A partir de una pregunta que hizo una jueza en 2016 a una víctima de violación ('¿Cerró usted las piernas?') surge una necesidad que Rosa Márquez y Marta Jaenes han materializado en un libro que lleva por nombre ese mismo título. Un ensayo periodístico que trata de romper el silencio que históricamente ha existido en torno a la cultura de la violación que pasa por diferentes ámbitos: desde el tratamiento en el cine y la cultura hasta en el plano judicial, social y mediático.
A partir de treinta entrevistas, tanto a las víctimas como a expertas, las creadoras del documental '¿Qué coño está pasando?', tratan de mostrar todo lo que invisibiliza a la violencia que sufren las mujeres recorriendo los hitos de los últimos años (la violación de Sanfermines, el caso Weinstein y otros relatos anónimos) que tienen por objetivo la ruptura del silencio, es decir, la única forma de parar tanta violencia que, unas formas resulta tan llamativa y, en otras ni se repara.
Desde escenas de películas, obras de arte, el porno hasta la hipersexualización en las redes, son algunas de esas capas en las que las autoras indagan para demostrar que hay mucho más allá de lo que no se ve y que está haciendo daño a las mujeres. En Yasss hemos hablado con Rosa Márquez sobre feminismo, violencia machista, sexualidad de las mujeres y de todos esos mitos y falacias que se han construido en torno a la violencia machista y hacia esta cultura que agrede a las mujeres.
Pregunta: en '¿Cerró usted las piernas’? cada capítulo comienza con un caso real de violación. ¿Cómo de importante es ese relato para cambiar esta historia de las mujeres?
Respuesta: es muy importante para el activismo el relato en primera persona, es decir, nosotros podemos aportar muchos datos, eso ya lo hace el Ministerio, lo hacen los medios de comunicación y todos los años salen informes sobre violencia de género o violencia sexual, pero es muy difícil identificarte con eso. Sin embargo, cuando otra mujer te cuenta la experiencia por la que ha pasado y que a veces ni siquiera tú conceptualizabas como violencia sexual hasta ese momento (porque no era tan evidente) es cuando te das cuenta de todo. ¿Quién no ha vivido una situación violenta o incómoda en un ambiente de ocio como una discoteca o incluso en el lugar del trabajo? A veces esa línea de lo incómodo se sobrepasa fácil y pasa a ser violencia, lo que pasa es que sin el testimonio de otras mujeres nos cuesta identificarnos.
Ahí está justamente el triunfo del #MeToo, #Cuéntalo y otros movimientos
Exactamente ahí lo vimos con el #MeToo. Algo que estaba silenciado, que estaba normalizado dentro de la industria del cine y que yo creo que ha pasado toda la vida. No es algo de ahora y ni Weinstein fue el primero, ni por desgracia será el último. Lo que pasa es que, hasta que alguien no se atrevió a hablar y a denunciarlo públicamente, no se unieron más voces. Por eso creo que es muy importante crear relato, que alguien hable en primera persona para que el resto también se pueda identificar.
¿En qué consiste la cultura de la violación?
Según los datos que tenemos hay cuatro denuncias por violación al día en España y seguramente que muchísimas más que no se denuncian. Resulta sorprendente que en una democracia consolidada todavía haya tantos casos. Entonces lo que hicimos fue indagar y averiguar otras cosas menos evidentes, pero que sustentan esa cultura de la violación: los estereotipos y falsas creencias en torno a los violadores o cómo han representado la sexualidad y sobre todo la sexualidad femenina en el cine, el arte, la justicia y los medios en algunos titulares. La justicia patriarcal ha seguido poniendo el foco en la víctima en lugar del agresor y culpabilizando a las mujeres. Todo eso ha contribuido a que todavía en el siglo XXI siga habiendo tanta violencia sexual. La cultura de la violencia sexual es todo al final. Una película no te incita a cometer una violación ni todo es responsabilidad de la justicia o de los medios, pero cada cosa, sí que ha ido aportado su granito para perpetuar esa violencia entre nosotros.
A menudo se tiene la idea de que un violador tiene un perfil de alguien marginal o enfermo. ¿Esta descripción nos ha alejado de lo que es la realidad?
Todos tenemos muy claro que si te violan a punta de navaja, en un descampado y un desconocido, eso sí se trata de una violación. Nadie lo pone en duda, pero ¿Qué pasa cuando el que te ha violado o el que agrede es tu propia pareja? ¿Y si esos agresores, violadores no son tipos marginales? Si no son psicópatas ni delincuentes ni enfermos mentales nos cuesta mucho verlo. Es difícil ver a hombres a los que admiramos, con los que hemos crecido con sus películas, con sus canciones o con sus logros deportivos que puedan ser agresores. Tenemos una concepción muy estereotipada y muy falsa sobre quién puede ser o no un violador y claro luego nos sorprendemos cuando hombres perfectamente integrados en la sociedad e incluso que forman parte de las Fuerzas y Cuerpos del Estado (como en el caso de la violación de San Fermín que había un guardia civil y un militar) en vez de velar por nuestra seguridad son ellos los que pasan a convertirse en los agresores sexuales.
Entre toda esa confusión también ha habido conquistas como por ejemplo la visibilidad del himno 'Un violador en el camino'. ¿Qué supone esto para la cultura de la violación?
Todas estas acciones visibilizan lo que está pasando. Que reproduzcamos aquí, en África y en otros países de América Latina lo que ha hecho un grupo de activistas de Chile, que está en la otra parte del mundo se debe a que no es algo que pase solo allí, sino que está pasando en todas partes. 'Un violador en el camino' es la voz, en general, de las mujeres que sufren o denuncian violencia sexual en el mundo. La parte negativa es que desde otros sectores se trate de banalizar o convertir en moda esto, un himno, pero hay que reconocer que de todas formas será un éxito del feminismo. Si el capitalismo se lo apropia es porque interesa y porque la gente se identifica con ello y por eso se quiere convertir en un producto como se hace con camisetas y muchos eslóganes. Si no tuviera éxito, no causaría esa expectación.
En el caso de las aplicaciones para ligar, ¿crees que estas pueden dar a entender un mensaje equivocado acerca del deseo y del sexo?
Creo que cada vez estamos en todo más digitalizados y creo que hablar ya del mundo virtual y de las redes sociales es hablar del mundo real. Nos guste o no, esa va a ser la tendencia del futuro y lo hemos podido comprobar con la pandemia. Lo que pasa es que Tinder y esas aplicaciones son engañosas porque, en el fondo, lo que no llegamos a pensar es que detrás de ellas hay empresas con intereses comerciales muy potentes a las que lo que menos les importa es que encontremos el amor. Ellas solo quieren que pasemos el mayor tiempo posible dentro de ellas y esto lleva consigo también una engañosa sensación de que es muy fácil conseguir encontrar pareja e incluso tener sexo a través de esas aplicaciones. Se nos muestra una mercantilización de las relaciones en la que en el fondo empezamos a concebir a los otros como productos y nosotros también nos convertimos en eso a través de una descripción o una foto. Hemos llegado a un punto en el que miramos perfiles y los elegimos como el que elige un libro en Amazon.
¿Qué opinas de la hipersexualización que se ve en las redes?
¿Sabes qué pasa? Vivimos en el mundo de la imagen. Piensa que hace no tanto tiempo, nuestras bisabuelas y tatarabuelas también se comparaban. ¿Qué referentes tenían ellas? Imagino que las mujeres de su familia, mujeres del pueblo, aquellas que veían cuando salían a misa o en la verbena, pero no estaban constantemente entrando en comparación con otras mujeres como ahora. Desde que se inventaron los medios de comunicación y vimos en el cine y las revistas a las actrices de Hollywood guapísimas y a las modelos con tipazo y exitosas nos quisimos comparar con ellas. Es más, aspirábamos a parecernos a ellas y eso se ha multiplicado con las redes sociales e internet. Ya no solamente nos comparamos con modelos famosas y actrices de Hollywood, ahora también lo hacemos con nuestras iguales y estamos todo el día expuestas en las redes mostrando nuestro físico e intimidad. Cuanto más guapa sales en una foto, más sonriente, más atención captas, más likes y comentarios positivos. Y al final todo esto nos genera una dependencia y una ansiedad por intentar mantenerlo que yo creo que es perniciosa. Hay que aceptar que no se puede ser perfecta, joven, guapa y delgada siempre y que detrás de esto también hay unas poderosas industrias de la moda, de la belleza, de los cosméticos que están operando en nosotros.
También hay voces que han criticado mucho el Satisfayer y otros juguetes eróticos porque dan placer femenino y eso no siempre está bien visto. ¿Eso también es otra forma de violencia machista?
Lo que pasa aquí es que la sexualidad femenina ha sido la gran desconocida. Ha sido el sexo que han impuesto los hombres tal como ellos han querido o les ha gustado. Yo pienso en todas las películas con las que hemos crecido o en las imágenes que siempre hemos visto y siempre hay un mismo patrón: una pareja heterosexual que consigue llegar al orgasmo a la vez y a través de la penetración. No hay nada más y si tú no te ajustas a eso, piensas que eres tú la que está equivocada cuando la realidad es que la sexualidad no es así y desgraciadamente la hemos aprendido con ensayo y error. Las parejas no alcanzan el orgasmo a la vez. Las mujeres no estábamos teniendo orgasmos en las relaciones sexuales y eso era algo de lo que no se hablaba y desde luego que una relación no tiene por qué ser siempre coitocéntrica. Entonces lo bueno del Satisfayer es que ha mostrado que existe la sexualidad femenina, que las mujeres también sienten deseo, que las mujeres también se masturban porque eso no hace mucho era un tabú.
Visibilizar el placer femenino será siempre bueno, pero sin olvidar en este caso que se trata también de un producto capitalista que mercadea con la sexualidad y que ya en su eslogan dice ‘orgasmos en menos de dos minutos’. Algo que demuestra que somos una sociedad sin tiempo para pensar en el deseo y que lo único que busca es una optimización del tiempo y la producción.
¿Qué hay del sexting? ¿Crees que debería penarse con más dureza la difusión no consentida de estos vídeos privados?
Sí, en la medida en la que cada vez van a ser más frecuentes estos casos porque todo el mundo en casa, en la calle y en todas partes va con una cámara todo el día en la mano y es lógico que eso se tenga en cuenta. Que las relaciones sexuales se lleven al terreno digital hace que el sexting cada vez sea más frecuente y el problema es que esas imágenes una vez que salen de tu teléfono móvil, tú no sabes qué va a pasar con ellas ni si se van a difundir ni dónde van a acabar. Entonces creo que como todos los delitos informáticos es algo muy nuevo que necesita de una legislación que todavía a veces no se percibe como suficiente y que desde luego va a suponer un problema de futuro.
¿Y qué se le pide para estos casos a las instituciones?
Lo que se ha visto con la justicia y las leyes es que son todavía un poco antiguas. No están juzgando delitos del siglo XXI. Estamos viendo ahora que muchas de las agresiones se producen porque por ejemplo han echado burundanga en la copa de una mujer y esta claro que no se va a resistir porque estará inconsciente, y, sin embargo, eso no se considera agresión sexual. Se queda en un simple caso de abuso, aunque haya penetración o haya sido víctima de una violación en grupo. Por eso las leyes tienen que adaptarse a los delitos que se están cometiendo en el siglo XXI. Igual que los delitos cambian tiene que hacerlo la legislación y la mentalidad de los legisladores porque no es normal que alguien vea en una agresión sexual que eso sea un “jolgorio” que fue lo que sobre todo indignó al movimiento feminista en la sentencia del caso de La Manada. Desde el feminismo no se ha abogado por el punitivismo se ha luchado por reconocer la gravedad de los hechos para restituir la dignidad a esas mujeres.
¿Qué se debe haber desde el movimiento feminista para salir de la cultura de la violación?
Empezar a hablar de estos temas. Para acabar con un problema lo primero que tenemos que hacer es reconocer que existe un problema. Identificar las causas y esos comportamientos que se siguen manteniendo y que hacen posible la violencia sexual. Y a partir de ahí buscar mecanismos y políticas para que eso se cambie. Lo que ha hecho siempre el feminismo y ha hecho muy bien desde que es un movimiento pacífico como llevamos viendo cada 8M, un movimiento capaz de cambiar las cosas y que han provocado tan pocos disturbios. En esa línea es donde vamos a seguir y en la que seguiremos batallando para avanzar y conseguir una sociedad más justa.
Y de este 8M sin manifestaciones, ¿qué piensas de toda la polémica que se ha montado?
Lo que yo veo claramente es que no es un momento de reunirnos en manifestaciones masivas ni de salir todos a la calle porque estamos en una pandemia, pero me resulta muy curioso que nos quede tan claro cuando se trata del feminismo y todo el mundo diga que no se puede celebrar ni puede haber manifestaciones cuando a diario ha habido otras manifestaciones. Desde los negacionistas hasta los hosteleros que se quejan de la situación económica tan dura que están viviendo y nos ha parecido bien. Creo que es una polémica interesada porque nos parecen bien ciertas manifestaciones, pero cuando somos las mujeres las que nos manifestamos ya cambia la cosa. Más allá de que entiendo que este año no puede ser como era ni habrá manifestaciones masivas, creo que al final lo del 8M es lo de menos. No nos podemos acordar simplemente de los derechos de las mujeres una vez al año como hacen los políticos que se ponen el lacito morado en la solapa para hacerse la foto.
El 8M tendría que ser todos los días del año y con esa mentalidad es con la que tenemos que pensar las mujeres. Hay que trabajar por la igualdad los 365 días y no solamente uno. Si este año no se puede celebrar, no pasa nada. Es algo más simbólico. Se celebrará el siguiente, pero la batalla tiene que pelearse todos los días.