A los 15 años su madre, una maestra retirada, le regaló un microscopio y sin saberlo, le regaló el destino de su vida. Con ese microscopio, y una cámara de fotos, Wilson Alwyn Bentley (1865- 1931) descubrió al mundo la belleza, efímera y única, de los copos de nieve.
Bentley dedicó su vida a tratar de preservar esa belleza. Hizo hasta 5.381 fotografías de cristales de nieve, demostrando que no hay dos iguales, que cada uno tiene su propio y maravilloso diseño.
Por su legado ha pasado a la historia como Snowflake man (el hombre del copo de nieve), el fotógrafo de lo imposible, el que demostró la compleja estructura de los cristales congelados, que aún hoy se estudia.
Pero su empeño no fue fácil. Nacido en una granja del condado norteamericano de Jericho (Vernon), pocos entendían su afición. Era el "chico raro que estudia la nieve", porque aunque tras el regalo de su madre Bentley descubrió el mundo a través de la lente de su microscopio, fue la nieve la que le atrapó. Descubrió una singularidad y perfección que quería compartir con el mundo.
"Bajo el microscopio encontré que los copos de nieve eran milagros de belleza; y me pareció una pena que esa belleza no fuera vista y apreciada por otros. Cada cristal era una obra maestra de diseño y ningún diseño jamás se repetía. Cuando un copo de nieve se fundía, el diseño se perdía para siempre. Toda esa belleza se fue, sin dejar ningún recuerdo", explicó luego.
Por eso, insistió durante dos años en pedir una cámara fotográfica. Un objeto caro para una familia de granjeros, que finalmente consiguió a los 17 años, gracias a la herencia de sus abuelos, y de nuevo a la intervención materna.
Con su cámara y microscopio probó de mil maneras para tratar de inmortalizar los copos. Una tarea nada fácil, al mínimo contacto con una fuente de calor se derretían. Finalmente, con 19 años, el 15 de enero de 1885 logró su objetivo: fotografió un cristal de nieve.
"El día que desarrollé el primer negativo y lo encontré bien, ¡casi sentí como arrodillarme junto a ese aparato y adorarlo! Entonces supe que lo que había soñado hacer, era posible. Fue el mejor momento de mi vida ", contó más adelante.
Por esa primera fotografía su hazaña, entonces poco apreciada, le hizo ser conocido durante años como el primer fotógrafo en conseguir inmortalizar los cristales de nieve (aunque hoy se sabe que seis años antes lo logró Johann Heinrich Ludwig Flögel (1834 -1918), un científico alemán aficionado a la fotografía).
Para lograr fotografiar los copos de nieve, Bentley tuvo que desarrollar una compleja técnica. Tras adaptar la cámara fotográfica al microscopio, llegaba lo más difícil, retener intactos los cristales de nieve bajo el objetivo.
Pasaba horas esperando pacientemente hasta lograr atrapar los copos en una pizarra negra con asas metálicas en los extremos para poderla mover sin que las manos la tocaran; luego situaba la pizarra y su precioso tesoro bajo el objetivo, moviendo los copos con una pluma para colocarlos con delicadeza y sin que se rompieran, bajo la lente. Todo a la intemperie, tratando de que el frío los mantuviera intactos durante el minuto y medio de exposición que necesitaba para capturar la imagen.
Un arduo trabajo que tuvo su recompensa. Empezó a escribir artículos en revistas y periódicos. Las universidades empezaron a tenerle en cuenta, le compraban juegos de sus grabados y diapositivas de linternas con fines educativos, hasta la famosa joyería Tiffany's, se hizo con sus grabados para reproducir los diseños de los copos en sus joyas.
Empezó a ser conocido en todo el país como Snowflake man y en su pueblo, comenzaron a admirarle (han creado incluso un museo). Pero sobre todo, logró su sueño: compartir esa belleza fugaz que descubrió a los 15 años con su microscopio.
Pasó más de 40 años fotografiando su singularidad y en noviembre de 1931, publicó su obra cumbre: Snow Crystals, un libro que aún hoy se consulta y que contiene 2.300 de sus mejores fotografías.
Un mes y medio después murió. Fue un 23 de diciembre. Una fecha paradójica y simbólica..
A las puertas de la Navidad, en esa época en la que el mundo entero reproduce las imágenes de sus copos, el hombre que les dio vida eterna moría. La culpa la tuvo, como no, su obsesión por la nieve. 1931 fue un año particularmente cálido, y no había conseguido buenas fotografías, pero unos días antes de su muerte, cayó una tremenda ventisca en su pueblo. Armado con su cámara se lanzó al exterior dispuesto a retener una vez más lo efímero. Fue su última vez. Una neumonía acabó con él, tenía 66 años.