Parásitos, el fenómeno surcoreano que arrasa en las taquillas internacionales, culmina su exitoso recorrido en la legendaria alfombra de los Óscar con grandes nominaciones que incluyen mejor película y mejor película internacional. El filme de Bong Joon-ho ha conquistado a público y crítica con una trepidante historia que refleja la descarnada desigualdad en Seúl; el contraste entre una vida de lujo y glamour.
La inquietante trama es ficción, pero no lo es la cruda realidad que retrata: miles de personas, parásitos, que sobreviven como pueden en lóbregos semisótanos llamados banjiha. Son espacios diminutos, mohosos y húmedos; sin ventilación, con un olor pestilente y minúsculas ventanas que se asoman a aceras en las que los viandantes orinan, fuman, escupen o husmean en la vivienda. Si aparcan un coche delante, se esfuma cualquier pequeña posibilidad de luz natural. No es extraño que sus habitantes padezcan tos crónica o problemas de piel.
¿Por qué estos banjiha La respuesta está en su historia, en el conflicto entre las dos Coreas, la del sur y la del norte. Tras la batalla que las enfrentó abiertamente (1950-1953), llegó la guerra fría. En 1968, un comando norcoreano asaltó la residencia del presidente surcoreano Park Chung-hee para intentar, sin éxito, asesinarle. La tensión se intensificó con agentes norcoreanos infiltrándose en el país vecino y provocando varios incidentes.
La psicosis por el temor a un nuevo conflicto llevó al gobierno de Corea del Sur a lanzar, en 1970, una normativa: todos los edificios de viviendas debían tener sótanos –banjiha en caso de que el enfrentamiento estallase. Alquilar esos espacios fue, en un principio, ilegal. Pero más tarde, en los 80, el gobierno permitió su arrendamiento para hacer frente a la falta de espacio y la crisis de la vivienda.
Estos apartamentos subterráneos cuestan en torno a los 400 euros mensuales. En ellos viven personas, generalmente jóvenes, que trabajan de sol a sol y sueñan con un futuro mejor en un país que es la undécima economía del mundo. Julie Yoon, periodista de la BBC, ha hablado con uno de sus habitantes. Oh Kee-cheol tiene 31 años, trabaja en la industria logística y avanza por la vivienda intentando no golpearse. "Al principio, me hacía moratones en la espinilla por los golpes contra un escalón y rasguños por estirar los brazos contra las paredes", cuenta. Ahora se ha habituado; sabe dónde están los obstáculos y las luces. Él eligió vivir allí para ahorrar pero le cuesta librarse del estigma social que eso supone.
Otro gran éxito surcoreano, en este caso del rapero Jae-sang, conocido como PSY, refleja a su manera, y con un tono más liviano, la brecha social. El tema Gangnam Style con una coreografía que se viralizó pulverizando récords (es uno de los vídeos más vistos en Youtube), es una parodia de la clase acomodada. Y Gangnam, el nombre de un barrio pijo de Seúl.
La película Parásitos simboliza la dicotomía entre ricos y pobres con dos imágenes: la mansión en lo alto de la colina, por un lado, la vivienda en el subsuelo, por otro. Un tema universal -la pobreza y la riqueza- que invita a una reflexión sobre los cadáveres del capitalismo, el estancamiento del ascensor social o la desaparición de la clase media. Cuando uno de los personajes intenta desprenderse de su característico olor, su hija le recrimina: "Es el olor del sótano. No desaparecerá a menos que salgamos de este lugar". Es su sentencia sobre esa miseria cuyo poso se adhiere a la piel y a la ropa como una garrapata, sin posibilidad alguna de redención.