El Guernica venezolano está en Londres

  • El reconocido fotógrafo venezolano Frank Balbi Hansen presenta en Londres una exposición fotográfica inspirada en el famoso cuadro de Picasso

  • La fotografía es un retrato de los últimos veinte años de Venezuela, desde la llegada del socialismo, y muestra un país en destrucción

  • Denuncia también que el chavismo se apoderó de símbolos de la creencia mágico-religiosa y los manipuló en su beneficio

El Guernica venezolano está en Londres. En concreto, está en Archway, en el norte de la ciudad, y no es un cuadro sino una fotografía, una fotografía de Frank Balbi Hansen. En realidad, se llama “Guernica bolivariano” y es un retrato de los últimos veinte años de Venezuela, desde la llegada del socialismo, es el retrato de un país en destrucción. Balbi, que se marchó de Venezuela hace diez años y vive en Londres, se ha inspirado en el famoso cuadro que pintó Picasso desde el exilio en París en 1938 tras leer la noticia del bombardeo de Guernica, el primer bombardeo en la historia con objetivos civiles. “El vínculo que yo hago es la traición —dice Balbi—. Guernica y el pueblo español fueron traicionados por Franco cuando permitió el bombardeo de la población. En Venezuela, los que votaron a Chávez fueron traicionados. Había una sensación de que hacía falta un cambio y Chávez ofrecía ese cambio, pero el resultado fue cien veces peor de lo que había”.

El “Guernica bolivariano” forma parte de la exposición “Socialismo, manipulación y pecado” sobre Venezuela y se exhibe en un edificio que antiguamente fue una oficina de empleo y ahora es un espacio artístico alternativo. La voz de Hugo Chávez suena por todas partes. Su imagen en blanco y negro se proyecta en una pantalla de cine en un extremo de una inmensa sala de trescientos metros cuadrados. La sala está oscura. La única luz que penetra lo hace por la pequeña puerta en uno de los laterales a través de una rampa. Fuera hay un parking sin coches aparcados.

Es un espacio limpio y diáfano. Al fondo está la foto, llena de simbolismos. Aparecen los militares y la guerrilla popular armada por el propio gobierno. Bajo los militares, una mujer sentada en una silla con un cuatro (el instrumento tradicional del país) en vez de la mujer con el bebé en el Guernica de Picasso. Una mujer desnuda subida a una escalera de tijera sujeta un gotero de suero. “La desnudez simboliza la vulnerabilidad de los seres humanos”, explica Balbi. La mujer representa la defenestrada sanidad de Venezuela donde, dice, “si te enfermas estás en manos de Dios”. En el suelo yace muerto uno de los 150 manifestantes que cayeron en las protestas contra el gobierno de 2017 junto al escudo de madera casero con el que intentaba protegerse de los disparos de la policía.

La figura central es un tipo con traje, subido a un bidón de petróleo, fumándose un puro y lanzando un fajo de billetes al aire, como si fuera una orgía de dinero. Emula a los llamados “bolichicos”, los nuevos millonarios del petróleo venezolano afines al gobierno. Balbi denuncia que durante el mandato de Chávez “el precio del petróleo venezolano se multiplicó por diez, el país se enriqueció por diez pero esa riqueza no se destinó al pueblo, que es más pobre ahora, sino a alimentar la megalomanía de Chávez”. A la derecha del todo, como escapando de la foto, hay una familia con un carrito de la compra vacío que hace cola en un supermercado con los números de su turno pintados en los brazos, unas colas, dice Balbi, que eran anteriores al embargo estadounidense.

La foto de Balbi persigue el mismo ritmo estético y tiene la misma densidad de elementos que el Guernica de Picasso. La puerta al final del Guernica, la única salida del cuadro, es el resplandor amarillo en la foto de Balbi, el toro son los cuernos rojos en los militares, la paloma de la paz es el pájaro negro muerto (homenaje al fotógrafo venezolano Luis Brito). Y la bombilla del techo es la lámpara forrada de dólares que simboliza el dinero que lo alumbra todo en Venezuela. También se repite el elemento triangular en el centro del lienzo original, esta vez con la imagen del chalet destruido de El Junquito, donde fue acribillado en 2018 Óscar Pérez, el policía rebelde que se levantó contra el gobierno de Nicolás Maduro y sobrevoló el Tribunal Supremo con un helicóptero. El gobierno lo calificó de ataque terrorista, mientras que los opositores dicen que fue un ataque de amedrentamiento que no causó daños. Para Balbi, hubo un antes y un después de ese incidente. “Se evidenció que se quitarían de en medio cualquier obstáculo de la manera que fuera”, dice.

Dos casas, dos ideologías

Frank Balbi Hansen es fotógrafo y arquitecto. Nació en Caracas en 1959, un año después de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez. Se pasó la infancia entre las casas de su padre y de su madre, que se separaron cuando él tenía dos años y medio y que vivían en ambientes opuestos. Su padre, de origen italiano y también se llamaba Frank, era un conocido médico. Era también el médico del presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, a quien intentó derrocar Hugo Chávez en su golpe de estado fallido de 1992. Pérez y sus ministros solían acudir a fiestas deslumbrantes en casa de su padre.

La casa de su madre, por el contrario, estaba siempre llena de artistas e intelectuales de izquierdas, algunos de ellos perseguidos en el pasado por Carlos Andrés Pérez, quien evolucionó desde el comunismo (como Chávez) hacia el centro derecha y la socialdemocracia. Thaís Hansen Cabrera, su madre, de origen holandés-canario, era una intelectual de izquierdas licenciada en sociología, antropología, folklorología y filosofía. Se volvió a casar con el importante compositor Rhazés Hernández López que le hizo de padre a Balbi y que, dice, “marcó mi vida en aspectos morales”. Su madre era comunista y fue chavista hasta su fallecimiento el año pasado a los 90 años. Balbi se pasó la infancia oyendo hablar de Fidel Castro en su casa.

Su madre y Rhazés eran invitados a recepciones en el Palacio de Miraflores por el presidente Rafael Caldera, cuando éste estuvo en el poder. Caldera, que estaba más a la derecha que Pérez, era amigo de su madre y de Rhazés, pese a que éstos eran de la izquierda radical. “La izquierda y el partido de Caldera eran gente intelectual y tenían en común la intelectualidad y la cultura”, cuenta Balbi. “Yo siempre tuve esos dos discursos en la cabeza (el de derechas y el de izquierdas)”, recuerda. Su padre era más superficial, no se metía en política y era feliz, disfrutaba de la vida. En cambio, su madre estaba más comprometida políticamente. Aunque las ideas de Frank y de su madre no coincidían, “los dos nos escuchábamos pacientemente, sin proferir insultos ni ofensas, siempre con respeto”. Y así es el Guernica de Balbi, un retrato en el que se posiciona políticamente sin insultos ni ofensas, como si conversara con su madre. ¿Cómo hubiera reaccionado ella ante esta foto? “Mi mamá hubiera admirado la exposición objetivamente sin hablar mucho, para respetarme, aunque un poco incómoda porque ella creía fielmente en este movimiento que hay en Venezuela”, dice.

Realidad mágico-religiosa

Una veintena de personas recorren la inmensa sala. El Guernica de Balbi se complementa con un tríptico en el cual retrata a tres iconos que forman parte del pensamiento mágico-religioso y del día a día de los venezolanos. El primero es el doctor José Gregorio Hernández (1864-1919), el llamado médico del pueblo, al que se le atribuyen varios milagros por los que fue beatificado por el Papa Francisco hace dos meses. El segundo icono es María Lionza, una reina espiritual que no se sabe si existió, que cuentan que nació en 1802, hija de una indígena y de un español, y murió a los 16 años. Al morir se transformó en la montaña de Sorte, en Yaracuy, convertida en lugar de peregrinación y culto con rituales de magia negra y prácticas santeras.

El tercer icono es Hugo Chávez que, tras su muerte en 2013, pasó a formar parte de esa realidad mágico-religiosa de los venezolanos, explica Balbi. Con este tríptico quiere denunciar que el chavismo se apoderó de esos símbolos de la creencia popular y los manipuló en su beneficio. “En un desfile militar de hace dos semanas había grupos espiritistas —dice Balbi—. La magia negra forma parte del ejército. El gobierno ha incorporado el fundamentalismo y sus adeptos, que son personas en su mayoría de bajos recursos y bajo nivel educativo, están dispuestos a morir por él. Y han repartido armas entre la población para que les defiendan si son atacados por el “Imperio” o por la oposición. Han creado una verdadera guerrilla”. En todas las fotos aparece un kalashnikov ruso AK-47.

La estatuilla de María Lionza

A José Gregorio Hernández lo representa con traje y corbata negra, las manos detrás y sombrero de fieltro negro y a María Lionza, desnuda, montada sobre un tapir con los brazos levantados, como la estatua en su honor que está en la autopista Francisco Fajardo, en Caracas. Sus devotos cruzan la autopista para depositarle flores aún a riesgo de ser atropellados. Chávez, por su parte, está representado en una foto de pared, con un machete, símbolo del poder y la fuerza, unas velas prendidas y una botella de ron como las que se utilizan en los rituales religiosos, como si fuera el altar de cualquier hogar chavista.

La comunicadora social y modelo de arte venezolana Carla Tofano interpretó a María Lionza. Tofano procede de una familia de intelectuales ateos y confiesa su fascinación por la diosa. La ve como un icono feminista y dice que “las mujeres modernas venezolanas están redescubriendo a María Lionza”. Tofano explica que se marchó de Venezuela con su ahora exmarido y con sus dos hijos en 2008 después de que Chávez cerrara el canal de televisión RCTV, crítico con el gobierno, donde ella trabajaba. Explica que, mientras buscaba piso en Londres después de separarse, fue a parar a uno donde había una estatuilla de María Lionza. Nadie sabía cómo había ido a parar allí. Tofano lo interpretó como una señal y se quedó a vivir en aquel piso.

José Gregorio Hernández fue interpretado por Honatan Mijares. Al principio pensó que no se parecían en nada, pero acabó sorprendiéndose de su parecido tras la caracterización. “Crecí escuchando historias de José Gregorio Hernández entre las señoras mayores, era el santo que se aparecía y las curaba, los venezolanos crean estos iconos para buscar una ayuda”, cuenta Honatán, que es DJ y ha compuesto el tema principal de la exposición, una canción dance que se llama ‘Therapy’. En su investigación descubrió que no era médico sino quiropráctico. “Era una persona muy generosa emocionalmente y por eso se ganaba a la gente”, dice.

Chávez en el Whitehall

La exposición también muestra el proceso de creación de las fotos con las esculturas del caballo de Guernica y el tapir de María Lionza. Y proyecta unas imágenes inéditas del discurso que pronunció Hugo Chávez en el Whitehall durante su visita a Londres en 2006, invitado por el alcalde Ken Livingstone, apodado Ken el Rojo. Las imágenes son de Ignacio Crespo, que lo cubrió como cámara para un canal de televisión que le encargó grabar solo los tres primeros minutos. El resto del tiempo se dedicó a sacar sus propias imágenes acercándose y alejándose de Chávez con el zoom.

“Quería ironizar sobre su discurso, Chávez era muy atractivo en su discurso, pero para mí era blablablá. Me decían te va a cautivar, te va a transformar, yo lo vi como un actor que hacía su papel de líder de la izquierda latinoamericana”, dice Crespo, que también es artista y comisario de la exposición. “[Esta exposición] es un manifiesto artístico, pero estamos dando nuestro punto de vista sobre cómo el proceso que lideró Chávez ha destruido el país y además se ha exportado al exterior”, dice Crespo. La voz de Chávez se encadena con el ritmo de la canción de Honatan.

De repente Balbi se funde en un emotivo abrazo con una mujer bajita de sonrisa enorme que acaba de entrar. Es Caroline Jones, una prestigiosa diseñadora de escenarios británica que colabora con Balbi desde hace años. Ella fue la encargada de esculpir el caballo y el tapir, que moldeó con poliuretano. Jones explica que primero hizo el caballo basado en el del Guernica de Picasso, pero Balbi le pidió que lo cambiara por el del escudo de Venezuela, no el actual sino el que había antes de la llegada de Chávez ya que Chávez volteó el caballo hacia la izquierda, como su ideología.

Los ojos de Lola

Junto a la sala de exposición está el estudio de Balbi, que invita al público a entrar, como si fuera parte del recorrido. En el estudio están expuestas sus fotos como retratista, algunas de las cuales parecen lienzos. Aunque empezó haciendo fotos urbanas, siempre con gente, y expuso su primera foto en 1983 en el Museo de Bellas Artes de Venezuela, él es retratista. Entre los retratos, destaca el de una mujer con gafas de sol de diseño, el cabello abombado, una mujer moderna de los años 70, estilizada, elegante, y con una biblioteca de fondo. “Es la foto de mi madre y fue mi primer retrato serio”, dice orgulloso. La hizo en 1978 con una cámara réflex que se había comprado durante un viaje que acababa de hacer por Europa. Aquella era la biblioteca de su casa, donde estaba el tocadiscos y donde escuchaban música clásica y de vez en cuando música dodecafónica, y también óperas de Fedora Alemán, una de las mejores sopranos venezolanas de todos los tiempos y amiga muy cercana de su madre.

Entre las fotos, brillan unos ojos azules, húmedos, los ojos de una mujer elegantísima con un vestido rosa. Hay algo en aquellos ojos que no se pueden dejar de mirar. Balbi cuenta que es una foto de su tía Lola, la esposa del hermano de su padre. Se la hizo en Caracas en el año 2010, en su dormitorio, el día que cumplía 97 años. La mujer le estaba hablando de su difunto marido con un retrato de él en la peinadora. “Me estaba explicando su vida cuando recordó cómo enfermó y de repente dejó de hablarme y los ojos se le quedaron en alguna parte, ya no estaba allí”. Entonces fue cuando Balbi le hizo la foto, que tituló “El marido de Lola”. Su marido está en los ojos de Lola y, por unos instantes, por todo el estudio de Balbi. La foto fue expuesta en la National Portrait Gallery de Londres, la galería de retratos más importante del mundo. “Yo no soy un fotógrafo de política, es algo circunstancial ahora porque yo necesitaba expresarme en ese sentido porque me duele lo que pasa en Venezuela”, confiesa Balbi, que, de alguna manera, ha hecho un retrato de Venezuela.