No hay que pagar entrada. Ni siquiera peaje. Basta con circular por la carretera N-550 para acceder a uno de los museos urbanos más grandes del mundo. Porque en Ordes (A Coruña) cada fachada es un lienzo. Lo es desde hace 11 años, cuando dos jóvenes artistas se empeñaron en cambiar la imagen de su pueblo. Querían acabar con el gris de los muros, con el abandono de algunas construcciones, con las oscuras placas de uralita de los edificios. Querían dar vida a las calles a base de color.
Y lo han conseguido. Porque pasear hoy por este pueblo alegra la vista. Una serpiente gigante, un ciervo de cuatro pisos de altura o una señora de siete metros cargada de grelos. Cada esquina esconde una sorpresa. En total hay unos 70 murales hechos por algunos de los artistas urbanos más prestigiosos del mundo. Algunos de los diseños son tan grandes, que es difícil imaginar cómo alguien pudo planificar y llevar a cabo su pintura en semejante lienzo.
La creatividad aflora en la piscina, en el campo de fútbol, en el instituto… Pero no solo en edificios públicos. Cada vez son más los vecinos que ceden las fachadas de sus casas para convertirlas en impresionantes obras de arte.
‘Clac’, ‘clac’, ‘clac’. Suenan los botes de espray de Marcos Couso (Sokram) y Javier Mourón (Mou). Son dos chavales de 15 años experimentando con pintura en un lugar poco concurrido. Están absolutamente fascinados por la cultura del hip hop y del grafiti. En ese momento, en los años 90, empieza la historia que acabaría transformando el aspecto de su pueblo natal, Ordes.
Desde bien pequeños aprovechaban cualquier papel, cualquier servilleta, para dar rienda suelta a su creatividad. Su pasión los llevó a estudiar diseño gráfico en A Coruña, pero tenían claro cuál era su destino. “Volvimos. Queríamos hacer algo por el pueblo. Luchar contra las paredes grises, de uralitas y de amianto. Dar color, dar alegría”, señala Sokram.
Así nació ‘Desordes Creativas’, un festival ahora consagrado pero que costó mucho poner en marcha. Sudaron tinta para realizar la primera edición, en 2008. Pusieron dinero de su bolsillo y acogieron en sus casas a artistas invitados. Fue solo un concurso de grafitis. Pero la semilla de la cultura urbana estaba ya plantada.
Entre pasteles, empanadas y un delicioso olor a pan se ‘cocinó’ uno de los últimos murales. El de María José. “Bueno, el mío no, el de Artez”, matiza en alusión al artista serbio que ha pintado la obra. Ella es panadera. Llevaba tiempo viendo como las fachadas de sus vecinos lucían obras de arte. No quería que su panadería se quedase atrás. “Esos chicos que andan pintando por ahí… ¿Podrían venir a mi casa?”, preguntó en el ayuntamiento.
No sabía cuál sería el dibujo. Tampoco qué artista lo iba a ejecutar. La libertad creativa es una de las condiciones para poder participar. Pero, después del trabajo del serbio, no puede estar más satisfecha. “Es como tener un Picasso. No sabes el valor que esta obra puede tener el día de mañana. La casa con esto vale más”, explica.
Ahora su panadería es famosa por sus empanadas hechas con masa de pan y, también, por las dos mujeres que se dan la espalda en su fachada. “Somos mi madre y yo después de discutir”, dice su hija Araceli. No descartan convertir esa pintura en el logo del negocio. Quizá, en el futuro, envuelvan las empanadas con la imagen estampada en el papel.
El mural del lateral de la casa en la que antiguamente vivió la madre de José ha dado la vuelta al mundo. Es un símbolo. Es ya el emblema del pueblo. Se trata de la primera ‘superabuela’ que creó Yoseba MP, el artista que retrata a las mujeres del rural. La imponente señora tiene todos los detalles: el mandilón típico de las abuelas del campo, dos manojos de los grelos habituales de la zona y una elocuencia en su cara que refleja la hospitalidad del rural gallego.
“Paran todos los días coches delante. Lo miran, se hacen una foto y se van”, explica José. Antes una valla publicitaria oxidada ocupaba esa pared. Inhabitada desde hace diez años la vivienda tiene el cartel de “se vende”. “Ahora no vendo la casa por menos de 200.000 euros”, cuenta entre risas este vecino.
Tiene 22 años y creció viendo cómo artistas invadían su pueblo para pintarlo. Lidia Cao siempre soñó con ser ilustradora. Con un folio y un boli bic se pasaba el día dibujando caras. Su talento innato la llevó a estudiar ilustración. Más tarde, la convencieron para pasarse al mural. Le imponía respeto pero, al final, se enganchó. Ahora, como autónoma ‘freelance’, recorre festivales pintando. Y, por supuesto, también ha dejado su huella en el pueblo.
Cuando le preguntan qué es lo más difícil, responde “ser mujer y además ser joven”. Y es que ha conseguido abrirse paso en un mundo mayoritariamente de hombres. “Cuando llego a los sitios, noto que desconfían de que pueda hacerlo yo sola. A veces se piensan hasta que no voy a saber mover la grúa”, confiesa. Sin embargo, con la obra terminada, se quedan con la boca abierta.
Lidia tiene por delante un futuro prometedor. Está orgullosa de que su pueblo se haya convertido en un referente de la cultura urbana. Desde luego, con ella, Ordes tiene garantizado el relevo para seguir convirtiendo todo lo gris en arte multicolor.