Se dio a conocer de la mañana a la noche con Intemperie (Seix Barral), un fenómeno editorial que llegó a vender más de veinte ediciones y ochenta y dos mil ejemplares sólo en España. Fue el libro más recomendado y recomendable de 2013, y best seller en varios países europeos. Esta carrera de vértigo no es lo habitual para una primera novela. Jesús Carrasco lo consiguió con una historia que sorprendió por su emocionado amor al paisaje y a la palabra. Por su forma de mirar la miseria, la pobreza y la falta de educación endémica en la España rural, seca, de una época muy oscura y pretérita. Ahora, seis años después del fenómeno, salta al cine de la mano de Benito Zambrano.
Poco amigo de que lo saquen de su zona de confort, Carrasco, celoso de su intimidad, llega a la entrevista después de haber posado con todo el equipo del rodaje en el photocall, palabra que le es muy ajena, al igual que photocalljunket, que pregunta qué significa. Cuando le digo que es la campaña de promoción de una película con la prensa, sonríe y dice: "Eso había intuido".
Está contento con el resultado, aunque en el traslado se ha perdido potencia atmosférica, se ha perdido la riqueza del castellano que tiene la novela ."Se ha perdido una traducción como dicen los ingleses. Es inevitable. La plasticidad de la lengua escrita es una y la del lenguaje audiovisual es otra".
Pregunta. No ha participado en el guión, ¿qué temía de llevar su historia a la pantalla grande?
Respuesta. Había dos líneas rojas claves en esta adaptación. Primero el tratamiento del paisaje, en mi cabeza era árido, desolado, mucho más humilde, no con esa fuerza simbólica y nítida que aparece en la película. Y por otro lado me daba miedo la relación del niño con el cabrero. Pero Zambrano ha conseguido trasladar muy bien esa complicidad, esa relación que va de la desconfianza a la confianza, del desamor al amor, de la soledad a la unión. Así que estoy satisfecho, estoy contento.
P. Está muy bien logrado cómo personajes tan extraños, tan antagónicos puedan llegar a encontrarse. Hoy eso es irreal, casi imposible. Hay algo preocupante en una sociedad donde los viejos y los niños no se rozan, ¿no?.
R. El mundo del contacto físico va desapareciendo. Supongo que nos curamos en salud por todo lo que sucede a nuestro alrededor, por la cantidad de abusos…Nos vamos atomizando como sociedades, como seres humanos. Los colectivos tienen menos cohesión, el familiar, el barrio. Hay una convivencia menos estrecha y eso implica una falta de roce físico, del abrazo. Esta mañana me he encontrado con el niño protagonista, Jaime López, que tiene 14 años y le he dado dos besos. Espero que todavía no esté todo perdido en el afecto.
P. Dicen que estamos dejando de ser cordiales…
R. La cordialidad se ha sustituido por la crispación. Es el concepto de moda. Viene de arriba abajo, y lamento que esté condicionando a los soldados de a pie, a la gente normal. Esta España, cada día más fragmentada, más distanciada en lo político, en lo social, me dolería mucho que llegara más al suelo, a las familias, a las calles. Lo que nos hace fuertes y felices es la sensación de comunidad. Nos necesitamos.
P. El tema principal de Intemperie es la dignidad. ¿Por qué le interesa tanto ese concepto?
R. Porque la dignidad es un término muy escurridizo y cuando un comportamiento es digno no se aprecia. Está agazapada en muchos lugares, es una mirada, una posición del cuerpo. Lo que es fácil de detectar es lo contrario, la falta de dignidad, la seriedad, la falta de empatía. Lo vemos a menudo en la actualidad.
Jesús Carrasco es un hombre afable, tranquilo y con un físico potente. Un enorme bigote estilo imperial, de húsar, aporta a su rostro un toque de distinción y misterio. Huye como alma que lleva el diablo de las redes sociales "me alegro mucho de no tenerlas", y se sorprende cuando le pregunto cómo sobrelleva la fama. "Me gustaría pensar que he adquirido cierto prestigio, que es diferente, porque es más difícil conseguirlo que la fama. El éxito de Intemperie me llegó con 40 años, una familia, hijos, con lo que ya sabía cómo funcionaban las cosas. Intento llevarlo todo con naturalidad. En ningún momento me he vuelto loco, no soy un Macaulay Culkin que se ha entregado a las drogas ni a nada parecido. Si no me llaman, no voy. Y si me llaman lo hago lo mejor que puedo.
P. Hasta ahora sólo ha publicado, Intemperie y La tierra que pisamos que, además, escribió con anterioridad. Pesa sobre los hombros el éxito de una primera novela, ¿no?
R. Debo confesar que mucho. Me pesa tener expectativas, saber que los lectores están esperando, que agradezco, pero es muy difícil para mí.
P. Intuyo que hay muchos cajones llenos...
R. Cada vez más. Me lanzo a la escritura sin red, sin haber preparado nada, y escribo y escribo y cuando me doy cuenta llevo seis meses llenando folios que no tienen sentido, pero lo vivo con tal intensidad y placer que me dejo llevar. Y eso va generando bastantes cadáveres en el armario. Hay una novela previa, dos novelas infantiles, algunas colecciones de relatos. Tengo un buen cementerio.
P. Intemperie se lee como se ve una serie. ¿Cuál es el truco para crear un misterio tan adictivo?
R. Tensando el lenguaje. Es un material de gran plasticidad y se puede tratar de una manera fría, tibia o se puede tensar. Este recurso ayuda al lector a que se involucre. Es la estrategia básica para mí.
P. Alguien tan celoso de su tiempo y crítico con la obsesión productivista de la sociedad, ¿cómo lleva este mundo de inmediatez, de las prisas, de tanto estímulo gratuito?
R. Mi ritmo vital no se acopla bien. Lo acepto porque es el mundo en el que vivo, pero me sobrepasa. Necesito más tiempo para percibir la realidad, para interpretarla, para formarme un juicio sobre las cosas. Inconscientemente también participo de esa voracidad. Leo los periódicos, una noticia sepulta la siguiente, un escándalo político al anterior. Me informo sobre el deepfake o de cómo se utiliza el big data. Proponen retos que me son desconocidos, cómo manipular la democracia, a los votantes, cómo aparecer como una persona que no eres. En fin… la identidad se ha convertido en algo líquido y mudable.
Una enorme fotografía en blanco y negro del edificio del Palacio de las Cortes decora la sala donde conversamos. Le pido que la mire y me diga qué le sugiere. "Me cuesta mucho trabajo entender lo que está pasando ahí dentro. Me duele esta incapacidad que tenemos para llegar a acuerdos básicos. Desde que tengo memoria política recuerdo un país que se está peleando siempre consigo mismo".