Son las nueve y media de la mañana. Chus Iglesias sale de su casa, situada en el barrio santiagués de Conxo. Lo hace cargada, arrastrando un carrito lleno de cosas. En él lleva varios termos con chocolate caliente, galletas, panetone, manzanas, una docena de pares de calcetines y dos sacos de dormir. Con dificultad, por el peso, se dirige a la parada más cercana a su casa. Su objetivo es coger el autobús para desplazarse cinco kilómetros, hasta la estación de Santiago de Compostela.
Allí va a iniciar su primera acción solidaria del día. No sabe a quién encontrará. Pero está convencida de que alguien habrá. Tras echar un vistazo, ve a Andrés echado en uno de los bancos. Nada más acercarse a él, le ofrece un chocolate caliente. Andrés, acepta. Ha pasado una noche fría y lluviosa a la intemperie. Mientras Chus habla con él se come, también, un trozo de panetone y una manzana. En la conversación, trata de convencerle para que vaya a un albergue a dormir. También para que acuda al ropero social a pedir unas botas porque con las deportivas que lleva le entra el agua.
Andrés tocaba en una orquesta, pero bebía mucho. Su alcoholismo le llevó a quedarse en la calle. Es una de las historias que Chus conoce. Lleva años recorriendo la capital gallega para hacer más llevadero el día a día de gente que, como él, se ha quedado en la calle.
Sale entre dos y tres horas, prácticamente a diario. Siempre que las citas médicas y el dolor se lo permiten. “Ahora, al estar malita, lo hago cuando puedo”, cuenta Chus Iglesias a NIUS. Porque Chus padece cáncer de mama. En menos de un año se ha sometido a una doble mastectomía y acude a sesiones de quimioterapia. Pero saca fuerzas para hacer lo que más le reconforta: ayudar a los demás. “A veces me acompañan mi marido y mi hija en coche y otras veces voy yo en autobús. Es algo que nadie me manda hacer. Lo hago porque me siento bien y porque me gusta”, explica.
Reconoce que, en su recorrido por los bancos y soportales más frecuentados por las personas sin hogar en Santiago, no todos aceptan su chocolate ni, tampoco, unos minutos de conversación. “La mayoría de la gente que está en la calle está enferma, con alcoholismo, con drogadicción y muchos no quieren ir a albergues ni acudir a ningún sitio donde les ayuden”, asegura.
Pero sí hay otros que agradecen su compañía y unos minutos de charla. “Me dan las gracias y yo les digo que no tienen por qué dármelas. No nos podemos olvidar que hoy están ellos y mañana podemos estar nosotros. No podemos mirar hacia otro lado”. Eso sí, dice que intenta no involucrarse demasiado porque, en ocasiones, “se lo lleva para casa”.
Su labor altruista se ha complicado en los últimos meses. Antes había una panadería que colaboraba con ella, dándole el pan que le sobraba. Pero, hace poco, el negocio cerró. Desde entonces ella costea todo lo que les lleva. “Cuando veo ofertas, las compro. Ayer fui a Padrón, había calcetines de oferta y los compré”, cuenta.
Otro de los contratiempos que ha sufrido ha sido la avería de su furgoneta. “A ver si hay algún alma caritativa que me regale una”, nos dice riéndose y con el humor que le caracteriza. Pero reconoce, al tiempo, que ese no es su mayor deseo. Dice que la ilusión de su vida sería tener un terreno donde dar una vida digna a todas esos “amigos” que ha hecho en las calles. “A ver si Amancio Ortega nos construye una hangar para que cuando encuentre a gente durmiendo en la calle la pueda llevar ahí. Con un terrenito pequeño sería suficiente”, explica sabiendo que es difícil que su sueño se cumpla.
Chus es muy conocida en Santiago de Compostela. Sobre todo, como les contamos en NIUS, por organizar, cada año, una multitudinaria cena de Nochebuena y una comida de Navidad para las personas sin recursos o que viven en soledad. Algo que hace junto a su marido, Serafín, su hija, Soana, y una decena de voluntarios.
Las acciones solidarias de esta mujer de 63 años comenzaron hace veinticinco. La pérdida de una hija supuso un punto de inflexión en su vida. “Ver su silla vacía nos hizo sentirnos muy solos”, contó por aquel entonces a NIUS. Pensó en todas las personas que pasaban esas especiales fechas en la calle, solos, y decidió hacer una gran fiesta para ellos en el ‘Paluso’, el negocio de hostelería que por aquel entonces regentaba junto a su marido en un barrio de la ciudad.
Ese fue el germen de una de las fiestas más tradicionales de la Navidad santiaguesa. También el primer ‘servicio’ de este ángel de la guarda.