J.D Salinger, no descansarás en paz
Nueva York dedica una exposición al esquivo autor de ‘El guardián entre el centeno’
La muestra reúne 200 objetos personales del escritor, que se aisló del mundo durante 40 años
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La muerte sigue maltratando a J.D Salinger (1919-2010). Nueve años después de su fallecimiento, el autor de ‘El guardián entre el centeno’ acumula razones para revolverse en su tumba, o donde sea que se encuentre. Una vez más, (y van unas cuantas) se quebranta la intimidad que guardó con tanto celo en vida y que le llevó a vivir como un eremita durante 40 años en una granja en Cornish (New Hampshire).
Aquel hombre huraño que afirmó que si fuera pianista aborrecería los aplausos –“creo que tocaría dentro de un armario”, dijo- vuelve a ser objeto de culto póstumo en una exposición que el 18 de octubre inaugura la New York Public Library, coincidiendo con el centenario de su nacimiento. Durante tres meses (hasta el 19 de enero de 2020), los fans de Salinger podrán acceder a documentos, objetos y fotografías inéditas de un autor tan venerado como enigmático. Una profanación en toda regla: expuestos ante el público aparecerán su máquina de escribir, los textos originales mecanografiados de sus aclamados relatos, los dibujos originales que ilustraron sus obras… El hijo del escritor, Matt Salinger, y su viuda Colleen Salinger, lo han cedido todo -200 objetos- a la ciudad de Nueva York.
*’El guardián entre el centeno’ sigue vendiendo 250.000 ejemplares al año en el mundo
¿Por qué sigue fascinando J.D Salinger?
Su obra publicada -pese a su calidad y carisma- es muy breve. A los 32 años, tras una traumática experiencia en la Segunda Guerra Mundial, Salinger cobró fama mundial con ‘El guardián entre el centeno’ (1951), una obra iniciática que todavía hoy vende 250.000 ejemplares al año en el mundo. Las andanzas de Holden Caufield por Nueva York siguen atrayendo a los lectores siete décadas después de ser escritas. Le seguirían ‘Nueve cuentos’(1953), ‘Fanny y Zooey’ (1961) y otros relatos como ‘Levantad, carpinteros la viga maestra’(1963) o ‘Seymour: una introducción’ (1963). Ahí acaba la obra publicada y empieza el mito.
Pero Salinger nunca dejó de escribir, como se sabría tras su muerte. Mantuvo una voluminosa correspondencia con otros autores. En la exposición neoyorkina se exhiben cartas que escribió a Ernest Hemingway o al editor William Shawn. No dejó la escritura, pero no quería saber nada del mundo. Quería que le dejaran en paz. “Me gusta escribir. Amo escribir, pero escribo solo para mí mismo y para mi placer”, dijo en 1974 al New York Times, en una de las pocas entrevistas que se le conocen.
Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi placer", dijo
Cuando en 1977, Ian Hamilton amagó con publicar una biografía del autor (por supuesto, no autorizada, ‘J.Salinger: a writing life’), Salinger lo demandó y logró frenar el proyecto. Sin embargo, no pudo evitar que Hamilton publicara diez años después una versión maquillada de aquella biografía, ‘En busca de J.D Salinger’.
Hasta su hija mayor, Margaret Ane Salinger, le dedicó un libro poco complaciente, 'El guardián de los sueños' (2000), en el que retrataba al escritor como un padre egoísta, perfeccionista y tiránico. Se desconoce si el autor lo leyó.
J.D Salinger no puede evitar la veneración de su figura y de su legado. Una frase de Holden Caufield parece premonitoria: “No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque haya muerto. Sobre todo si esa persona era cien veces mejor que los que siguen viviendo”.
Muy a su pesar, a Salinger le siguen queriendo. Por suerte para él, nadie violentará su eterno descanso convirtiendo su tumba en un lugar de peregrinación, porque se desconoce dónde está enterrado. Ni siquiera se sabe si lo enterraron. Puede que lo incineraran y tiraran sus cenizas al mar para que -por fin- todos le dejaran en paz de una vez.