Olatz Rodríguez, la anorexia truncó su carrera como gimnasta: "Comer me parecía peor opción que morirme"
Fue una de las grandes promesas de la gimnasia rítimica en nuestro país hasta que la anorexia la llevó a retirarse en 2020
Acaba de publicar 'Vivir del aire', un testimonio sincero sobre la inseguridad, el miedo y la presión que suponen los trastornos alimenticios
Su objetivo, "ayudar a todos los que están en ese agujero en el que yo caí"
El primer día que Olatz Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 2003) pisó una escuela de gimnasia rítmica, la entrenadora le dijo a su padre: "Te aseguro que será una campeona". Solo tenía 7 años, pero un potencial sorprendente. Pronto se convirtió en una de las grandes promesas de este deporte en nuestro país. Miembro de la selección española de gimnasia rítmica individual, fue finalista en el Campeonato de Europa junior en 2018. Un año después, la joven se rompió. La anorexia ya controlaba su vida.
"No supe lidiar con la presión", cuenta. "No supe cómo aceptar no ser perfecta, y como resultado, casi me muero". En 2019 fue ingresada de urgencias en el hospital. Le diagnosticaron anorexia restrictiva con desnutrición. "Llevaba cinco meses sin comer apenas, solo ingería cuatro o cinco alimentos, verdura, pollo, pavo, huevo y alguna fruta. Todo lo demás no lo probaba porque me hacía sentir culpable. Al final, hasta la fruta y las lonchas de pavo las comía con temor", reconoce a NIUS. "Comer me asustaba, me daba pánico".
En marzo de 2020 se vio obligada a dejar el deporte de élite. La decisión fue suya. "Tuve que elegir entre la competición o mi salud física y mental". Ahora ha querido compartir su experiencia en el libro Vivir del aire (Planeta). Un retrato honesto y personal de todos aquellos factores y actores que confluyeron hasta provocar el trastorno que todavía sufre. Un libro donde no busca culpables, sino soluciones.
Pregunta. ¿Recuerdas cómo empiezas a obsesionarte con la comida?
Respuesta. Antes de eso llegó mi obsesión por controlarlo todo, por mejorar todo lo que estaba a mi alcance. Era de un perfeccionismo extremo. Quería las mejoras notas en el colegio, y en los entrenamientos me esforzaba en hacerlo tan tan tan bien que mis entrenadoras no pudieran corregirme nada. Algo absurdo, pienso ahora, porque se entrena para mejorar, pero entonces no lo veía.
P. En el contexto en el que te movías era fácil que ese control saltara a la comida...
R. Sí, nos recordaban a menudo que nos estábamos convirtiendo en mujeres, que íbamos a empezar a desarrollarnos pronto y debíamos tener cuidado para que eso no supusiera un aumento de peso. Ya desde antes había ido interiorizando que adelgazar era bueno, engordar, malo. Desde pequeñas nos pesaban para comprobar si habíamos subido de peso en el pabellón donde entrenábamos. Entonces no me preocupaba porque siempre he sido delgada por constitución, pero eso se quedó ahí dentro y luego explotó en la adolescencia.
P. ¿Hubo algo que lo hiciera detonar?
R. Quizás fue el Campeonato de Europa de 2018 en el que quedé finalista. Ver de cerca a las grandes gimnastas, todas muy muy delgadas me hizo pensar que si la selección estaba confiando en mi yo debería adelgazar para alcanzar la excelencia. Ya sé que es un pensamiento erróneo, pero no podía apartarlo de mi cabeza, empecé a controlar lo que comía.
P. Y esa obsesión acabó controlándote a ti...
R. Exactamente, porque no me sentía libre en ningún aspecto. Todo mi estado emocional dependía de lo que hubiese comido ese día y de lo que me hubiese restringido durante el día anterior. Controlaba cada caloría que ingería. A la hora de irme a dormir hacía un repaso mental de lo que había comido en esa jornada, y hacía los cálculos de lo que podía comer entonces al día siguiente.
P. ¿Y nadie se daba cuenta de lo que te estaba sucediendo?
R. Yo les decía que no comía porque me dolía la tripa, me inventaba excusas. Me llevaban al médico y me recetaba lo típico, dieta blanda, y yo encantada, claro.
P. Pero es algo difícil de ocultar con el tiempo...
R. Sí, en los entrenamientos se dieron cuenta de que algo me pasaba porque cuando nos pesaban ya no era solo que siempre había bajado de peso, sino que además me ponía muy contenta, cuando yo nunca había sido así, no me había preocupado del peso jamás, como te decía antes.
Además, llegar a entrenar tan débil me empezó a pasar factura, me mareaba, y llegó un momento en que las entrenadoras me lo prohibían aunque yo quisiera hacerlo.
En casa también se alarmaron mucho. Estaba pálida, con mal aspecto, las uñas y el pelo muy frágiles. Era incapaz de concentrame...
P. ¿Eras consciente de que tenías anorexia?
R. Yo sabía que tenía algún tipo de problema con la alimentación, llamémoslo anorexia o más general, trastorno de la conducta alimentaria. Y no era culpa de nadie más que mía, porque se trataba de una decisión que había tomado conscientemente y que mantenía a pesar del riesgo que sabía que estaba corriendo, a pesar de las advertencias y del dolor de mi familia, a pesar de mi propia vida. Comer, de algún modo, me parecía peor opción que morirme.
P. Esa es una asevaración muy dura.
R. Pero así me sentía. Yo era consciente de que si seguía con esa conducta era muy probable que llegase un momento en el que mi cuerpo ya no resistiese más y dijera basta, ya está, se acabó. Pero el sentimiento de culpabilidad que tenía cuando ingería ciertos alimentos me resultaba más insoportable de asumir que las consecuencias fatales que podía tener mi comportamiento. No sé si me explico. El temor a ese sentimiento de culpabilidad era más fuerte que la propia idea de morirme.
P. ¿El ingreso en el hospital te salva la vida en ese momento?
R. Sí, me devuelve la vida sobre la que yo había perdido el control. Al principio me negué allí también a comer, pero la amenaza de una sonda gasonástrica y un posterior ingreso psiquiátrico me hicieron reaccionar. Tenía 15 años y pesaba 36 kilos. Fue duro, largo y trabajoso, pero poco a poco fui mejorando. Hubo un antes y un después al ingreso, desde luego.
P. Me imagino que al salir de allí vuelven todos los miedos y temores...
R. Sí, te sientes totalmente desamparado, con mucho temor. Yo dentro recuperé la calma, me sentía protegida, que no estaba sola frente al monstruo, que había todo un ejército que me ayudaba a luchar contra él. Al salir te sientes de nuevo tú sola frente a esa realidad difícil de gestionar.
Me sentía perdida y fue la gimnasia, irónicamente, la que me devolvió las ganas de seguir adelante. Volver a entrenar me ayudó mucho a recuperar la satisfacción por mi propia vida.
P. Es una relación tóxica la que has tenido con la gimnasia, de absoluto amor-odio.
R. No, la gimnasia la amo y la amaré siempre, el problema lo tenía con la competición. Yo odiaba competir. Esa presión era la que no resistía. Yo podía estar entrenando horas y horas y era la persona más feliz del planeta, luego llegaban los momentos previos a la competición y no disfrutaba en absoluto.
P. Una atleta sin espíritu competitivo, me imagino que te sentías diferente a todas tus compañeras..
R. Completamente, fue así desde niña. Odio ser el centro de atención, soy muy tímida, al inicio hasta me costaba salir al tapiz, sentía un miedo escénico terrible. Luego de más mayor lo hacía porque sabía que era el precio que tenía que pagar si quería entrenar tantas horas, que era lo que me gustaba. Sin embargo para mis compañeras era al contrario. Ellas pagaban el precio de entrenar porque les gustaba mucho competir. Yo no las entendía a ellas y ellas tampoco a mi.
No tenía ambición a nivel deportivo. Yo solo quería entrenar, pasármelo bien y ya está. Hacer las cosas mejor, pero no para ganar a nadie, sino porque yo me sentía bien así, perfeccionándome, aprendiendo cosas nuevas.
Recuerdo una vez que vinieron a hacer un reportaje a Carolina Rodríguez, y como compartíamos el tapiz nos preguntaron a las que estábamos allí si soñábamos con ser olímpicas y se quedaron atónitos cuando yo les dije que no. Hasta mis entrenadoras se quedaron alucinadas. Pero era la verdad, yo nunca he soñado con ser olímpica, no iba a mentir.
P. ¿Qué era lo que no te gustaba de la competición?
R. El exponerme ante otras personas, el que siempre pensaba que era algo subjetivo, ¿quién dice que una gimnasta tiene derecho a estar por delante de otra, cuando muy probablemente ambas hayan entrenado, se hayan esforzado lo mismo?. Quizás una de ellas tenga un mal día o venga de una lesión reciente, pero eso no la hace peor, yo pensaba en todas esas circunstancias y me venía abajo.
Cuando estaba en el podium no me alegraba, me sentía avergonzada, me sentía mal y pensaba, vale, y ¿por qué yo y no otra gimnasta que probablemente también haya trabajado y haya disfrutado sobre el tapiz?¿Por el mero hecho de que una juez haya considerado que ha estado bien mi ejercicio?
P. Entiendo entonces que vuelven tus demonios cuando te toca competir tras el ingreso...
R. Sí, al inicio me sentí muy apoyada por mis compañeras, por mis entrenadoras y todo iba bien. Volví a entrenar en abril de 2019 pero cuando llegaron las competiciones algo se rompió en mi, no pude más. Tomé la decisión al volver de un campeonato en la Liga italiana donde realmente lo pasé muy, muy mal. Fue de las peores experiencias en cuanto a competiciones de mi vida.
En enero de 2020 anuncié mi decisión de abandonar la gimnasia para siempre. Ya ni siquiera disfrutaba entrenando porque sabía que tenía que ir a competir. No tenía sentido seguir.
P. Tuviste que reinventarte con solo 17 años
R. Algo así, la gimnasia era lo que me representaba, mi esencia, fue muy difícil, extremadamente duro. Me tocó imaginar un futuro bonito, que me ilusionara, me refugié en los estudios, que siempre me han gustado, y ahí sigo. Estoy en primero de medicina y me encanta. Mientras, sigo luchando contra la amenaza de la anorexia.
P. ¿Sientes que esa sombra siempre va a planear sobre ti?
R. No, de verdad que pienso que uno se puede curar. Los doctores que me tratan aún no me han dado el alta, pero estoy muchísimo mejor, siento que me he liberado de esa ausencia de libertad a la hora de comer. Y es un mensaje que quiero recalcar, que quiero mandar a todas las personas que están ahora en el agujero donde yo caí. Cuesta, es lento y complicado, se necesita ayuda profesional, pero se puede salir de ahí.
P. ¿Por eso escribes tu historia?
R. Sí, para intentar ayudarles a ellos o a sus familiares, para que sepan identificar la enfermedad y sean conscientes de que los trastornos de alimentación van mucho más allá de un físico o de una relación con la comida, tienen mucho que ver con cómo gestionamos las emociones y esa maldita obsesión con la perfección.
P. ¿Qué has aprendido de todo esto?
R. Que la perfección es inalcanzable, y que cuanto más nos empeñamos en buscarla más nos alejamos de ella. Que ese camino solo te lleva al autosabotaje. Que no somos perfectos ni lo seremos nunca. Ni falta que hace.