desde entonces no había sido capaz de sentirme con la seguridad suficiente como para quedar con cualquier tipo de hombre. Pero el cruising fue la vía que tenía para tener sexo y, si algo iba mal, poder gritar o salir corriendo de la cabina del baño. Se convirtió en mi forma de relacionarme sexualmente". Entre la necesidad de antaño y la subversión de los modelos que se han estandarizado, el cruising se pasea y se vuelve a pasear por toda la historia de la comunidad gay. En silencio, mirándonos a los ojos. Sígueme.