González Férriz, autor de La ruptura: “Hemos fracasado en el intento de mejorar el país”
"Nos pasó lo que pasa todo el rato. El poder es atractivo y brutal. Parte amistades y genera rencor"
"Compartíamos el miedo motriz del 15-M: gente de clase media que temía caerse de la clase media"
"Nos contactamos por Twitter, en otra época habría sido el Café Gijón"
Hace diez años del 15-M. Hace diez años de la entrada en escena de una generación que ya nació con un nombre y jubiló definitivamente a la generación de la Transición. Más allá de la agitación en las plazas y en las redes, más allá de las consignas y las propuestas, eran jóvenes de ideología diversa e incluso sin ella, pero todos unidos por el temor a no alcanzar el futuro que les había prometido el sistema.
De los anhelos, coincidencias y malentendidos de un grupo de esa generación habla en primera persona el periodista Ramón González Férriz (Granollers, 1977) en un libro digital, breve y revelador: La ruptura. El fracaso de una (re)generación La ruptura. El fracaso de una (re)generación(ebook, Random House).
MÁS
A diferencia de generaciones anteriores, este grupo no se conoció en el Café Gijón, sino en Twitter. Escribían en los blogs que empezaron a germinar con la crisis financiera y política. Eran jóvenes sobradamente preparados que se movían entre el liberalismo y la socialdemocracia, más bien alejados de sus compañeros generacionales de Podemos. Pero todos vieron -en el 15-M, en la crisis económica y política, en Cataluña- una ventana de oportunidad para reformar España. El poder se ejerce generacionalmente, dicen. Pero fue la realidad del poder la que les terminó enfrentando y provocó la ruptura que da pie al título del libro.
Esa es la conclusión a la que llega el relato de González Férriz (@gonzalezferriz), exdirector del extinto semanario Ahora y autor de libros que rastrean el espíritu de la época, sea la convulsión del 68 o el optimismo de los 90. Ahora vuelve la mirada hacia sí mismo y hacia un grupo de amigos en la agitada década que abrió el 15-M. Politólogos, economistas, sociólogos, editores y periodistas como Jorge San Miguel, Daniel Gascón, Sandra León, Toni Roldán, Kiko Llaneras, Borja Lasheras, Manuel Muñiz, Aurora Nacarino-Brabo, Víctor Lapuente, Miguel Aguilar, Pedro Herrero, Juan Claudio de Ramón, María Ramírez y Eduardo Suárez, entre otros muchos.
¿Por qué te planteaste escribir el libro?
Tenía la sensación de que nosotros experimentamos lo que posteriormente experimentó el país. Teníamos ideologías distintas, pero estábamos de acuerdo en lo esencial. Nos parecía que teníamos una visión moderna y renovadora de las cosas. Y de eso, pasamos a vivir una polarización brutal dentro del propio grupo. Después, también tenía la intención de entender qué nos había pasado a nosotros. Y la conclusión a la que yo llego, que le ha molestado a alguna gente, es que nos pasó lo que pasa en la historia todo el rato, que el poder es tan atractivo y brutal como se lee en los libros. Parte amistades y parte carreras personales y genera desconfianza y rencor.
Hablas del fracaso de una generación. ¿De qué generación hablas?
Somos la generación que se hizo definitivamente adulta con la crisis financiera de 2008. En la que coincidió el 15-M, la época de la eclosión de los blogs (Politikon, Nada es gratis, Hay derecho, Agenda Pública, Piedras de papel…), en que empezamos a publicar algún libro, a tener algún carguito periodístico y fue el momento en que nos dijimos: somos jóvenes, pero podemos empezar a influir en las cosas. Otra gente vinculada a Podemos estaba pensando lo mismo. Nosotros no estábamos ahí. No era tanto refutar a la generación que hizo la Transición, sino poner al día las cosas. Eso pasaba por un lado quizá un poco criticable a posteriori, pasaba por un lado tecnocrático. Utilicemos un poco más las herramientas de la economía, de la sociología. Tendíamos más al centro o al centro izquierda.
¿Os consideráis, no obstante, parte de la generación del 15-M?
Sí, inevitablemente. Yo reconozco que el 15-M no lo entendí. Me costó mucho entenderlo. Creo que ahora lo entiendo un poco mejor. Y creo que entonces compartíamos el miedo motriz del 15-M: gente de clase media que temía caerse de la clase media. El 15-M fue mirar el abismo y darte cuenta de que te podías desclasar en términos marxistas. Ese miedo lo tuvimos muchos, aunque no estuviéramos ideológicamente en consonancia con el 15-M.
El periodismo español es como es, pero ¿es necesario que esté tan polarizado? ¿Es imprescindible que identifiques claramente el partido preferido del director del periódico?
Entre el liberalismo y la socialdemocracia, dices en el libro.
Mi percepción -y digo mía porque hay otra gente que me ha dicho que no se siente identificada con mi historia- es que cuando en el 2016 puede haber un gobierno entre Ciudadanos y PSOE a mí sí me parece que eso puede de alguna manera ser esta superación generacional del viejo bipartidismo de izquierdas o derechas. Pero no era tanto la afinidad ideológica sino la afinidad de las herramientas que creíamos que teníamos que utilizar. Compartíamos más eso que la ideología. La sensación de que podías modernizar, superar los viejos vicios. El periodismo español es como es, pero ¿es necesario que esté tan polarizado? ¿Es imprescindible que identifiques claramente el partido preferido del director del periódico o podemos hacer un periodismo, con millones de sesgos, pero donde la ideología del director no sea evidente en cada página? En Ahora, una de las cosas que quise hacer fue no publicar editoriales. Eso sí que fue parte de mi ingenuidad periodística. Ahí sí que me equivoqué.
¿Cómo os vais conociendo?
Nos conectamos por Twitter. Algunos periodistas teníamos la sensación de no entender lo que estaba pasando con la crisis. Y entonces me di cuenta de que esta gente nos daba herramientas de compresión de la realidad económica, los de Nada es gratis, en política, los de Politikon... Y a partir de Twitter nos fuimos conociendo. Después mucha gente venía a Madrid y querían conocer a gente. Todo surgió y acabó en Twitter. Igual hace 20 años nos habríamos conocido en el Café Gijón, pero ahora fue en Twitter.
Escribes: “Pertenecíamos a una especie bastante común en Madrid y en todas las capitales: aspirantes a ocupar lugares relevantes en el debate público, a impulsar sus ideas y a ganarse la vida con ello”.
Quiero insistir en que era un grupo muy laxo. Y mucha gente que se ha visto reflejada ha dicho que no siente que perteneciera a ese grupo. Lo que yo explico es la sensación de que iba detectando a gente que me parecía valiosa, que tenía ciertos vínculos intelectuales. Y en ese sentido, y aquí es donde alguna gente se me ha enfadado, cuando cuento que la gente quería ser influyente o tener relevancia, he intentado explicarlo con naturalidad. Sí, la gente en general quiere eso. No es porque fueran gente muy ambiciosa. Si te dedicas a esto, quieres verte, quieres que se te vea. Es verdad, sobre todo cuando empieza el procés, que hay una gran vitalidad intelectual en Madrid. Creo que es un momento en que la gente está debatiendo cómo salimos de la crisis económica, qué es esto del procés, qué va a pasar con un partido nuevo como Podemos, qué va a pasar con los medios nuevos que salen. Creo que es un momento de gran efervescencia y donde sí se produce una conjunción de gente que ha venido a Madrid por razones académicas, personales, laborales, pero que se encuentra y se conoce en un momento en que las cosas pueden cambiar.
Lo acabas de señalar. ¿Cómo influye el proceso independentista catalán? Os empezáis a reunir en torno a la primera gran Diada de 2012, “por la angustia que provocaba el procés”, escribes, y el detonante de la ruptura llega también por ahí, por los pactos del PSOE con el independentismo en 2018.
Yo creo que también refleja el sentir del país. Algunos creíamos que el procés potencialmente iba a vulnerar -y yo creo que acabó haciéndolo en 2017- las garantías de un montón de ciudadanos, que iba a violentar la Constitución e incluso más allá de eso, que era imposible, que iba a hacer todo ese mal para acabar en nada. Otros lo percibían como un asunto pendiente de España que había que solucionar, que era el momento de pensar en una reforma federalista de la Constitución. Unos considerábamos que aquello era una ruptura y otros pensaban que era un acicate para reformar. Esas tensiones eran subyacentes. Todo estalla cuando la moción de censura del PSOE se apoya en ERC, Bildu o Junts. ¿Qué dicen los amigos más cercanos al PSOE? No nos encanta, pero así es el poder.
El poder motivó la ruptura.
Sí, el poder es así. No pinto el poder como algo necesariamente negativo, pero el poder tiene repercusiones. Y en ese momento vimos por qué el poder es tan atractivo. No son sólo los 5.000 euros al mes, que supongo que no vienen mal. A la gente le gusta el poder porque puede desarrollar sus proyectos ideológicos y profesionales y servir al país. Y eso existe. También te produce un giro biográfico, un cambio en la relación con los demás. Lo vimos de repente. Que tíos y tías que eran amigos estaban ahora en Moncloa y empezaban a adoptar ese ademán propio del poder. Y quien antes era tu amigo, ahora te llamaba y cambiaba la naturaleza de la relación. Y los que creían que el poder iba a ser para Ciudadanos, que se les cerrara la puerta de golpe fue duro y es comprensible.
¿Y esa es la línea de ruptura: quienes están en el poder y quienes se quedan fuera?
Primero es el poder. Luego se produce una polarización afectiva. No hay un gran cambio ideológico. No es que los de izquierdas se vuelvan más de izquierdas y los de derechas más de derechas, sino que empieza a producirse esta dinámica. No es que tengamos ideas tan distintas sobre la sanidad o sobre los impuestos, es que me caes mal. No es una diferencia de fondo, es que somos de tribus distintas.
¿Se impone el sectarismo?
Sí, no es el radicalismo. Nadie se radicaliza en ese momento o cambia de opinión drásticamente. Vemos surgir un tribalismo. Luego, transcurrido el tiempo, sí creo que se produce más polarización ideológica. Creo que son estas tres etapas. El súbito cambio de estatus por el acceso al poder, la polarización afectiva porque vemos cómo se crean tribus y finalmente una polarización ideológica.
Una parte de esta generación está en el poder, ¿por qué hablas entonces de fracaso?
Individualmente no nos podemos quejar. Hemos conseguido los objetivos personales, laborales y biográficos que queríamos. Hemos fracasado en nuestra intención de mejorar las cosas. Ahora veo que los cinco partidos políticos están dirigidos por gente de mi edad. No creo que lo estén haciendo mejor que la generación anterior…
Incluso peor, escribes…
Sí, sí. La política es claramente peor. El periodismo ahora, en algunos aspectos es mejor, pero no es menos sectario. El periodismo de datos, el científico y el tecnológico ha mejorado. Pero hemos fracasado en el intento de hacer un periodismo menos sesgado. Y creo que hemos fracasado en el intento de convertir las ciencias sociales en herramientas realmente objetivas e imparciales. Debajo de cada científico político hay una persona con ideología. Lo cual era de imaginar.
Hablamos de una joven élite de politólogos, sociólogos, economistas y periodistas. ¿De nuevo el fracaso de los intelectuales ante la realidad política?
Sí, es posible que fuera el fracaso de los intelectuales que se creen con capacidad para reformar todo. Cuando hablamos de nueva política, a veces olvidamos que el término “vieja y nueva política” lo pone Ortega y Gasset un siglo antes de nuestra propia “nueva política”. Y Ortega y Gasset fracasa completamente. Toda la generación de la II República, intelectuales de primera clase como Azaña y Ortega, no saben a hacerlo. Nosotros estábamos en un segundo plano, pero creo que sí, que había una creencia en nuestras posibilidades y en nuestras herramientas intelectuales que luego te imaginas las carcajadas de nosotros mismos 10 años después. No sabíamos tanto como creíamos.
¿Qué le ha pasado a la política? ¿Cómo estamos discutiendo sobre comunismo o sobre fascismo en lugar de hablar de impuestos o de camas de hospital?
Visteis el 15-M y la crisis económica como una ventana de oportunidad reformista, ¿leísteis mal el momento?
Sí, eso es evidente. Hay una cosa que dice Michael Ignatieff y tiene razón. No todas las buenas ideas son buenas ideas en política y las buenas ideas en política sólo son buenas en momentos determinados. Claramente no supimos interpretar que venía un tiempo mucho más movido por las emociones y por la polarización. Que el procés iba a ser una descarga de emociones brutal, que Podemos iba a estar mucho más movido por resortes ideológicos que por planes racionales. No hablemos ya del Brexit y Donald Trump. No entendimos el momento hasta muy tarde. Y después nos quedamos como quedaron tantos racionalistas o empíricos: qué le ha pasado a la política, cómo la política ha abandonado el plano racional de las políticas y las medidas y estamos discutiendo sobre comunismo o sobre fascismo. Cómo hemos acabado aquí en lugar de hablar de impuestos, de camas de hospital y de elementos que pueden parecer un poco tecnocráticos, pero son los elementos que han mejorado la vida de la gente.
Es lo que acabamos de ver en las elecciones en Madrid. ¿Qué te han parecido? ¿Entiendes el resultado?
Lo entiendo. Soy una persona muy centrista con un pie hacia la izquierda. Pero, con toda honestidad, lo que no comprendo es la dificultad que tiene la izquierda madrileña para entender mínimamente los miedos, las ansiedades, los deseos de una parte de madrileños, que en lo peor de la pandemia, hartos de estar encerrados en casa, sí consideraban libertad el tomarse una caña. Suena frívolo…
O a servir una caña…
O a servir una caña. Comparado con la libertad tras el comunismo o el nazismo, esta es una libertad un poco frívola y risible. Pero no entiendo la incapacidad para entender que existe eso. La gente quería abrir el bar, quería seguir sirviendo a sus clientes. Aunque la campaña de Ayuso me ha parecido tosca, faltona, demagoga -por supuesto, esto no era una lucha entre el comunismo y la libertad-, me parece que ha entendido determinadas cosas que no son tan difíciles de entender y me asombra que la izquierda madrileña no quiera entenderlas. Y no hablo ni siquiera del tono regañón que a veces tiene la izquierda, eso de que ‘votáis mal’. No puedes renunciar a la palabra libertad desde la izquierda.
La otra gran noticia de la semana, quizá la noticia política del mes y del año: Pablo Iglesias abandona la política. ¿Otro fracaso de tu generación?
Creo que no seré injusto porque estoy diciendo que quienes estábamos planteando las cosas desde otro lado también fracasamos. Todo lo que emergió entonces no ha sabido transformarse en una mejora. Podemos y Pablo Iglesias, desde otro lado, forman parte de ese fracaso. Gente, con mucha más ambición y talento del que nosotros pudiéramos tener, que ha desaprovechado una oportunidad para introducir en la agenda política cosas que, incluso desde la distancia de quienes no compartíamos su proyecto, vemos que teníamos que hablar de ellas, que esas propuestas tenían sentido. Podemos desaprovechó la oportunidad de ser esa puerta de entrada de nuevas ideas de izquierda y lo fio todo a una cerrazón ideológica, a una visión de la política basada en el enfrentamiento. Claro, que la política es enfrentamiento, no soy ingenuo, pero creo que buscó abiertamente la polarización.
Fracaso también en Madrid del otro partido generacional que prometía la 'nueva política', Ciudadanos. En tu libro, aparece con un perfil relevante el exdiputado de Cs Toni Roldán.
Un partido centrista es muy difícil en todas partes, quizá porque no hay tanta gente de centro. Rivera tenía talento político, pero no se resignó a ser un partido bisagra. Comprendo que a un partido no le puedes decir: tu objetivo es ser el segundo siempre. Entiendo la dificultad psicológica de asumir eso como líder de un partido. Es lo que le habría convenido a España. Haz de bisagra. Cuando te toque con el PP, con el PP; cuando te toque con el PSOE, con el PSOE. Puedes mandar mucho. Puedes hacerte con las reformas estructurales. El contrafáctico de los 180 diputados [la mayoría absoluta que sumaban PSOE y Cs en abril de 2019] lo vamos a tener en nuestras biografías. ¿Qué habría pasado? Nunca lo sabremos. Para mí es un error de Albert Rivera. Insisto, era un dilema tal vez imposible. Igual entras en ese gobierno y desapareces cuatro años después.
En algún momento tuve la esperanza de que esto sirviera para tender puentes. No ha sido así.
¿Cómo ha sentado el libro a los aludidos, a los que aparecen en él?
Hay de todo. Hay gente que ha negado la mayor: ese grupo no existía, no puedes decir que era un grupo cuando eran unas comidas o encuentros en la presentación de un libro. Otros hacen una lectura sentimental: así es la vida, si no aguantas el calor, no te metas en la cocina, así es la política, así es el periodismo. Y después ha habido una cierta mirada nostálgica hacia la juventud, ahora que estamos entrando en la mediana edad: teníamos buenas ideas, éramos muy amigos, nos lo pasábamos bien, discutíamos mucho. No ha habido una recepción hostil, pero una parte de gente no ha querido reconocer que eso existió. Lo puedes argumentar. Puedes decir que no existía porque era muy laxo. Pero también pasa lo que sucede en la política: yo de ese señor no era amigo. ¡Pero si hay fotos! En algún momento tuve la esperanza de que esto sirviera para tender puentes. No ha sido así.