Marta llevaba cinco años con su pareja cuando se dio cuenta de que algo no iba bien. Aunque tenían planes de futuro y la relación era perfecta a ojos de los demás, tenían un problema del que nunca se hablaba: la falta de sexo. “Cuando yo intentaba hablarlo, se ponía a la defensiva”, recuerda la joven de 27 años. “A veces me decía que él nunca había sido muy sexual. O que tenía mucho estrés. O que estaba muy cansado. Se acabó convirtiendo en un tema de conversación prohibido, porque sabía que íbamos a discutir, así que acepté que mi relación era así, que no se puede tener todo y que no pasa nada por renunciar al sexo”.
Durante mucho tiempo, Marta se autoconvenció de que todo iba bien. Al fin y al cabo, muchas parejas son felices así. Sin embargo, para ella el sexo era una parte importante de su relación, y a medida que pasaron los meses todo el polvo que habían barrido bajo la alfombra se amontonó. Era imposible ocultar que tenían un problema. “Un día me di cuenta de que ya no estaba enamorada de él. Se lo dije y quiso solucionar todo lo que habíamos evitado hablar durante casi un año. Me dijo que podíamos ir a terapia de pareja o que iría a un sexólogo. Yo ya no quería porque ya me daba igual tener sexo o no con él. Me había ido desenamorando, y lo dejamos”, comparte. “La ruptura fue muy dura porque él no lo entendía. Me decía que cómo podía haberle dejado solo por eso. Se obsesionó con que había alguien más, y durante meses lo pasé muy mal. Me llegué a sentir egoísta por haber roto con alguien a quien quería mucho por un motivo que muchos no entenderán, pero para mí era importante”.
Como Marta y su ex, muchas parejas sufren por la incompatibilidad sexual, algunas de las cuales consiguen encontrar una solución, pero otras acaban rompiendo.
Cuando una relación acaba por la falta de sexo, es muy normal que la persona que deja se sienta culpable o egoísta. Ambas emociones son normales, pero no son justas, ya que no tener sexo es un motivo completamente válido para poner fin a una relación.
El sexo y la comunicación son dos pilares de las relaciones, y cuando hay problemas en el primero, es muy frecuente que también se deteriore el segundo. No se habla de las carencias sexuales porque nos da vergüenza, porque no queremos herir los sentimientos de la otra persona, porque les quitamos importancia o porque nos sentimos responsables. En consecuencia, se crea un clima de negatividad, culpa y frustración alrededor del sexo.
Con el tiempo, estas dinámicas tóxicas acaban desgastando la relación y se produce un duelo anticipado de la ruptura. En otras palabras, te das cuenta poco a poco de que ya no estás enamorado.
La falta de sexo antes era un problema que querías solucionar. Ahora, tras el duelo anticipado, es algo que te da igual. No te importa no tener sexo. Te resignas, y descubres que ya no quieres estar con tu pareja porque para ti es como una amiga, una compañera de vida, pero no hay ni pasión, ni amor. Llegados a ese punto, la relación se rompe.
Aunque es muy duro, también es un aprendizaje. Aprendemos que el sexo es importante y podremos crear relaciones en las que si bien habrá rachas con mayor o menor libido, en el fondo existirá una compatibilidad sexual.
Como acabamos de ver, la falta de sexo es un motivo razonable para romper con tu pareja. Sin embargo, antes de llegar a ese punto y si ambos estáis de acuerdo, hay ciertas recomendaciones para salvar la relación.
Además de estos tres puntos, la terapia psicológica puede mejorar vuestra relación. ¿Cómo? Mediante terapia individual para que cada uno entendáis lo que estáis viviendo a nivel personal, terapia de pareja para que, de forma conjunta, entendáis vuestra relación y terapia sexológica para que entendáis vuestra sexualidad.