Shakira, Piqué y la consagración de lo impúdico
Hasta ahora la prensa y los historiadores eran quienes indagaban en la letra pequeña de los sonados amores y desamores
Ahora los protagonistas cuentan de primera mano y sin ningún tapujo detalles antes vedados por el pudor y la vergüenza
Piqué responde a Shakira defendiendo a Clara Chía: “El Casio es un reloj para toda la vida”
Un libro que lució en muchas estanterías en su momento –1988, cuando todavía no se publicaba a granel- llevaba el acertado título de Historia de las historias de amor. El autor era el escritor catalán Carlos Fisas e indagaba en los amores de Cleopatra, los amantes de Teruel, Juana la Loca o Sissí. El título destacaba una cita de una dama del siglo XVIII: "El amor es un no sé qué, que empieza no se sabe cómo y termina no se sabe cuándo".
Vargas Llosa lo expresó de otra manera hace ya unos años: “El amor es una experiencia privada, si se hace pública se vuelve barata, llena de lugares comunes. Por eso es tan difícil escribir sobre el amor en la literatura. Creo que una persona no debería hablar del amor dado que es algo tan importante en la vida”.
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Hay cosas sobre las que es mejor no hablar en público, por falta de rigor o por vergüenza (propia y ajena). Pero ni Corinna ni Tamara, ni Shakira ni Piqué han tomado nota. Entre cuernos, traiciones, el Twingo y el Casio, se han despechado a gusto y públicamente. ¿Es el triunfo definitivo de lo impúdico? Para muchos sí.
Pero qué es el pudor. La RAE, acepción 1: “Honestidad, modestia, recato”. Acepción 2: “Mal olor, hedor”. Cierto, esta última en desuso, pero la primera también. El pudor casi ya no existe porque tiene mala prensa. Es casi sinónimo de mojigatería.
No fue fácil desterrarlo de nuestra historia. Su fama venía de lejos. Empezó con Adán y Eva tapándose las vergüenzas y siguió dando guerra hasta la maja de Goya. El ataque del inteligente Freud (era una “fuerza represora” en la mujer) y las películas del destape dieron la puntilla.
Pero pudor físico no es lo mismo que pudor verbal. Los poetas siempre han glosado sus sentimientos, pero con metáforas e imágenes. Por eso les llamaban artistas y no taquígrafos (con todos los respetos a estos últimos). El desamor o el despecho se podían airear públicamente, pero se escondían con elegancia entre tropos, de forma velada. No se exhibían. Se sobreentendían.
Hablar de la suegra, el Twingo o el Casio no es solo poco imaginativo, sino que además denota otra condición de nuestro tiempo: la obsesión por la transparencia. “Todo está vuelto hacia fuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto”, se lamenta el filósofo Byung-Chul Han.
“Hay una exigencia a mostrarlo todo”, apostilla Gérard Wajcman en El Ojo absoluto. “Hoy, los velos no solamente caen sino que -preciso es decirlo si se quiere comprender la época- caen sin vergüenza. Este tiempo no tiene vergüenza alguna. Y el pudor cae junto con los velos”.
Y algunos dirán: el voyerismo ha existido siempre. Así es. ¡Qué gran película La ventana indiscreta! Pero hay un pequeño matiz: los vecinos de James Stewart no sabían que un mirón les espiaba. No sabían que eran víctimas. Ahora es al revés: las víctimas se exhiben. No necesitamos prismáticos, sino antifaz.