“Madrid no es una ciudad evidente, hay que buscarla”, una conversación con Andrés Trapiello
El escritor publica "Madrid", donde entrecruza su vida y su mirada con la ciudad a la que llegó hace 50 años
“El día que decidí venir a Madrid fue el más importante de mi vida”, escribe Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) al comienzo de su nuevo libro, Madrid (Ediciones Destino, 2020). Su lectura confirma la afirmación inicial, porque la vida y la mirada del autor se envuelven en el paisaje de esta “ciudad estrepitosa y bizarra y, si se le pilla el punto, fascinante”.
Madrid Madridofrece mucho más que lo que promete la brevedad del título y, en ese sentido, se asemeja a esta ciudad “que no es evidente, que hay que buscarla”. La guía urbana e histórica se entrecruza con las memorias y la novela de formación, con el paseo sentimental y la teoría de la ciudad en una composición singular cuya escritura lleva de la mano al lector por las calles de la Villa y Corte. “Me apetecía mucho contar la ciudad como se le cuenta a un amigo”, dice Trapiello. Por encima de todo, Madrid -libro y ciudad- es “mezcla”.
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NIUS: ¿Qué impulsó este libro?
Andrés Trapiello: El primer impulso fue un encargo. Las armas y las letras también fue un encargo, pero aquel lo hice en tres meses y este me ha costado cuatro años y medio. Escribir un libro sobre Madrid parece una cosa sencilla, pero luego resulta que no. Contar Madrid es muy complicado, mucho más difícil que contar un personaje de una novela. Los libros de ciudad no se terminan nunca. Los empiezas a leer, te aburren, no encuentras las cosas… Yo quiero escribir libros que se lean y entonces me plantee, un poco como Sherezade, una especie de artimaña para que el lector lo lea como un libro de literatura, pero que, cuando termine, acabe sabiendo de la cuidad mucho más de lo que sabemos de otras ciudades.
17 años y sin blanca en Madrid, 1971
Después de pegar un portazo en la casa familiar de León por una bronca con el padre, el joven Trapiello se baja en la Estación del Norte, “sin una perra”, persiguiendo un amor adolescente -“la primera chica a la que había besado”- e imaginándose como el arrebatado Fabrizio del Dongo de Stendhal.
Andrés Trapiello: Tenía 17 años. Nunca había salido de León, de hecho, nunca había salido de un internado. Cuando lo pienso en frío: qué audaz he sido... Fue una experiencia que no se ha borrado 50 años después. Ese Madrid tenía un carácter que ahora no tiene. No había turismo. Madrid era Madrid. Eso ha desaparecido.
También ha desaparecido su primer oficio en la capital: vendedor de libros por las calles Serrano y Gran Vía. Si ya es difícil de por sí la venta ambulante, resulta heroico ofrecer al personal los poemas de Omar Jayam o Cómo filosofar a martillazos
Escribe en Madrid: “La táctica era parecida en una y otra calle: me acercaba a cualquiera que estuviera sólo, ni muy joven ni muy viejo. Para ello tenía que vencer la timidez que me paralizaba entonces… En las terrazas de Gran Vía se sentaban únicamente hombres. Las mujeres solas no lo intentaban, y si lo hacían lo probable es que fueran del oficio… La de la calle Serrano, ya asfaltada, era una parroquia fiel, casi siempre los mismos. Y ahí, por el contrario, las mujeres sí se sentaban en las terrazas. Yo les mostraba una carpeta con muchos catálogos de libros y como casi siempre estaban aburridos, me permitían que les contara cosas. La cultura no le interesaba a nadie, pero se respetaba bastante, lo mismo que nos respetaban a los que veníamos a Madrid a ganarnos la vida”.
NIUS: Malvives esos primeros meses en Madrid y la ciudad te termina expulsando camino de Valladolid. Sin embargo, no le guardas rencor y años después regresas ya con un trabajo en una revista de arte.
Andrés Trapiello: No le guardo rencor a Madrid porque me tuviera que ir. En aquel momento tenía muy claras dos cosas, que tenía que salir de Valladolid, porque yo en Valladolid lo pasé francamente mal, por la política, el miedo, las delaciones políticas. Todo aquello fue una pesadilla. Lo conté en una novelita que se llamaba El buque fantasma. Necesitaba salir de Valladolid, no quería volver a León, pero si me hubieran ofrecido irme a Bilbao, Barcelona, Sevilla o a una ciudad donde hubiera trabajo, me habría ido. Sí sabía que quería ser escritor. Lo tenía claro desde los 17 años o incluso antes.
Madrid ha cambiado de olor y color
Recuerda Trapiello en el libro aquel consejo que, dicen, Baroja dio a un joven que quería ser escritor: “Váyase a Madrid y póngase a la cola”. A Madrid no lo hacen ni los palacios ni las calles ni los ladrillos, sino las letras, los sueños, las leyendas y las historias de la historia que quedan en el aire cuando todo lo demás se ha derrumbado.
Andrés Trapiello: Madrid ha tenido muchos fotógrafos buenos, pero no ha tenido un gran trabajo sobre la ciudad. Lo mejor de la ciudad son las historias. Son las personas. Yo cito mucho a Galdós. Él se da cuenta de que lo importante en la vida no son las casas, sino las personas, los personajes, el clima humano, y esto te lo envuelve en la ciudad.
NIUS: Al hablar de aquellos años, los 70 y los 80, comentas que Madrid vivía los últimos años de quietud galdosiana. ¿Cómo has vivido la transformación en los últimos 20 o 30 años?
Andrés Trapiello: Si nos remontamos a los primeros años que yo pasé en Madrid, en las afueras, eran totalmente pueblerinos. Al lado de donde yo estaba en Carabanchel, pastaban los rebaños y se cultivaba la tierra alrededor de Madrid. Pero el centro también se ha transformado. La primera transformación es intangible porque son olores y colores. Madrid olía mal. A metro. La gente se lavaba menos. Y el color. No se parece en nada. Las casas estaban antes despellejadas, se les veían los ladrillos, el revoco se había caído, el color era gris para que durara lo más posible. Eso que vemos ahora, que las casas están pintadas de blanco de ocre, de almagra, colores muy luminosos, entonces no existía. Por primera vez se deja de destruir la ciudad y lo que tenemos se cuida y se va quitando aquello que la afeaba mucho, los scalextric de Atocha y Cuatro Caminos o el aparcamiento tremendo de Santo Domingo. Al mismo tiempo se pierde mucho con la gentrificación. En los últimos diez años, muchísimo. En el libro cuento todos los comercios que había en mi manzana y prácticamente es un catálogo de todos los oficios que había en Madrid en época de Madoz, en 1850. Había una diversidad menestral enorme. Las cantinas, las tabernas, los cafés. Hemos ganado mucho pero quizás hemos perdido más. A mí no me preocupa. No vamos a ir de lamento en lamento, como se quejaba Díaz-Cañabate.
Madrid es mezcla
NIUS: Me pregunto su aún permanecen algunos atributos que mencionas en el libro como el de la mezcla.
Andrés Trapiello: La mezcla viene de la época de los moros. Luego, en el XVI y XVII, cuando Felipe IV hace la cerca que ha durado hasta 1868, en una misma calle podía haber dos palacios, dos casas de funcionarios, algunas con alquiler de aposentos, dos lupanares, tres iglesias y una docena de talleres artesanos. Todo eso mezclado. Convivían y se saludaban, aunque la sociedad era estamental. Esto ha durado hasta ahora. Ortega observa muy bien que Madrid es una ciudad en la que el señorito, el noble, el aristócrata no solamente está mezclado con el pueblo, sino que lo imita, le gustan sus maneras, habla como él. Esperanza Aguirre, que es marquesa de no sé qué, habla como una placera. Con ese desparpajo y chulería. En Inglaterra sería impensable. Un noble no habla nunca como un plebeyo. Esta mezcla es indudable y todavía es una de las cosas simpáticas de la ciudad.
Cuenta el autor cómo en septiembre de 1975, recién regresado a Madrid, tuvo su primera cena en el restaurante Gades.
Madrid: “Cuando advertí que la que nos habían reservado estaba junto a una en la que cenaba Marisol con su marido y unos amigos, comprendí de golpe lo que esta ciudad era desde 1561, desde que Felipe II la declaró corte, desde que se convirtió en verdadera capital de España con Carlos III, lo que pudo haber sido con la República y lo que no fue con Franco, la esencia de Madrid, como si dijéramos: una mezcla de providencia, provisionalidad e improvisación… En Madrid puede suceder de todo, incluso encuentros de esos que solo Homero ha referido entre las diosas y los mortales, entre las mortales y los dioses”.
NIUS: Hablábamos del encuentro con Marisol…
Andrés Trapiello: Sí, esto es Madrid. Después de un almuerzo en un restaurante de 30 euros al lado de los príncipes o de la viuda de Botín, no sales más rico, pero sales más humano. Te das cuenta de la contingencia de todo, que todo esto es como el gran teatro del mundo en el que todos representamos un auto sacramental y que al final cada uno se despoja de sus hábitos, los tira en un cesto y nos vamos al trasfondo.
Trapiello: “En 300 años todo acaba poniéndose bonito”
Mientras hablamos recuerda uno -también venido de provincias- el terrible impacto que le produjo la primera visión de la Torre de Valencia apuñalando cualquier amago de perspectiva en la calle de Alcalá. Madrid es una ciudad que se avergüenza de sus fachadas y cubre de arbolado sus grandes calles y avenidas. Ninguna ciudad tiene más árboles en Europa. Por no hablar de la proliferación en estos últimos años de estatuas de un anacronismo kitsch. Sostiene Trapiello que “la incuestionable fealdad de Madrid es parte de su belleza”.
Andrés Trapiello: Madrid es una ciudad muy fácil, pero no es evidente. Tienes que buscarla. Es decir, no es Venecia, no es París, no es Londres. No tiene monumentos formidables como Roma. La identidad de Madrid es no tener identidad. Cuando en una parte de la ciudad cae una casa antigua y hacen una casa del siglo XX, normalmente lo hacen con mayor desfortuna que fortuna. Pero yo pienso que a los 300 años todo acaba poniéndose bonito.
NIUS: ¿Incluso la catedral de la Almudena?
Andrés Trapiello: La Almudena se pondrá bonita dentro de 300 años, no me cabe la menor duda. El estilo churrigueresco les parecía detestable a los neoclásicos, pero ahora cuando encuentras la portada del hospicio, el actual museo de la historia en la calle Fuencarral, que es rarísimo, pero tiene su gracia. Cuando ves la iglesia de San Cayetano en la Calle Embajadores, es bonita también. Los neoclásicos las hubieran tirado todas. Hoy sería un crimen. Nadie concebiría derribar la portada del hospicio.
NIUS: El libro está circunscrito al centro de la ciudad, ¿tu Madrid acaba en la M-30?
Andrés Trapiello: Sí, es verdad. Lo pensé mucho, pero no conozco los barrios, excepto Carabanchel, y además, lo que antes eran afueras tenía una personalidad enorme que en este momento no tiene. Se parecen a miles de barrios de miles de ciudades. Cuando yo llegué, la Florida era muy diferente de Carabanchel Alto y Carabanchel Alto de Hortaleza. Si te llevan con los ojos cerrados a cualquiera de estos barrios y te los abren, realmente no sabes dónde estás.
Trapiello: "El disparate fue darle una placa a Largo Caballero"
NIUS: ¿Cuál es tu rincón favorito del centro de Madrid?
Andrés Trapiello: Donde vivo, este barrio (Justicia) me gusta mucho. Edificios del siglo XIX donde no han hecho demasiadas perrerías. El de mi calle, el de la plaza de las Salesas, el del Retiro, el barrio de Chueca. Me gusta mucho Las Vistillas y la parte de la morería esa que se enlaza con la calle San Pedro con El Rastro y la plaza de la Cebada. Si me preguntas cuál es tu rincón preferido, yo te digo que la plaza más bonita de Madrid, para mí, es la plaza de la Paja.
Seguimos estos días a vueltas con la memoria histórica en las calles de Madrid. En la plaza de Chamberí, han descolgado a martillazos la placa que recordaba a Largo Caballero y han retirado su calle y la de Indalecio Prieto. “Me pareció un disparate no que se la quitaran, sino que se la dieran porque no tenían ningún mérito. Preston dijo que podía ser un político mediocre, pero no un asesino. ¿Cómo político mediocre hay que darle una calle?”. Trapiello formo parte hace años de la comisión municipal para revisar el callejero de Madrid. “A mi gustaría devolver a las calles el nombre que tuvieron originalmente y quitárselo a las personas. Porque, además, 50 años después a la gente le da igual quién era Martínez Campos o quién era Argüelles”.
Nombres de como “Válgame dios”, la calle corta y estrecha donde Antonio Machado tenía “a su amiga” y murió el pintor Rosales. “El nombre es muy bonito y adecuado para todos los tiempos”. Incluidos estos de pandemia. Y concluye el autor su libro:
“No sé si Madrid es este cajón de sastre donde he puesto mi vida, o si el cajón de sastre soy yo, con Madrid y todas y cada una de sus criaturas dentro, acomodadas como han ido llegando un poco al azar, sabiendo que ‘solo vemos lo que nos mira’ y diciendo como nuestro amigo ubi bene, ibi patria”.
Madrid, Andres Trapiello (Ediciones Destino, 2020).