Sánchez-Cuenca: "El terrorismo revolucionario de los 70 fue el último desafío al sistema capitalista, no es probable que vuelva"
El politólogo ve una fuerte correlación entre los países donde quebró la democracia en entreguerras y el terrorismo que apareció 50 años después
España, el país que sufrió un terrorismo revolucionario más letal con el GRAPO
El Mayo del 68, la Revolución cubana y Vietnam hicieron creer a muchos jóvenes que la revolución era posible en los países desarrollados
El 15 de marzo de 1972 el millonario editor italiano Giangiacomo Feltrinelli apareció muerto al pie de una torre de alta tensión en un suburbio de Milán. El editor que había sacado a la luz Dr. Zhivago y convertido en un icono la foto del Che falleció al estallarle la bomba con la que quería dejar a oscuras la capital económica de Italia.
El 14 de mayo de 1970, la alemana Ulrike Meinhof dejó a un lado su vida cómoda de respetada periodista de izquierda, se involucró en el plan de fuga de Andreas Baader y pasó a la clandestinidad. Ambos fundarían el grupo terrorista Facción del Ejército Rojo, también conocido como la banda ‘Baader-Meinhof’.
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No fueron casos aislados. A principios de los años 70 y en distintos países, jóvenes activistas creyeron que podrían derribar con las armas el sistema capitalista y provocar una revolución en el mundo rico.
“Desde la perspectiva de nuestro tiempo resulta incomprensible”, escribe el politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en Las raíces históricas del terrorismo revolucionario (Catarata, 2021), traducido ahora al español del original publicado por Cambridge University Press. “Muchos de los terroristas que empuñaron las armas eran estudiantes de clase media con educación superior que podría haber tenido una exitosa carrera personal y profesional. Sin embargo, optaron por la causa de la revolución”.
Muchos de los terroristas que empuñaron las armas eran estudiantes de clase media con educación superior que podría haber tenido una exitosa carrera personal y profesional. Sin embargo, optaron por la causa de la revolución.
¿Por qué? Sánchez-Cuenca busca explicaciones en las profundidades de la historia. Sostiene que el terrorismo prendió allá donde la democracia liberal había quebrado 50 años atrás, en el periodo de entreguerras. La indagación no se detiene ahí. Explora las causas incluso en tiempos más remotos: las sociedades individualistas en las que prosperó el capitalismo apenas sufrieron terrorismo, en contraste con aquellos lugares, como los países mediterráneos, con una estructura familiar diferente.
Pregunta: Conviene aclarar que aquí te centras en el terrorismo revolucionario y no en el de raíz nacionalista, mucho más largo y letal: las Brigadas Rojas, no el IRA, o en España el GRAPO, no ETA. ¿Por qué esta distinción?
Respuesta: Hay puntos en común entre el terrorismo nacionalista y el revolucionario. Surgen en épocas parecidas y en aquel momento el lenguaje izquierdista era dominante entre los grupos armados. Tanto el ETA como el IRA tenían una retórica muy marxista. Sin embargo, son fenómenos diferentes. El terrorismo nacionalista se explica por las relaciones que hay dentro de un país entre el centro y la periferia. Mientras que el terrorismo revolucionario obedece a causas muy diferentes. Si hubiera intentado mezclarlos, creo que no habría salido la historia que cuento en el libro, que me parece más interesante.
Me sorprendió descubrir que el GRAPO es el grupo revolucionario más letal de todos los países europeos.
La presencia de ETA ha sido dominante en España y quizá muchos piensen que el terrorismo revolucionario fue aquí un fenómeno menor. Sin embargo, recuerdas que España es, junto a Italia, el país donde más muertos provocó.
El GRAPO siempre vivió a la sombra de ETA y nunca se le prestó demasiada atención. Era un grupo muy secretista. Sobre el GRAPO apenas hay estudios. Cuando empecé a trabajar en esto hace unos años, a mí también me sorprendió descubrir que el GRAPO es el grupo revolucionario más letal de todos los países europeos. Las Brigadas Rojas tuvieron un enorme impacto en la política italiana, pero incluso contando sus escisiones, el número total de víctimas mortales está por debajo del GRAPO (95 muertos).
Varias circunstancias han hecho que el GRAPO sea un grupo prácticamente desconocido. En la izquierda, sobre todo en el PCE, siempre se consideró que el GRAPO era un grupo infiltrado por los servicios de seguridad, que su retórica revolucionaria era una fachada y que estaba controlado por los servicios de seguridad franquistas para desestabilizar la democracia. Creo que esa historia no tiene fundamento. El GRAPO tiene que ser considerado como un grupo revolucionario más, en la misma línea que los que surgieron en los países europeos.
¿Cómo es que jóvenes de clase media creyeron que podían provocar la revolución y derribar el capitalismo en sociedades desarrolladas y más o menos opulentas en aquellas fechas?
Hubo un exceso de voluntarismo, de subjetivismo, muy frecuente en la Nueva Izquierda que aparece en los años 60. Y hubo una influencia muy fuerte de la Revolución cubana. Que un grupo muy pequeño de rebeldes, no más de 20 cuando desembarcan en Cuba, consiguiera hacerse con el poder en poco tiempo tuvo un efecto de emulación enorme, primero en Latinoamérica y luego en los países más desarrollados.
Desde el presente, vemos que aquello era una ensoñación temeraria. Pero en aquel momento mucha gente pensaba que tras las movilizaciones del 68 se había creado un fermento revolucionario que, si se activaba y se explotaba, podía acabar con un levantamiento revolucionario. Hoy nos parece absurdo, pero en su momento hubo mucha gente que lo creyó. Tuvieron que descubrir de forma muy traumática que aquellas ensoñaciones no tenían base.
De hecho, observas cómo estos grupos se activan a medida que se va desactivando la movilización en la calle y muchos terminan aislados y convertidos en una especie de secta alejada de la calle.
Es una historia en cierto sentido muy triste. Estos grupos hablan en nombre de la clase obrera y, sin embargo, la clase obrera apenas les presta atención. Este aislamiento les lleva a este proceso de sectarización o de autorreferencialidad. Acaban cometiendo atentados mortales simplemente para vengarse del Estado por la represión que están sufriendo o para mantener viva la llama en un conjunto de seguidores muy reducido.
En el libro utilizas la metáfora de la chispa y el oxígeno. La chispa es el detonante inmediato, pero la explosión necesita el oxígeno que fluye desde el pasado. Hablemos primero de la chispa. Mencionabas antes el enorme influjo cubano, ¿habría prendido sin el ejemplo revolucionario del llamado Tercer Mundo?
Yo creo que estos grupos son hijos de su tiempo. La izquierda en los años 70 estaba muy influida por todos los movimientos de liberación nacional. Estos grupos en los países europeos en algún momento pensaron que podían reproducir el mismo tipo de dinámicas que se habían dado en los procesos de descolonización. El principal referente ideológico era Cuba, por su extraordinario éxito, pero también toda la lucha anticolonial. Argelia tuvo mucha importancia. Y sobre todo Vietnam. Muchos revolucionarios pensaron que podían reconstruir la rebelión de Vietnam contra las fuerzas estadounidenses en el seno de las sociedades desarrolladas.
Encontré una asociación muy fuerte entre los países que en los años 70 desarrollan este terrorismo de izquierdas y el hecho de que en esos países se hubiera quebrado la democracia en el periodo de entreguerras.
Vamos con el argumento central del libro. Movilizaciones en los 60 hubo en muchos los países, pero el terrorismo revolucionario sólo prendió en algunos. ¿Por qué?
Esta es la pregunta fundamental. Había muchas hipótesis alternativas. Después de analizarlas, llegué a la conclusión de que lo más importante es lo que había ocurrido en un pasado, no inmediato, sino lejano. Encontré una asociación muy fuerte entre los países que en los años 70 desarrollan este terrorismo de izquierdas o revolucionario y el hecho de que esos países hubieran sufrido una quiebra de la democracia en el periodo de entreguerras. España, Italia, Grecia, Portugal, Alemania y Japón son los países que tienen más terrorismo letal de izquierda y son también los países en los que la democracia no pudo sobrevivir a las turbulencias del periodo de entreguerras.
Vas incluso más allá del periodo de entreguerras. Buscas las raíces históricas en los albores de la industrialización, en la resistencia al capitalismo en sociedades con estructuras familiares alejadas del individualismo. “El terrorismo revolucionario fue una manifestación tardía de resistencia al avance del capitalismo y la democracia liberal”, escribes. ¿No es ir demasiado atrás?
Es chocante, estoy de acuerdo, pero hay cada vez más autores que están tratando de entender los sucesos contemporáneos a través de procesos de cambio que sucedieron siglos antes. Hay muchos ejemplos. Uno de los más sorprendentes es un trabajo que demuestra que los mayores actos de antisemitismo en la Alemania de los años 20 coinciden con los municipios que tuvieron mayores actos antisemitas tras la peste negra en el siglo XIV. Como si el antisemitismo hubiera sobrevivido seis siglos. Asombroso.
El año pasado salió un libro muy importante en el que tratan de explicar el éxito económico y político de los países occidentales a través de lo que hizo la Iglesia católica en la baja Edad Media, cuando prohíbe los matrimonios entre miembros de la familia, tíos con sobrinas, entre primos, etc. A juicio del autor, eso tiene unas consecuencias tremendas para el desarrollo del individualismo y el individualismo es la base sobre la que se construye la revolución industrial capitalista y las primeras formas de democracia.
Los países que, por las circunstancias históricas que fuesen, tuvieron sociedades más individualistas, luego se adaptan mejor al modelo capitalista y la democracia liberal.
Antes de que se publicara ese trabajo, yo iba en la misma línea. Intento mostrar que los países que, por las circunstancias históricas que fuesen, tuvieron sociedades más individualistas, luego se adaptan mejor al modelo capitalista y la democracia liberal. En cambio, los países que tienen modelos más colectivistas, con más peso de la familia, todo el proceso de construcción de la democracia y el capitalismo es mucho más traumático y conflictivo. Una de las muestras de esa conflictividad, ya al final del periodo, es este terrorismo de izquierdas que ya tiene un aspecto residual. Es como el final de la violencia política asociada a la resistencia a la democracia y el capitalismo.
Efectivamente, apuntas que fue “el último desafío al sistema”. En estos años, se vuelve a hablar mucho de crisis del capitalismo y cuestionamiento del sistema, ¿crees que podría volver la violencia política anticapitalista?
Es muy arriesgado hacer predicciones. Ahora, si miramos la historia como tendencias a largo plazo, yo veo muy improbable que pueda volver a surgir violencia organizada anticapitalista como la que todavía vimos en los años 70 y 80. Lo veo muy complicado. Creo que puede haber crisis de legitimidad del capitalismo, que la sociedad piense que el capitalismo debe ser reemplazado por otro sistema económico, que el capitalismo nos lleve a la catástrofe medioambiental, pero creo que no se van a traducir en violencia. Cuanto más desarrollada está una sociedad, más difícil es que la violencia tenga un apoyo importante, nos volvemos más conservadores, más miedo nos da la incertidumbre y menos riesgo queremos asumir.
Francia se ha llevado la fama por el 68, el Mayo francés, se dice. Sin embargo, recuerdas en el libro que las movilizaciones fueron más intensas y largas en Italia y propiciaron el nacimiento de las Brigadas Rojas, por hablar del grupo más conocido.
Los franceses, creo, son los mejores en vender su historia. Seguimos asociando el 68 a Francia. Y, sin embargo, en Italia, el movimiento fue más extenso y la colaboración entre el movimiento estudiantil y la clase trabajadora fue mucho más sólida en Francia. En Francia hubo una gran huelga general con estudiantes y trabajadores de la mano, pero aquello fue bastante efímero. Mientras, en Italia se produjo una concatenación mucho más profunda entre los dos movimientos. Eso hizo que en el 69 tuviéramos el ‘otoño caliente’ italiano, que fue la mayor oleada de movilización laboral en Europa occidental y que, luego, el 68 tuviera una réplica en el año 77 con un movimiento antisistema muy fuerte que llevó a la escalada de violencia que se produce en Italia a finales de los 70, que no tiene paralelo en ningún otro país de Europa occidental o del resto del mundo desarrollado.
El otro caso singular es el de Alemania. En el país más próspero de Europa emergió el terrorismo revolucionario con la Facción del Ejército Rojo, también conocido como banda Baader-Meinhof. ¿Es Alemania el caso más sorprendente? A menudo hablas en el libro de Alemania como una excepción.
Alemania es el caso más difícil de explicar en este análisis comparado. Alemania tiene una quiebra de la democracia que es el periodo nacionalsocialista de los años 30. En ese sentido, sí encaja. Pero, por sus niveles de desarrollo económico y de individualismo desde el punto de vista histórico, Alemania no debería haber tenido terrorismo revolucionario.
Cuando surge un grupo armado en Alemania en los años 70, la Baader-Meinhof o Facción del Ejército Rojo, el trauma y el recuerdo del pasado nazi es abrumador y ellos mismos tratan de expiar la culpa histórica que arrastran radicalizando la lucha izquierdista hasta sus últimas consecuencias. Alemania tiene esta relación tortuosa con su pasado que hace que sea un país distinto de los otros.
¿Por qué nos cuesta tanto escapar a la historia?
No siempre es así, pero sí pienso que las sociedades arrastran inercias históricas muy fuertes. Esto es lo que a veces en ciencias sociales se llama, en inglés, path dependence. Hay momentos críticos en la historia de los países en los que hay varias vías abiertas y se toma una. Y, una vez que se toma esa vía, ya es muy difícil retroceder. La inercia que se produce es muy grande y arrastra. Eso no quiere decir que no se pueda terminar superando.
España ha tenido una historia en los siglos XIX y XX completamente traumáticas. Es el país de Europa con más guerras civiles desde las carlistas hasta la del 36. Es el único país que en entreguerras tiene dos periodos dictatoriales con Primo de Rivera y Franco. Y, sin embargo, gracias al desarrollo económico y a la influencia de Europa, al final España ha superado su maldición histórica y llevamos casi cinco décadas de estabilidad democrática. Las condiciones iniciales pesan mucho pero no te impiden superarlas.