Cuenta Pedro Cuartango (Miranda de Ebro, 1955) que su obsesión por los espías nació de un paseo de unas horas por el lado comunista de Berlín a finales de los 70. La atmósfera que se respiraba en aquella zona era similar a las de decenas películas y libros sobre espionaje. Desde entonces, no ha dejado de acumular información sobre los espías, sus dudas y dilemas, sus fidelidades y traiciones, sus frenéticas vidas en medio de un mundo tan convulso como el de la Guerra Fría.
Cuando nos reunimos para hablar de su último libro, ‘Elogio de la Quietud’, ya me adelantó una de las historias que ahora leo en ‘Anatomía de una traición’ (Ed. Círculo de Tiza). Se trata de la salvaje tortura y muerte de Oleg Penkovski, el agente ruso que pasó las fotografías a los americanos sobre el emplazamiento de los misiles en Cuba en 1962. Ese mismo año fue detenido, y posteriormente colocado sobre una tabla e introducido lentamente en un horno.
¿Qué es lo que lleva a alguien a desertar, a pasarse al otro bando? Cuartango se lo pregunta de manera repetida. Le obsesiona en especial el caso de Kim Philby, quizá algo más conocido porque en él está basado el protagonista de ‘El topo’, una de las obras maestras de John Le Carré. Philby, educado en Cambridge, llegó a la cúpula del MI6, el servicio secreto británico, y filtró durante años información muy relevante a los soviéticos y delató a sus colegas. Tiempo después, en un encuentro fortuito, le Carré se negó a estrecharle la mano: “No quiero saber nada de un traidor que ha sido el responsable de la muerte de mis compañeros”.
Los británicos se resarcieron una década después con el reclutamiento de Oleg Gordievski, que probablemente evitó una tercera guerra mundial al convencer a Reagan y Thatcher de que los soviéticos no planeaban un ataque nuclear a Occidente. Consiguió fugarse a Reino Unido, y vive todavía bajo una identidad falsa.
Por ‘Anatomía de una traición’ desfilan también personajes como el actor británico Leslie Howard (Ashley en ‘Lo que el viento se llevó’), que vino a España supuestamente para entrevistarse con Franco a petición de Churchill, o el ilusionista Jasper Maskelyne, que construyó un falso puerto de Alejandría, todo de cartón, para engañar a la aviación de Hitler.
No faltan españoles en estas páginas, como el catalán Joan Pujol, alias Garbo, que engañó a los nazis sobre el desembarco de Normandía, o Juan Gómez de Lecube, extremo del Atlético de Madrid, reclutado por los alemanes, aunque él siempre lo negó.
Cuartango no ha ocultado nunca que una de sus historias de espías favoritas es la de la rocambolesca detención en Buenos Aires de Adolf Eichmann, uno de los jefes de los campos de concentración nazis. Para ello el autor se documentó a fondo, revisando los registros de su juicio en Jerusalén.
Nombres recientes como el de de Navalni, Litvinenko o Anna Politkóvskaya, víctimas de aparato de espionaje ruso, también figuran en las páginas de ‘Anatomía de una traición’, así como los archiconocidos Mata-Hari o el ficticio James Bond (inspirado en Dusan Popov, espía serbio, mujeriego, culto y políglota).
Cuartango cree así saldada su deuda con su admirado John le Carré y el mundo que él recreó. “Un mundo donde la división entre el bien y el mal parecía más clara”, dice. Un mundo perdido.